Las tendencias totalitarias del capitalismo salvaje
El Foro Económico Mundial de Davos, que abrió sus sesiones el pasado jueves, ha echado raíces en el calendario ecónomico y político internacional y es un referente de las corrientes intelectuales predominantes en el mundo empresarial y en el de los gobiernos. El año pasado la reunión aplaudía la globalización comercial y empresarial. Este año, el lema es el anodino "construir la sociedad de redes", muy adecuado a la orgía de redes empresariales que supone este encuentro para sus mil miembros, pero que supone un claro retroceso del triunfalismo capitalista.Los tiempos han cambiado y el foro con ellos. Sus directores han establecido este año un proyecto que estudia temas de responsabilidad social y humana con Elie Wiesel, el teólogo Hans Küng y el cardenal Etchegaray de París, entre otras figuras del mundo político, jurídico y académico. Las organizaciones de trabajadores ocupan ahora un lugar importante en el diálogo, con la participación de John Sweeney, nuevo líder del sindicato estadounidense AFL-CIO. Se debatirá el civismo empresarial; si es necesario articular un nuevo contrato moral entre los patronos, los empleados y las comunidades en las que funcionan las empresas; el equilibrio entre la competitividad económica y la cohesión social (y la justicia social) y entre la estabilidad de precios y el desempleo. Se estudiarán las consecuencias negativas de la tecnología, así como los puntos negativos del modelo económico de EE UU.
Hasta hace muy poco, el pensamiento convencional del mundo industrial respaldaba incondicionalmente la globalización y la primacía de la empresa frente a los intereses sociales, y sus defensores insistían en que la globalización produciría inevitablemente no sólo un aumento del nivel de vida a escala internacional, sino también una sociedad más justa.
Lo experimentado hasta la fecha hace que haya muchas dudas sobre los resultados políticos y sociales reales de la globalización. Los efectos sociales en los países desarrollados incluyen tasas elevadas de desempleo e incertidumbre económica y social en Europa y aumento de las desigualdades y la marginación económica en la población trabajadora en EE UU, y, más recientemente, la violenta reacción en Corea del Sur ante la intención de imponer una legislación laboral encaminada a la globalización del país.
Está demostrado que el argumento de que la globalización aumenta el nivel de vida a escala mundial se basa en la presunción de que el mercado laboral internacional es finito, y por tanto los trabajadores recuperarán finalmente su capacidad de negociar desde una posición de fuerza, lo cual es falso. A efectos prácticos, el mercado de empleo es infinito y el poder de negociación de los trabajadores es el más bajo del siglo. Sólo ahora comienzan a apreciarse las consecuencias políticas de todo esto.
Pero más importante aún es la percepción, cada vez más extendida, del capitalismo actual como una fuerza deshumanizadora cuyos objetivos y valores prioritarios son el simple engrandecimiento individual. Entre las últimas intervenciones, la más espectacular ha sido la del financiero George Soros, el hombre que con más éxito ha explotado las oportunidades ofrecidas por los mercados financieros contemporáneos, pero que es demasiado inteligente como para no darse cuenta de que un sistema de valores puramente materialista es esencialmente totalitario, destructor de la cultura y de los valores de la civilización.
Los pensadores más inteligentes del campo conservador y proempresarial están hoy dispuestos a reconocer los estragos sociales causados por la supremacía, desde hace dos décadas, del interés individual y empresarial sobre el bien común. La idea de que un comportamiento egoísta en el mercado implicaría automáticamente un avance en el bien común se ve ahora como una ingenuidad o un autoengaño interesado. Pero lo que se cuestiona va más allá del fraude o el sofisma, como dice Soros. El mercado tiene una tendencia natural a la desigualdad de los ingresos y a la destrucción de los valores que no producen beneficios comerciales. No es una locura hablar de la tendencia totalitaria en el capitalismo salvaje.
Los tiempos están cambiando y cada vez se juzga más al mundo mercantil con criterios políticos y económicos y con realismo. Esta tendencia es evidente en el programa de Davos y constituye el aspecto más interesante y significativo del encuentro de este año.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.