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Circo de invierno en la cumbre

Sí, hay un "pensamiento único", que domina, gracias a Estados Unidos, todo el planeta. En una estación de esquí suiza, dos mil "dueños del mundo" lo han confirmado claramente durante una semana.Me dijeron que era necesario hacerlo al menos una vez en la vida, y fui a Davos. Al World Economic Forum (no debe traducirse, quedaría provinciano). Y, evidentemente, fui como invitado, no pagué los, por lo menos, 20.000 dólares (2.600.000 pesetas) que los 1.500 patronos más importantes del mundo pagan por ser miembros del ultraexclusivo club de Davos y pasar juntos una semana en las montañas suizas. Los organizadores tuvieron la curiosa y tentadora idea de invitamos al ensayista estadounidense William Pfaff y a mí para hablar sobre el progreso. Por tanto, y categoría de hotel aparte, teníamos el mismo peso que los grandes hombres del mundo allí reunidos: el presidente egipcio, los primeros ministros indio, checo, israelí e indonesio, el presidente palestino y ministros de todos los países. También estaba el nuevo secretario general de la ONU, el ghanés Kofi Annan, que no logró borrar el recuerdo de su predecesor, pero dio "decididamente una impresión muy aceptable", citando al que una noche fue mi vecino de mesa, el muy sofisticado sir Leon Brittan.

¡El progreso! Como si en este club hubiera un solo empresario que dudara que el mundo del futuro será, al final, más maravilloso que el de hoy. Sobre todo porque el tema en esta ocasión (cambia cada año) era el nuevo mundo de los multimedia, de Internet y demás autopistas de la información. El hombre que simboliza la modernidad triunfante en este campo es el célebre Bill Gates, que evidentemente ha salido de la nada y también evidentemente ha llegado, a la cumbre, uno de los héroes favoritos de Jean-Claude Trichet, gobernador del Banco de Francia. En este ambiente, el consumo de superlativos bate récords. Cada cual es presentado a los demás como alguien que ha "triunfado fabulosamente" y que tiene unos "proyectos milagrosos". Y el hombre así presentado no muestra modestia alguna. Tampoco ninguna arrogancia. Porque aquí no existen seres inferiores. Miramos la acreditación antes de ver los ojos. Verificamos que es cierto que nos hallamos entre iguales. En el Olimpo, sólo entre dioses. Y son disciplinados: por primera vez en su vida hacen cola para entrar, para comer, para sentarse.

¿Qué hacen estas personas, eminentemente poderosas, cuando se reúnen a este nivel? Negocios, más negocios, siempre negocios. Pero ¿por qué no utilizan precisamente las nuevas maravillas de la comunicación? Yo creía que vivíamos en el mundo de lo virtual y que el fax e Internet estaban llamados a suprimir la necesidad de los contactos directos. ¡Grave error! Los socios de este club necesitan verse en tres dimensiones, en carne y hueso, tocarse cuando se hablan: la prueba está en que aquí se abandona el tradicional comedimiento británico. Con toda naturalidad se cogen del brazo, se tocan el hombro. Como para verificar que el multimillonario que osa ser su rival está realmente ahí, delante de ellos, que efectivamente se trata de él, que no es una imagen suya. Este club futurista es en realidad una revancha contra lo virtual.

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Pero no sólo se hacen negocios. De otro modo Raymond Barre no sería uno de los elementos clave del club y el único francés de cierta altura -Jean-Claude Trichet y Laurent Fabius (para el primero supuso su ordenación y para el segundo su iniciación) no son miembros fundadores- Y si bien no se hacen sólo negocios, al menos se discute de la filosofia de los negocios e incluso del destino, al que se concibe modelado por la economía. Ésta es mi segunda observación, tras la negación de lo virtual: si el marxismo se define, entre otras cosas, por una creencia en el determinismo económico, todos estos capitalistas son increíblemente marxistas. Desde luego, no es la primera vez que se observa una visión similar entre el economismo de los liberales y el de los marxistas, pero en Davos es difícil concebir que exista algo fuera de la economía, a excepción tal vez, y esto supone una novedad, de una voluntad de mejorar su control, de corregir los errores, de prever los fracasos. Es lo que en el programa llaman la "preocupación social y humana". Y el colmo de las audacias: este año, estas preocupaciones estaban tan presentes que no se dudó en invitar a un representante del Papa, un francés de pro, por cierto: el cardenal Etchegaray.

