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Leyendas de carretera

Jose Manuel Martínez, camionero retirado, hace balance de 40 años de profesión al volante

La carretera es la carrera más larga. Lo afirma José Manuel Martínez, un melillense de 58 años que de niño soñaba con ser piloto y pasó 40 años a lomos de las ruedas de un camión. Larga y también sorprendente, porque, nadie le iba a decir que llegaría a cambiar el volante por un teléfono móvil, ordenador y despacho en la Asociación General de - Transportes, de la que es vicepresidente. De nómada a sedentario sin olvidar jamás los kilómetros recorridos. "Siempre ha habido razones para la huelga", asegura mientras rememora aquellos años en los que el veraneo no existía, se trabajaban los siete días de la semana y en muchas carreteras el asfalto era una sucesión de informes adoquines. Los tiempos claro que han cambiado, pero las reivindicaciones del gremio, origen de las recientes movilizaciones, son para él tan antiguas como justas y "al final nos las tendrán que reconocer".Hace casi medio siglo, un Chevrolet del 38 trajo de Melilla a Usera a José Manuel, su familia y sus trastos. Con ese camión se inició la pequeña empresa familiar, que con el tiempo tendría una flota de 34 vehículos y 40 empleados. A los 11 años iba al volante camino de la vega del Tajo, mientras su progenitor, subido en la caja, se aseguraba la cena disparando a las liebres que osaban asomar la cabeza entre las huertas. Pese a tal precocidad, sus sueños nada tenían que ver con la carretera. Estudiaba en el Instituto de San Isidro con la mente puesta en la Academia General del Aire. Quería ser piloto, pero se impuso la tradición familiar y quedó pegado 21 al asfalto.

Sin carné -en aquel entonces el de primera se conseguia al cumplir los 23 años-, la vida del frustrado piloto seguía el ciclo de las cosechas y, lejos todavía del desarrollismo que enladrilló la periferia, recorría los caminos de tierra hacia las huertas de Aranjuez, Villaconejos o Villalprado. Los pueblos más cercanos, como Fuenlabrada, Humanes o Griñón, se reservaban para los carros y los vehículos más pequeños. Más tarde salió de las fronteras de Madrid. A Extremadura a por uvas, a Murcia en septiembre y octubre a por tomates. Luego el sur, berenjenas y chirimoyas de Almería. En Navidad, las uvas pasas de Vélez (Málaga). Tras la fruta venía el pescado y José Manuel se trilló la cornisa cantábrica llevando y trayendo peces unas veces, y otras algas para la industria textil catalana. "No existían límites de horario [los camioneros tienen hoy prohibido conducir más de nueve horas al día] y trabajábamos toda la semana. Nos dábamos unas palizas de cuidado". A diario se imponía la prisa por llegar a Legazpi -Mercamadrid era entonces una quimera- antes de las nueve de la noche, hora en que la sirena avisaba del cierre de la báscula. Sin contar con los sustos que pegaba la tecnología automovilística. "Muchas veces, al bajar el puerto de Miravete, los compañeros me tiraban piedras bajo las ruedas para frenar el camión". Pero, pese a sus defectos, esas viejas moles eran tesoros para hombres como él. "Te pasabas la vida con el bote de Sidol sacándole brillo a los cromados y limpiando la cabina. En cuanto tenías un rato, ya estabas con el trapo".

Hasta que en 1962 consiguió el permiso de primera, el joven conductor toreaba con ingenio los encuentros con la Guardia Civil. Lograr la vista gorda del gente requería desde un pequeño soborno, como una bolsa de apetitosas naranjas recién recogidas, hasta proveerse de un segundo carné, por el que de repente había envejecido varios años. "Éramos más listos que el hambre", alardea José Manuel, "claro que había mucha necesidad y también más facilidades. Un camión lo conseguías con 5.000 pesetas y luego a trabajar para pagarlo. Ahora es mucho más difícil".

Con permiso de circulación y tráiler recién estrenados, en 1963 se adentró en las rutas internacionales. Problemas de idiomas apenas tuvo porque los tratos se hacían desde las oficinas de las compañías y, allende los Pirineos, el camión era su casa. "En él dormía, en él guisaba, en él comía. El hornillo llegó a ser tan importante como el gato. Había que evitar gastos". Eso sí, no dejaba de sorprenderse ante la abundancia de áreas de servicio y restaurantes que exhibían nuestros vecinos. En la España de los cincuenta, con esa memoria que le permite acordarse de todas las matrículas de los vehículos que pasaron por sus manos, recuerda que durante 14 horas que duraba el viaje a Barcelona, sólo podía tomarse un refrigerio en dos sitios. "En Alcolea del Pinar estaba Casa Benito, donde te daban café de puchero, y ya hasta Badajoz, en los Monegros, no había nada". Más escasos aún eran los clubes de carretera, que, según cuenta, no empezaron a propagarse hasta casi los sesenta. "En aquellos tiempos sólo había uno entre Bailén y Andújar y lo llamábamos la Casa de la Sangre, porque camionero que entraba, camionero a quien sangraban". El asegura sólo haberlo pisado para rescatar a alguno de sus empleados, cuyo camión le delataba a la entrada del establecimiento.

Su carácter sobrio le impedía hacer gala del fetichismo, a veces peligroso, a veces erótico, de muchos de sus compañeros. Un imán con el Sagrado Corazón era todo el adorno que lucía el salpicadero.. Sólo cuando compartía viaje con su primo, permitía a Gina Lollobrigida, enfundada en ceñidos jerséis, acompañarles pegada a la luna delantera. Era un caso raro. "Lo normal era llevar a la Virgen delante y a unas señoras estupendas en los laterales". La visera era también escueta. Un simple "Transportes Martínez" le distinguía de aquellos otros rótulos tan genuinos como "Los. Siete Hermanos", "Rosita y Fernandito" o "Paquito y Mari Loli".

La carretera, además de larga, ha sido también ingrata. En 1979, un accidente de coche acabó con la vida de su mujer. Años más tarde moría su hijo en un siniestro de moto. "Me quedé tocado. No sabía qué hacer. Si seguí adelante fue por mi hija". Esto, unido a las huelgas de comienzos de los ochenta que inmovilizaron la flota y dispararon las deudas, le obligó a desmantelar hace nueve años una empresa de más de cuarenta empleados y a empezar de nuevo sólo con su camión. Hace tres años dijo adiós definitivamente y se instaló en este pequeño despacho compartido. "Ahora vivo mucho más tranquilo".

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