Molinos o gigantes
Una experiencia por desgracia larga me ha enseñado que hay políticos de raza, otros de media casta y una caterva de aficionados. Los primeros son distintos, la política es su vida, y casi no hay más vida para ellos que la política. En ocasiones, además, esa vida empapada va acompañada de una especial agudeza de visión para ver por dónde viene el peligro o la bonanza, ¿de qué?, de la pérdida, el ganancia, o disfruto del poder, que como todo disfrute se quiere continuar en el tiempo, para sí o para el grupo.Esa especial agudeza que nunca se me ha dado es la que permite una visión peculiar, por ejemplo, de la televisión. He visto a los políticos más integrales tan obsesionados con la televisión que parecía que la realidad no era, más que televisiva. Se comprendía más en la época, felizmente transitoria, en que la televisión era un monopolio público en un país con alta difusión de televisores; parecía que la televisión era como el fulcro de la más poderosa palanca: dadme un punto de apoyo y moveré la Tierra; aquí no se trataba de mover la Tierra, sino las voluntades; ni ejércitos, ni policía, ni la llave del granero: la televisión, el sueño de los políticos. A mí la televisión también me parecía importante por la cosa política, y puesto que se trataba de establecer un sistema político pluralista en libertad, una televisión neutra o equílibrada. Pero estaba equivocado: la única vez que recuerde haber recibido en las Cortes un fuerte pateo fue cuando intervine, por el Gobierno, en un debate sobre derroches en televisión, y afirmé que el verdadero derroche era la existencia de no sé qué miles de empleados con una ordenanza laboral de lujo; al cabo de los años comprendí que tenían razón los pateadores; ¿quién era yo para tratar de aguar aquella orgía político-televisiva? Cuando dicen que la televisión es un "servicio público" afirman menos de lo que piensan: de suyo, la consideran tan esencial para la patria como, pongamos, la Guardia Civil.Y un buen día desapareció el monopolio, no sin mil con troles y numerosas puertas al campo, pero la visión aguda de los buenos políticos no cambió mucho en relación con la televisión; uno pensaba que, al ser mayor el número, disminuiría la esencialidad política; pero uno se equivocaba, como siempre en este asunto. Y ya el oligopolio vigente se va a romper en mil pedazos; se veía venir, cosas de la tecnología; quizá va a terminar la edad de oro político-televisiva, o al menos se va a platear. A cualquiera que piense se le ocurre que a más canales (y mejor aún si son de pago) menos problema político-televisivo. Bueno, pues no: lo que procede es un monopolio controlado (la plataforma única y verdadera) de una actividad que consiste en vender variadas imágenes deportivas, cinematográficas, musicales u otras; porque la cosa político-informativa queda al alcance de todo el mundo por el método tradicional, en abierto. El asunto llega al extremo de buscar garantías para que los circenses de nuestra época, el fútbol, lleguen gratis al personal, con tal de que la televisión de pago no pueda ofrecer en exclusiva tan apetitosa zanahoria; luego se verá quién paga a los gladiadores; de momento, lo que sea para controlar la desmadrada ola digital que nos amenaza. Pero por esta vía se podría ir algo más lejos: ¿por qué no se garantiza también al venerable jubilado, que es a quien siempre se invoca, la posibilidad de alegrar el ojo me diante la contemplación del mensaje pornográfico en abierto?. Por un lado se quiere garantizar el acceso universal al maná, mediante la libertad de contratación del fútbol con todas las plataformas presentes y por venir, y ala vez se predica que lo bueno es una sola plataforma. Demasiado para al guien que no pertenece a la raza elegida; no sé si hay exceso o defecto de finezza, aquella medicina prescrita por Andreotti. Los mortales corrientes, aún muy interesados en la política, no acertamos a comprender.
Mi perplejidad está en el porqué y el para qué. Y casi llega a ser angustia, porque lo que más fastidia de un asunto es no entender nada; y aquí no entiendo nada. Y no basta eso de que lo exige el interés general; lo que no es explicación, sino tautología. El poder político actúa siempre en interés general; es el mismo interés general in actu, ¿cómo podría ser de otro modo? Y eso es lo que no entiendo, la conexión entre el interés general y esta versión patria de la técnica avasalladora de la guerra del Golfo; esto de la televisión deben ser gigantes, y no molinos; aunque muchos sólo veamos molinos.
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