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Una mujer admite haber emparedado a su marido y alega malos tratos

, Rosa Guardia Reverter, de 37 años, admitió ayer ante un tribunal de la Audiencia de Barcelona que mató a puñaladas a su marido en la Nochebuena de 1994. También reconoció haber ideado el plan para emparedar el cadáver en su vivienda de Granollers con la participación de sus hijos. Pero la mujer explicó que actuó así en defensa propia y relató una sórdida y espeluznante relación conyugal que duró 22 años.La fiscal solicita en sus conclusiones provisionales 26 años de cárcel para la acusada por un supuesto delito de parricidio y no formula ninguna acusación contra tres de los hijos al entender que concurre la excusa absolutoria de parentesco.

Ayer la mujer varió ligeramente lo que había explicado en comisaría para poder exculpar completamente a sus hijos por haber ayudado a emparedar el cadáver, que estuvo así 45 días, hasta que una de las hijas lo denunció. Los hechos se remontan a la noche del 24 de diciembre de 1994 cuando José Torres Peña, de 50 años, acudió borracho a su domicilio y se inició una de las discusiones habituales con su esposa, durante la cual el hombre la amenazó con un cuchillo. La fiscal considera que, al verse amenazada, la mujer lo ató con cinta aislante a una silla. El marido se resistió y le clavó el cuchillo en las manos.

Fue en ese instante cuando la mujer reaccionó a la agresión y asestó a su marido una primera puñalada, a la que siguieron otras 13, una de las cuales le perforó el pulmón derecho. La mujer explicó: "Él me agredió primero y al darle yo la primera puñalada se cayó en la silla, sonrió y cerró los ojos, pero mantenía el cuchillo en la mano". Luego matizó: "Pensé que se había mareado y que cuando se recuperase vendría a por mí". De ahí, según ella, las puñaladas posteriores y la cinta aislante para sujetar después el cadáver a la silla.

Nicho en el armario

Al día siguiente, festividad de Navidad, Rosa Guardia ingresó en una clínica para curarse de las heridas y les dijo a sus hijos que esperasen a que ella saliese para hacer desaparecer el cadáver, que seguía atado a la silla porque ella "no quería tirarlo fuera, quería tenerlo allí". Por eso les encargó que comprasen ladrillos y materiales para esconder el cuerpo en el armario de la habitación conyugal.

Al salir de la clínica, la acusada acudió a comisaría para denunciar la desaparición del marido y días más tarde incluso llamó al programa ¿Quién sabe dónde?

El dramatismo del caso se completó cuando la mujer relató su infernal relación conyugal con la víctima, ratificada por los hijos. En este sentido explicó que había sido violada varias veces por su marido, que había abortado en dos ocasiones cuando estaba embarazada de varios meses porque éste le dio puñetazos o patadas y que en otra ocasión le pegó fuego a su melena.

El hombre había estado ingresado en 1991 en el psiquiátrico de Sant Boi y era alcohólico.

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