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'Pax' madrileña

Otra soleada mañana de domingo preprimaveral, mucho más ya que un barrunto. Al penetrar en el parque, humilde y amigo, tengo la suerte de avistar "el primer abejorro que Dios envía". Se ha posado efímeramente sobre la prócer cabeza de don Andrés Bello, natural de Caracas y "salvador de la integridad del idioma castellano en América", según reza la leyenda que campea sobre el pedestal de su estatua. Me refocila la presencia del abejorro: ¿será que he vuelto a aprobar la gravosa asignatura del invierno? En cambio, me apena un poco la. del buen don Andrés. Seguro que se fue a la tumba encantadito, orgulloso de su obra e impronta. ¿Y si volviera a la vida hoy, en esta España (o Estado español) cada vez más babélica? Se moriría del susto el pobre, y, encima, le denostarían los abertzales del norte, del noreste y otras latitudes. ¡Infortunado prohombre!Menos mal que la murria se me disuelve pronto, camino del mirador, porque el firmamento exhibe sobre mi cabeza un nítido azul, "de los de antes de la guerra", porque la yerba posdiluviana se ha puesto verde y a trozos hasta mullida, regalona, y porque los almendros alegran mis ojos y mi pituitaria desde su blanca, blanquísima palidez. De modo que decido dejarme de tontunas y aceptar sin reticencias, ¡qué diantres!, que el mundo es hermoso: procuraré abrir de par en par mis diminutos ojos de perdiz miope y atiborrarme de belleza. Así sucede, a medida que camino. Son los prunos, cuyos brotes ya se han vuelto tintos; son las Jaras, que apuntan duros pezones verdes y exhalan ya el aroma de la primavera. Y es la gente, la maravillosa gente de la Dehesa de la Villa. Los jubilados que juegan al frontón sobre la caseta eléctrica para re frescarse luego en la fuente, allá abajo, que es su Ganges particular, su Gangesito. Se quedan en paños menores con toda naturalidad, hablan de sus cosas o resoplan todavía por el esfuerzo, mojados, y satisfechos como jóvenes hipopótamos. Y los maduros matrimonios "al chándal", caminando con determinación por la pista deportiva en singular combate contra los excedentes de la glucosa y el colesterol. Los amos que pasean a sus perros -también ellos son gente, - que se lo digan a mi Laxe- y los canes que pasean a sus amos, muy orgullosos de su mutuo amor. Los niños, algunos, que aún se lanzan por los terraplenes a bordo de la vieja tabla con rodamientos del abuelito. Y esa chavala, fina estampa, que apare ce corriendo hacia mí con los liberados pechos saltándole, vivos, bajo la camiseta. En ese preciso instante sube desde la vaguada la melodía de un "bandoneón arrabalero" y yo me dejo embargar por las más dulces emociones primaverales, aunque la estación no haya arribado aún.

Bendita paz dominical de Madrid y los madrileños, o, en su caso, de Segovia y los segovianos; de Zamora, Teruel o Argentona y sus gentes. Paz modesta, de andar por casa, pero "rica, rica" (¡ya empezamos!) en el inevitable paran gón con la paz de Pamplona, Rentería o mi amadísimía Donosti, tan bella y hechicera, tan estéril y salvajemente ultrajada todos los fines de semana por la impune horda de energúmenos. ¡Hombre!, ya se sabe que, hasta cierto punto, todos viajamos en el mismo tren, y que ese tren desbocado corre, sin que nadie acierte a detenerle, hacia un des comunal descarrilamiento. También sabemos, en Madrid y en Granada -¿qué habrá hecho Granada, qué habrémos hecho nosotros?-, que nos pueda tocar la china, o sea, el horror, la destrucción, la ruina, la muerte, pero al menos no tenemos que convivir a diario con los asesinos, o, lo que es lo mismo, sus inductores, cómplices y encubridores, con la presión, la, insoportable provocación (suyas) y el miedo (nuestro).

Pobres vascos. Es público y notorio que hasta en los momentos más represivos del franquismo se contaban chistes antifranquistas en todas las tascas españolas. ¿Se podrá hoy hablar con la misma libertad del terrorismo en las tabernas de esa Euskal Herría que los iconoclastas de la muerte y la destrucción dicen - defender? Qué paradoja, pues ahora vivimos en democracia, o al menos, eso afirmamos. Por la democracia, los demas españoles ponemos la otra mejilla. ¿Hasta dónde?

Pero en la Dehesa de la Villa se escuchan alegres voces infantiles, el cielo sigue, azul, nos sobrevuela una urraca: bendita seas, pax madrileña.

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