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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El banco y la política

REABRIR A estas alturas, como ha intentado París, el debate sobre el control político del futuro modelo de Banco Central Europeo (BCE) parece un movimiento tardío. Aunque no del todo superfluo, ya que el Tratado de Maastricht, pese a haber fijado un modelo de autonomía del BCE a la hora de decidir la política monetaria a seguir -fundamentalmente en función del control de la inflación-, ha dejado muchos cabos sueltos que ahora hay que atar.El tratado, en línea con el modelo del Bundesbank, primó la eficacia sobre la democracia a la hora de dise fiar el BCE, la primera institución supranacional europea con poderes económicos. Pero las numerosas vías, de relación que existen en Alemania entre el Banco Central y los poderes políticos no están prácticamente previstas en una Unión Europea (UE) que carece de Gobierno como tal. Y, sin embargo, hay que crear tal relación, pues el BCE también está comprometido por el tratado a apoyar la política económica general de la UE. Y es a los ministros reunidos en el Consejo de Economía y Finanzas (Ecofin) a los que corresponde fijar algo tan importante como el tipo de cambio del euro frente a las monedas exteriores, a comenzar por el dólar, y decidir las intervenciones en relación con el mantenimiento de una u otra paridad. El BCE tendrá autonomía en su esfera de competencias, pero no puede actuar en el vacío ni sin rendir cuentas ante nadie. Por ello, y porque la Unión Económica y Monetaria va a suponer una mayor coordinación de las políticas económicas de los Estados miembros y una vigilancia conjunta de su evolución, no resultaba descabellada la idea de Jacques Delors de un "Gobierno económico de Europa", mezcla del Ecofin y del Consejo Europeo de jefes de Estado y de Gobierno, motor político de la UE.

Ahora bien, este concepto dista mucho del "Consejo de Estabilidad" que propone ahora Francia, en el que sólo participarían los países integrados en el euro. Tal consejo -resurrección de la antigua idea de un directorio, en forma monetaria- iría en contra no sólo del espíritu, sino de la letra del tratado. Generaría desconfianza entre los que se quedaran al margen, cuándo la integración europea sólo puede avanzar desde la confianza entre todas las partes. A España no le conviene apoyar tal idea cuando aún está en busca de credibilidad y su ingreso en el euro no está garantizado en la primera ola.

Los alemanes, sobre todo el presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, temen que detrás de estos escarceos franceses se esconda la promoción de un euro débil que, al devaluarse frente al dólar, favoreciera las exportaciones europeas. Pero Francia podría estar. moviendo todo este asunto por una cuestión más prosaica: colocar a un francés al frente del BCE.

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La combinación de un BCE hecho sobre al patrón alemán, situado en Francfort, y con el holandés Wim Duisenberg -próximo presidente del Instituto Monetario Europeo- a su cabeza, podría resultar, en opinión de París, demasiado escorada hacia lo germánico, cuando Francia carece en estos momentos de altos funcionarios en las instituciones europeas. Y en su búsqueda del apoyo a tales planes, París parece incluso dispuesto a hacer concesiones respecto a una europeización del Mando Sur de la OTAN. La interlocución política entre los Estados y las instituciones en la Europa monetaria es razonable. El contorsionismo, no.

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