José Antonio Hernández, en la memoria
Ha muerto José Antonio Hernández, el ginecólogo que en 1953 introdujo el parto sin dolor en España. La vanidad de parir en brazos de este doctor, espejo de rojos, corazón de niño, sabio, obcecado y trabajador, fue durante mucho años el signo de la tribu para muchas mujeres progresistas. José Antonio Hernández ha traído al mundo a una legión de niños destraumatizados, hijos de artistas, políticos de izquierdas, pintores, escritores y bohemios. En los tiempos más oscuros de la dictadura, su consulta, sin dejar de asistir cada día hasta la extenuación al milagro de la vida, fue un lugar de tránsito y un refugio propicio para clandestinos, conspiradores y otros perseguidos. Nunca hurtó el bulto. Se mantuvo fiel a los amigos, virtudes excelsas que para el doctor Hernández eran bien sencillas y que hoy están en desuso. También en su ideología marxista se mantuvo inamovible, puesto que era de convicciones recias, producto del corazón más que de la cabeza. Le conocí todavía en su primera etapa, cuando su puritanismo sólo le permitía llevar desabrochado el segundo botón de la camisa. Tal vez muchas mujeres recordarán el rigor con que las trataba, pero ninguna sería capaz de olvidar ahora la ternura de niño cabezota que se escondía debajo de aquella falsa cólera. Fue un médico muy sabio y también uno de aquellos marxistas que en los años sesenta descubrieron la obligación del placer después de un primer viaje a Ibiza. Yo asistí a esa conversión. Fue en Cala Vadella donde se cayó del caballo. Allí cambió el traje oscuro por la ropa blanca y en su esternón abierto y abrasado se colgó una diosa Tanit de bronce, y a partir de ese momento comenzó a abrir su mente y la de sus clientes a la felicidad del sexo que predicaba como una nueva disciplina. Fue una persona clave para entender aquel mundo de progresistas que se movía al final del franquismo y en toda la transición. Y si algo define su figura fue su honradez y su fidelidad a sus principios y a su gente.
Sus cenizas navegarán ahora por la cala de Moraira, en el Mediterráneo, donde José Antonio Hernández estableció sus jornadas de pesca deportiva durante tantos veranos felices. Las doradas y los atunes que se hurtaban a sus anzuelos lo recibirán en esas aguas azules que son tan profundas y limpias como la memoria que de él guardaremos sus amigos.
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