Miles de belgas de todas las comunidades despiden unidos a la pequeña Loubna
Hoy estamos reunidos en el dolor. Ojalá mañana estemos reunidos en el amor". Estas sentidas palabras de Nabila Benaissa, la hermana mayor de la pequeña Loubna, son el vivo retrato del clima de armonía y respeto que unió ayer a miles de belgas en los funerales de la niña marroquí. Secuestrada en agosto de 1992, sus restos fueron hallados el martes en los sótanos de una gasolinera, apenas a trescientos metros de su casa del barrio de Bruselas de Ixelles. Un avión los trasladó por la tarde hasta Tánger, para que Loubna Benaissa, repose para siempre en tierra musulmana.
La ceremonia de despedida de Loubina, celebrada en la Gran Mezquita de Bruselas, en el corazón del barrio de las instituciones de la Unión Europea, unió una vez más a todos los ciudadanos en el drama común: marroquíes, flamencos, valones, también a muchos españoles e italianos.Todas las comunidades estaban allí, olvidando por un día las querellas cotidianas. El horror de las niñas secuestradas, violadas y asesinadas -son ya cinco los cuerpos encontrados desde el verano pasado- está teniendo la virtud de servir de terapia colectiva para un país sumido en el desconcierto.
Tradicionalmente dividido entre comunidades lingüísticas, entre nacionales e inmigrantes, con graves problemas de declive económico en el sur del país, con enormes bolsas de paro y también pobreza en la cosmopolita ciudad de Bruselas, Bélgica está encontrando una seña de identidad en el dolor común por las niñas muertas.
20.000 asistentes
Más de mil personas se apretujaban en el interior de la Gran Mezquita. Otras 20.000, según los datos de la policía local, siguieron la ceremonia en los aledaños, a través de la pantalla gigante de televisión instalada en la explanada del Parque del Cincuentenario. Los ministros de Justicia y de la Función Pública y un representante del rey Alberto II estaban entre los invitados También los embajadores de los países árabes. Incluso las otras familias que han vivido el drama del secuestro de sus niños y sus niñas. Todo el país estuvo allí a través de la retransmisión por la televisión de una ceremonia sobria y conmovedora, plena de llamamientos a la concordia, ofrecida en directo también en Marruecos.
"Loubna, tú me has ayudado a conocer tu comunidad", reconocía la madre de una de las niñas desaparecidas. "El velo era un signo de no integración. Nabila lo ha convertido en un signo de tolerancia", recordaba una asistenta social que trabaja en los barrios poblados por miles de inmigrantes magrebíes.
Nabila Benaissa, la hermana mayor de la familia, ha hecho más por la mutua comprensión de musulmanes y cristianos que todos los programas sociales juntos. Ella fue la que calmó a los manifestantes que, en el punto más álgido de todo este drama, querían tomar el Palacio de Justicia de Bruselas cuando fue separado del caso el juez más popular del país, Jean-Marc Connerotte. Ella fue la que templó los ánimos de las decenas de jóvenes que querían tomarse la justicia por su mano la noche del jueves, a medida que se conocían los detalles de la torpeza de jueces y policías, que durante cinco años fueron incapaces de darse cuenta de que el asesino estaba allí mismo, cada día, a 300 metros de la casa de Loubna, señalado por el dedo de varios testigos y con un turbulento pasado de pederastia violenta. Nabila tuvo un recuerdo ayer para ellos: "Espero que la conciencia no les permita nunca dormir".
Ésa es la gran asignatura pendiente. Los belgas, las mil clases de belgas que viven en este pequeño y atormentado país, tardarán años en recuperar la confianza en sus instituciones y en ellos mismos.
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