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Tribuna:MÚSICA
Tribuna
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Fiesta musical con Zacharias

Las sonatas de Schubert interpretadas el martes en Madrid por Christian Zacharias en el Auditorio Nacional: la gran fiesta musical y la mejor conmemoración del compositor austriaco que puede hacerse. Este genio del piano, alemán, aunque nacido en la India en 1950, es capaz de damos este maravilloso Schubert, el más sorprendente Ravel y un incomparable Scarlatti. Además, Zacharias carece de énfasis y de vanidad, quizá porque sabe bien que el arte supremo tiene siempre el rostro sencillo: el que mostró en las Sonatas en la mayor, do menor y re mayor (d. 664, 958 y 850).El piano de Schubert (Viena, 1797-1828) es difícil no sólo en razón de su virtuosismo, sino por lo que tiene de esencial. Con él, como con los lieder, se inaugura el romanticismo puramente hablando, pues si Beethoven o Weber pertenecen a la misma oleada, en el primero encontramos la gran transición que va desde el clasicismo vienés hasta el romanticismo grandioso y trascendente; Weber prestó su mejor contribución al tiempo que venía desde los escenarios operísticos.

Contaba Schubert 13 años cuando nacieron Schumann y Chopin (1810). Un año mayor es Mendelssohn, romántico pero con fuerte vocación clasicista. En fin, las dos grandes explosiones del tiempo y del futuro: Liszt, (1811) y Wagner (1813). Brahms (1833) iniciará ya el romanticismo aun cuando su obra embeba las aguas serenas de Schubert y las agitadas de Schumann.

Las sonatas desarrollan una sola ideología. Cantan las frases recortadas con sabiduría e instinto y se animan en discurso musical gracias a la maravillosa originalidad de las modulaciones, hechas color tonal. Habla íntimamente el hombre -melancólico, triste, optimista- y su discurso musical puede alzar su voz dramática mas sin grito patético. Una inventiva de extraordinaria fantasía nos permite vivir como breves las formas ampliadas mientras el alma del lied se entraña en la sustancia misma de lo schubertiano.

Zacharias evidenció todo lo anterior a través de sus mundos sonoros nítidos y encantatorios que fabrica con los ataques y un juego de pedales fuera de serie. Aun respetando la confidencialidad del mensaje schubertiano, lo despoja de la menor ganga añadida. Del mismo modo que Schubert (hasta cuando roza mundos afectos a la naturaleza y a cierto popularismo jamás cae en vulgaridad), las versiones de Zacharias vuelan alto en todo momento. Parece entregarnos en volandas el arte insólito y perdurable de este genio vienés de vida breve nacido hace dos siglos tras los cuales su legado reverdece cada vez que lo escuchamos.

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