Nuevos objetivos para la política exterior
El autor señala la necesidad de que España potencie al máximo las posibilidades de influir en la política exterior de la UE
La importancia de introducir en España el debate sobre la política exterior se justifica, desde mi punto de vista, por dos razones: que nuestra acción internacional no está ni suficiente ni coherentemente argumentada y diseñada, y que permitiría acabar con el lugar común -casi un mito- que ha dificultado la confrontación de ideas en este ámbito desde el inicio de la confrontación, y que afirma que, en este terreno, los objetivos son indiscutibles y el consenso entre los partidos no es un fin a alcanzar, sino un comienzo prefijado e inalterable, a riesgo de que quien lo ponga en duda cargue con la responsabilidad de haber debilitado nuestra fuerza negociadora ante terceros.Claro que el acuerdo es deseable, pero no a cambio de ocultar las diferencias. En caso contrario, la discusión puede terminar desembocando en lo que hemos podido comprobar en las últimas semanas: más que argumentar sólidamente, lo que se busca es tratar de demostrar que el anterior Gobiemo lo hizo mejor que éste o que el actual Ejecutivo gestiona mejor que aquél.
La cuestión central no es esa, ni tampoco lo es la idea reduccionista de que la política exterior debe servir únicamente para defender el "interés" nacional. El planteamiento de fondo debe ser, algo más elaborado y podría plantearse responder al siguiente interrogante: ¿cuál es el papel que debería jugar España en el proceso de transición abierto por el fin de la guerra fría y qué fines, plazos e instrumentos se van a utilizar para interpretarlo convincentemente?
A un país como el nuestro no le convendría que, en lo político, el proceso de transición hacia un orden internacional distinto concluyese certificando el unipolarismo, tampoco le beneficiaría que, en lo económico, la mundialización significase estricta y llanamente desregulación.
Es ahí donde la política exterior de España debe fijarse su objetivo principal: multilateralizar los centros de decisión política y democratizar con parámetros sociales las relaciones económicas a nivel internacional, favoreciendo tendencias opuestas a las actualmente hegemónicas, pues la continuación y el predomio de éstas terminará suponiendo, por un lado, nuestra marginación progresiva en el proceso de toma dedecisiones a escala planetaria y, por otro, la necesidad de competir en condiciones de dependencia y el desmantelamiento de un ya de., por sí débil Estado de bienestar.
¿Existe margen de maniobra suficiente para que una política exterior de ámbito nacional como la que podemos poner en marcha influya por sí misma, en solitario, en esa dirección? Creo que no.
Y precisamente por ello es bastante evidente que a España le interesa potenciar al máximo las posibilidades de actuación que en las relaciones, internacionales puede tener el único conjunto multinacional realmente estructurado en varias direcciones al que pertenecemos: la Unión Europea (UE). En otras palabras, en mi opinión, el primer fin de la política exterior de España debería ser establecer una verdadera Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE en la que, más allá de la propia gestión de los asuntos estrictamente bilaterales o tradicionales, desemboque el 90% de nuestros esfuerzos, de forma que, sobre la base de valores e intereses compartidos con los socios comunitarios, nuestra capacidad de expresión e influencia de la esfera mundial se potencie geométricamente a través del conjunto europeo. Ha de ser a la hora de intervenir en la creación de las orientaciones y acciones de la PESC cuando invirtamos energías, no desperdiciándolas en una labor en solitario que, si acaso, sólo generaría beneficios marginales.
Ahí es donde considero que se puede formular la primera crítica a la actual acción exterior española: su excesiva moderación a la hora de promover, en el marco de la conferencia intergubernamental encareada de revisar el Tratado de Maastricht, una reforma radical del segundo pilar que permitiera crear una PESC comunitarizada, en la que las decisiones se adoptaran por mayoría cualificada, solventando la actual parálisis promovida por la regla de la unanimidad, garantizando un auténtico papel político al Parlamento Europeo y dotando a la UE de su propia identidad en el plano internacional. Nosotros no tenemos escaños que perder en el Consejo de Seguridad de la ONU...