He guardado para el final la observación siguiente: al regreso de un viaje de estudios a EE UU, defendí la tesis de que la hegemonía estadounidense, más triunfal aún tras la brillante recuperación económica, llevaba a transformar prácticamente lo que se denomina mundialización (o globalización) en americanización. Dicho de otro modo, la supresión de las fronteras para los transportes y lo audiovisual, la interpenetración de las culturas, la revolución tecnológica y las migraciones de cerebros en el mundo serían 100 veces más provechosas para EE UU que para los demás. Tesis que antes que yo defendieron Alfredo Valladao en Francia y Benjamín Barber en EE UU. Si hubiese tenido todavía alguna duda sobre la legitimidad de esta tesis, Davos me la habría quitado. Porque a todos los argumentos anteriores se añade el siguiente, muy sencillo: a la hora de aplicar el modelo americano, los estadounidenses saben hacerlo mil veces mejor que los demás. Algo evidente, pero que había que probar. Un ejemplo citado a menudo en Davos es el de la competencia entre EE UU y Japón en la industria del automóvil. Durante años, creímos que los nipones, demonizados por esto, iban a vencer. Sin embargo, la victoria de EE UU ha sido aplastante.

La cuestión que se plantea es, pues, saber si se puede evitar el modelo americano. Por lo general, la gente se limita a decir que no es del todo exportable, que sin duda es necesario adaptarlo, que Margaret Thatcher fue una discípula audaz pero demasiado implacable. Por su parte, los estadounidenses, aunque este año pueden permitirse el lujo de lamentar seriamente las desigualdades que provoca o mantiene su modelo, se limitan a decir de él lo que Churchill dijo de la democracia: "Este modelo es el peor, a excepción de todos los demás".

Lo más sorprendente en este seminario de Davos fue ver a los más importantes representantes del Tercer Mundo presentarse como si se encontraran frente al tribunal del Fondo Monetario Internacional. No hubo ninguno que no recalcase que su país está "abierto", que elimina las fronteras aduaneras, que privatiza a mansalva, que no duda en despedir cuando la situación lo exige y que los inversores pueden sentirse como pez en el agua. ¿Por qué no?, dice Barre, que hoy no se siente muy orgulloso de su país y a quien enfada la idea de que uno pueda ser tildado de "liberal" -según él, un insulto muy francés- si osa desear una mayor "flexibilidad" en las empresas. Para escapar a la fatalidad del modelo estadounidense está, evidentemente, la gigantesca, aplastante realidad china y la forma inaugurada por Pekín de conciliar la economía de mercado y el despotismo policiaco. Pero la posibilidad de una futura hegemonía china de aquí a un cuarto de siglo no es un fantasma que preocupe a los prometeos del World Economic Forum. Consienten, porque están en Suiza y, por tanto, casi en Europa, a tomar como referencia a un país, Holanda, y a un hombre, el laborista Tony Blair, a condición de precisar que estamos en el más ortodoxo de los capitalismos.

Volvamos al progreso, que, al fin y al cabo, era el motivo de mi conferencia y el pretexto de mi peregrinación iniciática. No he tenido la impresión de que esos hombres creyeran en él como se creía en el siglo XIX. Ninguno de ellos habría suscrito la famosa y mística arenga que Víctor Hugo puso, en Los miserables, en boca de un insurrecto que iba a morir en las barricadas, ni la teoría de los tres Estados de Auguste Comte, ni las oraciones de Woodrow Wilson. Sin ser siempre conscientes, están más instalados en la teoría de los ciclos que en el progreso lineal, en la bíblica sucesión de años de hambre y años de abundancia que en la fe en una marcha ineluctable hacia un mundo radiante. ¿Les doy demasiado crédito? No dudan en creer que la búsqueda de un mejor estar va necesariamente a lograrlo. El economista es algo más relativista que antes. Pero sigue teniendo un fondo de optimismo.

Mi conclusión es la de la embajadora de EE UU en Berna, que me dijo al final de mi conferencia: "No sé si la economía sirve para algo, pero sé que las mujeres están bien situadas para no dudar de la realidad del progreso. Para ellas, desde los orígenes del mundo, todo ha cambiado". Para los supervivientes de las matanzas y los genocidios, esta idea no es falsa.

Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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