Deng fue incinerado en la intimidad familiar
Deng Xiaoping, el último superviviente de los grandes líderes revolucionarios chinos y el impulsor de la apertura y reforma económica de su país, fue incinerado ayer en una ceremonia privada en el cementerio de Babaoshan, en uno de los arrabales del oeste de Pekín. Una multitud, que la agencia, oficial Nueva China cifró en 100.000 personas, pero que otras fuentes reducen a la mitad, se agolpó desde primeras horas de la mañana a lo largo del trayecto, de unos dos kilómetros, que une el Hospital Militar 301, la clínica donde hace una semana falleció, hasta el camposanto. A primera hora de hoy tendrá lugar el funeral de Estado en el Gran Palacio del Pueblo, al que no ha sido invitado ningún dignatario extranjero.
La incineración, un rito que a excepción de Mao Zedong se ha realizado anteriormente con la mayoría de los dirigentes chinos, había sido cuidadosamente ensayada durante los pasados dos días. Soldados del Ejército por taban un féretro acristalado con un compañero en su interior, obligado a convertirse macabramente por un breve tiempo en el cuerpo de Deng, según imágenes que la televisión china se encargó de difundir sólo para el circuito exterior. Ayer, la ceremonia salió perfecta y Deng se encontraba dentro del féretro. Incluso fue perfecta la compostura del gen tío que siguió el paso del cortejo hasta la puerta de Babaoshan. Muchos de ellos, portando claveles blancos naturales o de papel, miraban tensos o rompían a, llorar al paso de la caravana en una actitud a la que parecía faltar verdadero sentimiento de tristeza y espontaneidad. Al pueblo de Pekín no le había sido anunciado previamente a qué hora iba a tener lugar, el acto. La jornada no había sido declarada festiva. De ahí que fuese probable que buena parte de la concentración la integraran obreros de unidades de trabajó de los alrededores llevados obligatoria mente hasta el hospital. La ceremonia comenzó cerca de las nueve y media de la mañana y concluyó aproximadamente dos horas después, pero el Gobierno aguardó hasta el telediario de la noche (casi ocho horas después). para difundir las imágenes. Ayer pudo saberse que Deng murió en la clínica y no en su domicilio, en contra de lo que la prensa occidental sostuvo. El Pequeño Timonel, que mostraba un acentuado maquillaje, vestido con uniforme Mao y cubierto hasta el pecho con la bandera roja comunista, había sido colocado en una amplia sala del hospital sobre un túmulo rodeado de. flores y coronas y con un enorme retrato suyo sonriente al fondo.
Al frente del duelo estaba su viuda, Zhuo Lin, apoyada en un bastón y deshecha en lágrimas. Y con ella, formando piña, estaban sus tres hijas y dos hijos con sus cónyuges e hijos. Deng Rong, cariñosamente apodada Maomao, autora de una biografía de su padre y predilecta del patriarca chino, lloraba desconsoladamente. También expresaba su dolor Deng Pufang, el hijo varón mayor, desde su silla de ruedas, ya que quedó paralítico tras ser arrojado por una ventana por los guardias rojos durante la Revolución Cultural. En un cierto momento, según pudo apreciarse en las imágenes difundidas por la televisión estatal, la viuda -es la tercera mujer de Deng tras la muerte de la primera y el divorcio de la segunda- se avalanzó sobre el cadáver y le besó repetidamente.
Un clavel blanco
Los siete miembros del Comité Permanente del Buró Político del Partido Comunista Chino -con el presidente, Jiang Zemin; el primer ministro, Li Peng, y el presidente del Parlamento, Qiao Shi, al frente- seguidos de los miembros del Gobierno y de otros cuadros dirigentes del partido y del Ejército, rindieron tributo al diminuto político reformista chino inclinando tres veces la cabeza y estrechando posteriormente la mano uno a uno a sus familiares. La mayoría de ellos llevaba en el ojal un clavel blanco, de luto al igual que el gentío concentrado en la calle. Posteriormente la flor fue colgada en los árboles de la zona. El cadáver de Deng había llegado hasta el cementerio transportado extrañamente en un miniautobús blanco y azul japonés, orlado de cintas amarillas y negras y con los cristales ahumados. Parecía cualquier cosa menos un coche mortuorio. A uno y otro lado de la larga avenida que une el Hospital General del Ejército Popular de Liberación y Babaoshan, numerosos soldados protegían el trayecto fúnebre. "Con una sola voz, Xiaoping, hola", rezaba una pancarta escrita por un grupo de estudiantes de la Universidad de Pekín (Beida), el centro académico más prestigioso de la capital y uno de los focos de la protesta estudiantil de 1989. Ese mismo texto estaba recogido en otro estandarte que fue exhibido por los estudiantes en 1984, con ocasión del 35º aniversario de la fundación de la República Popular de China, como expresión de respeto hacia Deng.
Hoy, a las diez de la mañana (tres de la madrugada hora peninsular española), Deng Xiaoping recibirá el último adiós en otro acto también cerrado, en el Gran Palacio del Pueblo, antes de que sus cenizas sean arrojadas al mar, como era su deseo. Cerca de 10.000 dirigentes del país asistirán al acto, al que ni siquiera el cuerpo diplomático ha sido invitado.
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