Ingresos a la baja
EL CUMPLIMIENTO del objetivo de déficit público en 1996 es una auténtica novedad en la evolución de los parámetros económicos españoles. En el caso del déficit, el hecho de que no solamente se haya restringido su crecimiento hasta el 4,4% del PIB, sino de que existan expectativas de que sea incluso inferior, tiene un carácter insólito en un país tradicionalmente inflacionista y escasamente comprometido en el control del gasto público. Es una novedad que mejora considerablemente la imagen exterior de la economía española.Pero de este cumplimiento tampoco cabe extraer las consecuencias desaforadamente triunfalistas que se ha apresurado a manifestar el equipo económico. La actuación presupuestaria en el ejercicio de 1996 resultó muy favorecida por las atribuciones de gasto remitidas a 1995: los 700.000 millones heredados del ejercicio anterior se transfirieron al capítulo de la deuda sin contabilizarse en el déficit del año. Pero esto no podrá repetirse ya. En 1997 tendrán que aplicar un ajuste presupuestario auténtico, que a la vista de la proyección de los ingresos públicos obligará probablemente a ejecutar algún recorte adicional del gasto a mitad de ejercicio.
La recaudación tributaria se va a convertir en el obstáculo más difícil para cumplir las exigencias presupuestarias de Maastricht, que obligan a recortar el déficit (en términos de contabilidad nacional) al 3% del PIB. Ni Rodrigo Rato ni el secretario general de Presupuestos, José Folgado, han sabido explicar de forma satisfactoria el acusado descenso de los ingresos públicos, en especial de los impuestos directos, cuya tendencia a la baja será, sin duda, un lastre importante en el Presupuesto de 1997.
Todos los indicios apuntan a que este año se registrará un nuevo estrangulamiento en la recaudación, que pese a las estimaciones oficiales no depende sólo de la buena marcha de la economía. Debe atribuirse más bien a la continua y onerosa utilización de las desgravaciones y deducciones impositivas como mecanismos para estimular el crecimiento, el empleo o la creación de empresas. Tareas en las que, por otra parte, cosechan estrepitosos fracasos. Entre 1992 y 1996 la presión fiscal media en términos de ingresos no financieros de las administraciones públicas ha caído dos puntos porcentuales sobre el PIB. No hay razón alguna para suponer que en 1997 se iniciará una tendencia al alza.
España debe cumplir rigurosamente el objetivo de déficit para formar parte del primer pelotón de la moneda común en 1999. Ésa es la condición previa para esquivar las dudas que puedan plantear otros sobre nuestro compromiso de estabilidad. La cifra de déficit en 1996 es un buen comienzo, pero sería un error imperdonable estimar que este año las cosas serán sencillas.
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