Y de nosotras... ¿nadie hablará...?
En la imagen que se ha dado de nuestra historia más reciente, con esta moda conmemorativa que nos ha asaltado acerca de los hechos acaecidos hace 20 años, echo en falta datos, aspectos y detalles que completen para las generaciones futuras la percepción de aquellos sucesos que, personalmente, marcaron mi vida y, por tanto, tengo muy presentes.Soy consciente de que la memoria personal adolece con frecuencia de grandes dosis de subjetividad, por lo que no pretendo hacer historia, más bien querría añadir algunos de mis recuerdos a las informaciones que se han presentado como datos objetivos, para ayudar a contrastarlos e intentar que la información sea más veraz.
Todo ello viene a cuento de un intento de un grupo de mujeres de UCD que están reuniendo a muchas otras mujeres de todo el espectro político para reseñar la transición desde la perspectiva de las mujeres (y de las "feministas", entre las que me considero) para cambiar no sólo las leyes en el Parlamento, esforzado trabajo de las parlamentarias que tenían que pelear con el Código además de, la mayoría de las veces, con sus propios compañeros, sino también la cultura social, el lenguaje, la educación, la sanidad, las relaciones de pareja, etcétera, de un país que en ese aspecto estaba anclado en los años cincuenta.
Y sobre todo por algo que me ha impresionado sobremanera: casualmente, la pasada semana vi un programa en la televisión valenciana sobre las feministas que acabó como el rosario de la aurora, porque (independientemente de que los protagonistas del coloquio eran una extraña mezcla de gigolós, cantantes, periodistas de derechas, feministas, personajes del ¡Hola!... que hacía que aquello fuera un diálogo de sordos) lo que me sobrecogió fue que quienes expresaron la mayor agresividad, desprecio e incomprensión hacia las mujeres, y especialmente hacia las feministas, fueron tres individuos de 25 a 27 años, dos chicos y una chica, que, dada la violencia que manifestaron (el último, que provocó que Lidia Falcón y Massiel se levantaran de la mesa y se fueran del plató, aseguró dando gritos que las mujeres no teníamos alma -debate que, como el del sexo de los ángeles, yo creía ya superado por los monjes medievales-), me hicieron pensar que había algo que no funcionaba bien en la transmisión de la información.
Estaba claro que aquellos individuos no sabían cómo era este país en los años setenta, y que las que de alguna manera habíamos peleado por mejorar esta sociedad no habíamos sido capaces de dejar constancia de nuestro esfuerzo para que los españoles y las españolas fuéramos más libres, para que muchos derechos que hoy se viven como naturales, y supongo que mucha gente joven cree que siempre ha sido así, se instauraran, no sólo en las leyes, sino, y sobre todo, en la sociedad.
En 1975, las mujeres estábamos consideradas incapaces legalmente. No teníamos derecho a abrir, sin el permiso del marido, el padre o tutor, una cuenta bancaria. No podíamos hacer ningún acto, jurídico, léase escrituras de compraventa, recibir donaciones o herencias, etcétera, sin el permiso del marido, padre o tutor. Cualquiera de ellos podía abrir tu correspondencia. Si una mujer se iba de su casa, vamos a suponer que debido a las palizas, que le daba su marido, la Guardia Civil, naturalmente cumpliendo las leyes, la obligaba a volver.
Ésta fue la pelea legal que desarrollaron las diputadas, especialmente las del PSOE y UCD, porque, que yo recuerde, y a lo mejor me equivoco, el PCE consideraba en aquellos días que luchar por el tema de la mujer no era revolucionario, puesto que no éramos una clase (guardo muy buena memoria de las discusiones, discusiones eternas, en cualquier reunión feminista sobre si las mujeres éramos clase o género).
En la segunda legislatura, 1979, Francisco Fernández Ordoñez, entonces ministro de Justicia, presentó, y se aprobó, la Ley del Divorcio, y, por tanto, la posibilidad ' de los matrimonios civiles (hasta entonces y en aquellos años setenta te podías separar si tenías dinero, mucho dinero, y lo tramitabas como anulación a través del Tribunal de la. Rota).
Al mismo tiempo que se realizaban las reformas legales, se realizaron transformaciones culturales inauditas. Y la mujer tomó la calle, y empezó a empujar dentro de los partidos políticos y, al menos en el PSOE, se convirtió en un poderoso grupo de presión; adquirió protagonismo en los medios de información, porque las periodistas, a su vez, eran un magnífico grupo de presión en sus respectivos medios. Cambió las relaciones de pareja, consiguiendo crear tan mala conciencia a su marido, compañero o lo que fuera que, repentinamente (bueno, no tan repentinamente, peligro sí en unos años), ni un solo hombre que se definía a sí mismo como progresista se arriesgaba a decir que él no era feminista. En fin, para qué seguir, consiguió el acceso de todas las mujeres, no sólo las que pertenecían a la burguesía, a la educación, a la salud (y, evidentemente, gracias a la libertad del uso de los anticonceptivos, que hizo más libres a todos, ellos y ellas, pero que fueron ellas las que consiguieron que se legalizasen), e inició la batalla por el derecho a un puesto de trabajo remunerado en las mismas condiciones que cualquiera: "A igual trabajo, igual salario", exigencia permanente que aún hoy sigue vigente.
Las mujeres, con su lucha, hicieron que este país se transformara cultural y socialmente, y sin negar las transformaciones políticas y económicas realizadas por los distintos Gobiernos de la transición, ellas protagonizaron algo que podríamos llamar la, revolución social de la transición, acaso el cambio más profundo, e irreversible acaecido en esos años.
Todo esto y mucho más se peleó con gran esfuerzo y se consiguió en un periodo de tiempo tan corto como son cinco años. Lo que significa que un puñado de mujeres, probablemente no más de quinientos en todo el país, dedicamos mucho tiempo, echamos muchas ganas y aguantamos muchos sarcasmos e ironías, cuando no insultos, para conseguir que las mujeres fueran más libres para elegir su propia vida.
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