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Alicia maravillada

Soledad Gallego-Díaz

Unos creen que el futuro de la Unión Europea tiene más condicionales que el poema "Si..." de Ruydard Kipling. Otros, caricaturizan a los primeros ministros pro-euro, obsesionados con cumplir los criterios de convergencia monetaria, como el conejo de Alicia, que iba de un lado para otro mirando el reloj y diciendo: "Ay, señor, ay señor, llegaré demasiado tarde...". buena parte de la prensa y de la sociedad británica no acaba de creerse que el primero de enero de 1999 un grupo de países pondrá en marcha la moneda única europea... sin que ellos estén dentro y sin que lo puedan impedir.Por eso la prensa británica ha acogido casi con alivio las malas noticias procedentes de Alemania -aumento del paro y dificultades añadidas para reducir el déficit-, porque cree que esos datos harán más probable un retraso. Eso permitiría al Reino Unido tener más tiempo para decidir qué quiere hacer. Lástima que los mercados, tan bien representados en la City, no compartan por el- momento esa opinión y que París y Bonn no den la menor señal de duda.

Ciertamente, el Reino Unido va a necesitar más tiempo que los demás países para aclarar su postura. De forma oficial, Londres insiste en que no ha tomado aún una decisión y que no lo hará hasta después de las elecciones del próximo mes de mayo. Pero extraoficialmente cada día está más claro que ningún gobierno (conservador o laborista) se atreverá a unirse al euro a tiempo para arrancar, en 1999 porque ello exigiría celebrar, como han prometido Mayor y Blair, un referéndum cuyo resultado sería, como mínimo, problemático. Todo lo más, los partidarios de la Unión sueñan con solicitar la entrada cara al 2002, el año en el que los billetes y monedas empezarán realmente a circular. Así que la postura oficial británica sólo podrá ser por ahora la de esperar y ver, desde fuera y con más preocupación de la que aparentan. Preocupación por el futuro de su sistema financiero (por mucho que la City asegure que podrá funcionar, ella también, con el euro desde el primer día), por las inversiones productivas de países terceros (atraídos por sus bajos salarios y la escasa regulación laboral) y por su ausencia en foros en los que se discutirán cuestiones que, quiéralo o no, le afectarán.

El poderío de la City para manejar capital procedente de todo el mundo es indudable, pero ya hay voces que se alarman por la eventual competencia de Francfort, sede del nuevo Banco Central Europeo. También son indudables las atractivas condiciones laborales inglesas para empresarios de Japón o de Estados Unidos, pero varios de esos empresarios han expresado ya su desazón ante la posibilidad de que Gran Bretaña no se incorpore al euro. Una inquietud que se redobla si los mercados de España e Italia estuvieran integrados desde el primer momento.

Desde este punto de vista, resulta muy explicable que el Reino Unido prefiera que toda la operación se retrase o que si es inevitable que el euro arranque en 1999, sea con un núcleo pequeño de países. Siempre siente uno menos frío si está bien acompañado, aunque las condiciones serían distintas para los países out y los países pre-in. O por, lo menos, deberían serlo porque no es lo mismo no querer participar, aunque reunas las condiciones, en un proyecto por considerarlo demasiado europeísta, caso británico, que desear hacerlo y quedarte momentáneamente a las puertas, como sería el caso italiano y español

Pero si finalmente la Unión Monetaria respeta sus plazos, Italia y España entran en la primera fase y el euro se consolida como moneda europea, los británicos que hoy día pregonan "tengo tiempo, tengo tiempo" pueden encontrarse, ellos sí, diciendo: "Ay señor, llegaré demasiado tarde". Mientras el resto de Europa, como Alicia, les contemplará maravillada.

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