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"Sólo pensaba en seguir adelante"

"Orine, si quiere, porque va a estar bastante rato en el maletero". Quien se dirigía con este tono educado a Laurencio Angulo Calleja era Fernando Domínguez, el mismo que media hora antes le había encañonado con una pistola en el costado. El mismo que le dejó encerrado en el portaequipajes. El mismo que horas después mató a tiros a su propio compañero y a un teniente de la Guardia Civil.Laurencio está casado, tiene dos hijas y 57 años. Taxista en Soria desde hace nueve, ayer contaba por teléfono a EL PAÍS cómo la mala suerte le llegó a las nueve de la mañana del sábado, cuando recogió en la estación de autobuses a dos jóvenes "que llevaban un pequeño bolso de deportes marrón o negro", y que "no tenían pinta de nada". Le pidieron ir a los arcos de San Juan de Duero, un monumento muy visitado por los turistas.

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Laurencio se dirigió allí, atravesando la ciudad. A su lado, en el asiento del copiloto, iba Fernando Domínguez, que horas más tarde disparó las balas mortales; en el asiento trasero se sentó Antonio Navarro, el delincuente tiroteado por su compañero. "No cruzaron ni una palabra, ni entre ellos ni conmigo".

Cuando llegaron a los arcos, al lado del Duero, el taxista preguntó si era allí donde querían ir. En ese momento Domínguez sacó un arma y se la colocó a Laurencio en un costado. "Siga, siga" le espetó Domínguez, "conduzca con tranquilidad, no aya deprisa". Laurencio obedeció. Cuando habían recorrido algo más de un kilómetro, los deincuentes le dijeron que bajara del coche, le encerraron en el maetero e intentaron sin éxito poner en marcha el Fiat Marea, que necesita un código para arrancar. "Algo nerviosos", obligaron a Laurencio a salir del maletero "para que les indicara ese código y dónde tenía la documentación del coche". Luego lo volvieron a encerrar.

Laurencio calcula que estuvo unos 20 minutos dentro del portaequipajes". No oyó nada, pero notó que iban por el monte, "porque los bajos del coche rozaban el suelo". Un par de paradas. Luego, la tercera y definitiva. Laurencio esperó 30 minutos y avisó a la Policía Local.

La Guardia Civil llegó a las doce y cuarto. Desorientado, en medio del campo, Laurencio preguntó dónde estaba. Le señalaron Calderuela. Ahí acabó su pesadilla, en la que "sólo pensaba en seguir adelante".

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