De ahí se puede pasar directamente a una segunda crítica: habernos sumado al carro de un reforzamiento de la OTAN que, además, se quiere certificar en Madrid a principios de julio, contribuyendo a ello con el cambio de estatus de España en la Alianza, en vez de ser firmes valedores de una "identidad europea de seguridad y defensa" de y en la UE a través de la que coordinar las Fuerzas Armadas de los 15 para llevar a cabo "misiones Petersberg" enmarcadas en una permanente actuación de diplomacia preventiva-, cuando nada vamos a ganar potenciando una estructura en la que el dominio norteamericano y el peso de los países con armamento nuclear va a seguir siendo aplastante.
Sin embargo, parece que la gran preocupacion de la diplomacia española es, hoy por hoy, combatir contra los molinos de viento de las supuestas campañas contrarias al ingreso de España en el grupo de cabeza de la moneda única, en vez de concentrarse en apostar por la unión política europea -de la que sería parte imprescindible esa auténtica PESC desde la que no volver a contemplar inermes catástrofes como la de la antigua Yugoslavia o la de los Grandes Lagos- y en seguir con mucha atención, y sin aIegría derrochada hasta hace muy poco, el proceso de ampliación al este de la UE, con el que hemos de estar de acuerdo por principio, pero sin dejar que su culminación pueda significar el cierre de las políticas de cohesión de la Europa unida. ¿Por qué esa ausencia de empuje en pro de la unión política?
Quizás porque se está introduciendo un concepto de relación transatlántica excesivamente apegado a la dependencia. Y no se trata de hacer antinorteamericanismo fácil: España y cualquier otro país de Europa debe mantener unas relaciones consolidadas con EE UU, pero con independencia de criterio y desde una concepción multipolar de la gestión de los asuntos internacionales. Por el contrario, durante 1996 hemos aparecido en un asunto tan sensible como el de las relaciones con Cuba como el más fiel aliado de Washington, en un momento en el que su política está basada precisamente en una ley como la Helms Burton, que perjudica nuestros intereses empresariales y va contra los criterios de la UE sobre la extraterritorialidad, hasta el punto de la proyección latinoamericana de la política exterior de España -cuando, gracias entre otros a nuestro impulso, desde Bruselas se afronta el desarrollo de los acuerdos con Mercosur y Chile y se negocia la firma de otro con México- haya quedado reducida a un enfrentamiento sin sentido con La Habana.
De la acción exterior española sobresalen también otros temas pendientes, que oscurecen su credibilidad: el bloqueo en el que se encuentra el conflicto del Sáhara occidental -ausente de la política mediterránea- y el antidemocrático callejón sin salida de Guinea Ecuatorial, cuestiones ambas en las que parecen reproducirse los errores del pasado, bien porque en aquel dossier no se quiere presionar a quien es responsable del retraso sine die del referéndum de autodeterminación, bien porque en este asunto se vuelve a dar crédito a las siempre incumplidas promesas del dictador Obiang Nguema.
Pero la política exterior debería formar parte también de un nuevo concepto de la solidaridad, orientado a disminuir la brecha Norte-Sur a través de una coherente cooperación al desarrollo, suficientemente dotada y eficazmente organizada. Ni antes ni después del 3 de marzo se ha acertado en este capítulo: seguimos muy lejos del emblemático 0,7%, demandado por una inmensa mayoría de la población, no contamos con una más que Imprescindible Ley General de Cooperación Participativa -exigida por las ONG- y los denostados créditos FAD están plenamente en vigor. Todo ello, además, cuando siguen sin ponerse en marcha mecanismos que permitan un control exhaustivo del comercio de armamentos y continúa la venta de ese tipo de material a países en conflicto o donde no se respetan los derechos humanos -por cierto, analizados con doble vara desde el Gobierno con demasiada frecuencia-.
A España le faltan nuevos objetivos en su acción exterior y le sobran tanto los bandazos dictados por un intento a ultranza de diferenciarse de lo anteriormente hecho como las críticas fáciles de los que, afirmando "nosotros lo hicimos mejor" cometieron gruesos errores de estrategia.
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