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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Portazo a Turquía

EL PORTAZO que acaban de dar a Turquía los dirigentes del Partido Popular Europeo, entre los que figuran Kohl y Aznar, es comprensible. Turquía deja mucho que desear en materia, de derechos humanos y el auge del islamismo, plantea problemas de toda índole. Pero la UE, como parece sugerir el propio Aznar, necesita aportar rápidamente una solución de recambio. Europa debe volver a entreabrir la puerta. La política interna turca está excesivamente movida. El pasado viernes, el Consejo de Seguridad Nacional, que agrupa a militares y civiles, se reunió con el primer ministro islamista, Necinettin Erbakan, durante nueve horas, para acabar haciendo público un memorándum de 20 puntos con claros avisos a favor de la defensa de los principios republicanos y en contra de la creciente islamización -del país, de su burocracia e incluso de las ropas de los fundamentalistas. En un país en que el Ejército, que se considera depositario del legado laico de Kemal Ataturk, tiene una amplia tradición golpista y de intervención en la política, tal aviso debiera haber surtido efecto. Pero el lunes Erbakan volvía a sus andadas. Y su aliada en el Gobierno, Tansu Çiller, que acaba de superar una investigación parlamentaria por supuesta corrupción, reitera su apoyo a esta coalición nada natural. Lo suyo sería que, reflejando la realidad parlamentaria, un Gobierno de centro-derecha gobernara en Turquía, pero las animosidades entre los partidos que deberían formarlo tienen muchas aristas.

Con esta perspectiva, la actitud de los líderes de la derecha europea parece razonable. Pero la UE tiene con Turquía un tremendo problema, pues éste es uno de los países que primero solicitaron su entrada. Con 63 millones de turcos hoy y 140 millones el siglo próximo, una economía a años luz de poder integrarse en los mecanismos de la Unión Europea, más los escollos políticos apuntados, Turquía no encaja en el diseño europeo. Pero dejarla al margen equivale también a agravar sus problemas internos. Y por ello, Estados Unidos presiona a la UE para que haga algo al respecto.

Turquía, por su parte, está molesta con la UE. Por razones políticas -derechos humanos, veto griego-, Ankara no recibe prácticamente, ayudas económicas, pero la unión aduanera turco-europea ha llevado a un' gran incremento de las importaciones de productos europeos. Ankara amenaza ahora con bloquear la ampliación de la OTAN, a la que pertenece, si no se le ofrece una solución satisfactoria a sus ambiciones europeas.

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Una solución que se ha barajado consistiría en situar a Turquía en la línea de salida: abrir negociaciones de adhesión con el ánimo de no cerrarlas nunca. Pero una vez abiertas sería difícil tratarlas como el manto de Penélope. En todo caso, la Comisión Europea puede redactar un nuevo informe sobre la adhesión de Turquía. El anterior data de 1989 y ha quedado viejo. La mejor solución sería buscar un estatuto más ventajoso y muy especial, pero no marginalizado, para este país estratégico que no puede quedarse a la intemperie.

Habría que resolver también las diferencias s obre Chipre, que se han visto acrecentadas por el empeoramiento de las relaciones greco-turcas por la soberanía de las islas del Egeo. Un Chipre dividido no entrará en la Unión Europea. Y si Chipre no entra, Grecia bloqueará otras adhesiones. Pero no hacer nada, especialmente cuando el tiempo se agota, no solucionará las cosas. Por ello, Alemania, con el apoyo de otros países de la UE, ha intentado mover las cosas, sugiriendo que la comunidad turcochipriota se debe asociar a las conversaciones para la integración de la isla en la UE. Grecia ha reaccionado como se esperaba: con indignación. ¿Se ofrece algún mediador?

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