La pasión de un mentiroso
Cineclassics dedica un ciclo al director Raoul WaIsh durante este mes
, "Nunca le aburriría contándole la verdad". Miriam Cooper, su primera mujer, le definió así. Albert Edward Walsh (1887-1980), más conocido por Raoul, dejó un puñado de vibrantes mentiras cuyo común denominador fue siempre la pasión. El placer de la aventura, el gusto por la acción y el pulso especial para navegar por los adentros del alma marcaron cada una de sus producciones. Cineclassics, en Canal Satélite y Canal Satélite Digital, inicia hoy un breve recorrido por algunas de las piezas más representativas de uno de los cuatro cíclopes (pues, aunque no todos tuertos, usaron parche) del cine, junto a John Ford, Nicholas Ray y Fritz Lang.Desde la película muda El ladrón de Bagdag (1924), con el acrobático Douglas Fairbanks, hasta Al rojo vivo (1949), protagonízada por el salvaje James Cagney, Walsh insistió siempre en un único método de trabajo: "Acción, acción, acción... Llenar la pantalla de forma incesante con sucesos. Hechos lógicos en una secuencia lógica". El canal dedicado a rescatar la actualidad de los clásicos se centrará en cuatro de las piedras de toque de su filmografía.
The roaring twenties (1939) es la primera de las ofertas. Esta película supuso el impresionante renacer de un director al que se dio por difunto para el cine sonoro tras unas poco brillantes incursiones en el musical y la comedia (Going Hollywood, 1933). Atrás quedaban el éxito comercial de El precio de la gloria (1926), el espectacular western En el viejo Arizona (1929), donde WaIsh perdió su ojo derecho, o el mentado El ladrón de Bagadad. De repente, Walsh. se inventa un James Cagney, secundado por Humphrey Bogart, que consigue dar una nueva dimensión al cine de gánsteres. Los personajes que hasta el momento habían sido tratados como gigantes se transforman en seres demediados, violentos y torturados.
El aventurero que antes de cineasta había sido marinero, vaquero, jugador emperdernido y, sobre todo, santo bebedor ("no me pongo un ojo de cristal porque lo perdería en una borrachera'") reinicia una carrera que le llevará a lo más alto. Después vienen las colaboraciones con Bogart de granítico protagonista en Pasión ciega y El último refugio, para en 1941 crear la mirada melancólica de un héroe y de una forma de ver la conquista del Oeste. El general Custer interpretado por Errol Flynn en Murieron con las botas puestas será la segunda parada del miniciclo y la perfecta configuración del tipo de héroe walshiano. En una de las formulaciones clásicas (Andrew Sarris), los personajes de Walsh no están preocupados por el porqué de sus acciones (como los de Hawks) ni por el modo de llevarlas a cabo (como los de Ford), a ellos lo único que les preocupa es qué deben hacer en un salto sin red a lo desconocido, a la más elemental de las aventuras.
Flynn, igual que Cagney, Raft o Bogart, encarna todo esto. En Murieron... surge un extraño romance, con olor a sudor agrio y sesiones de alcohol interminables, que culmina en la joya del género bélico Objetivo Birmania (1945). Flynn y Walsh filman en un imposible sureste asiático (un rancho a las afueras de Pasadena) el más brutal viaje interior a la desesperación. La colaboración de los dos se rompería en la que es la tercera cita en Cineclassics: Río de plata (1948).
El fórmato de western convencional sirve para que el director haga que su varonil estrella enseñe su cara más amarga: la de un jugador de cartas marcadas. El año siguiente, después de realizar un remake de El último refugio, en el Oeste y con un final distinto, titulado Juntos hasta la muerte, Walsh lleva a cabo su película más visceral: Al rojo vivo (1949). Hasta su última cinta (Una trompeta lejana, 1964), dirigirá todavía una veintena más de películas, pero ninguna de la fuerza de la protagonizada de nuevo por James Cagney y que cierra la breve retrospectiva.
Otra vez Cagney y de nuevo caracterizado de gánster. En esta ocasión se trata de un violento y acomplejado criminal dominado por su madre. Los sentimientos se difuminan hasta alcanzar la categoría de enfermedad. Los criminales han dejado definitivamente de ser héroes. Una imagen queda para siempre: James Cagney sobre unos depósitos de combustible a punto de la explosión y una frase: "Lo conseguí, madre. Estoy en la cima del mundo".
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