Víctor se pone las pilas
Mi cuñado Víctor, que lleva varios años en el paro, de repente está resuelto a montar su propio negocio. "¡Mira, hermano", me dijo con un dinamismo inusitado en él, "dice aquí que el modelo norteamericano del capitalismo se va a imponer en todo el mundo! ¡Tenemos que aprovechar la coyuntura económica actual para hacernos ricos!".Para avalar esta opinión, me enseñó varios recortes de prensa, algunos de este mismo diario. Pude leer que grandes pensadores como Pedro Schwartz y el embajador de Estados Unidos en Madrid, míster Gardner, apuestan fuerte por dicho modelo de sociedad. Incluso un pensador menor, Vicente Verdú, aunque no le gustan muchos aspectos del sistema yanqui, se resigna ante la ola del futuro.
"¿Pero qué negocio quieres montar?", le pregunté a Víctor, que en su juventud fue militante del PRTa, el Partido Revolucionario de los Trabajadores Auténtico.
"Primero pensaba en abrir una franquicia extranjera, de corbatas y pañuelos de caballero o algo así", contestó Víctor, "pero exigen demasiado dinero". Después me enseñó el número más reciente de Mercado del Trabajo. En la sección llamada Emprendedores estaban señaladas otras franquicias, entre ellas una con el curioso nombre La Ternera Enamorada ("carros móviles expendedores de alimentos y bebidas"). "Pero ahora se me ocurre que podría montar una pequeña fábrica de esa crema que tomamos en Detroit con las patatas fritas, ¿te acuerdas? Era muy sabrosa".
¡Vaya si me acordaba! Víctor se refería a una visita de ocio a Estados Unidos que hicimos en 1989 con su hermana (mi actual esposa). En Detroit, Víctor descubrió el onion dip, una mezcla de nata agria y cebolla en polvo en la que se mojan patatas fritas. Al final del viaje, conocía todas las marcas diferentes y los infinitos sabores de este popular producto americano, que comía a cualquier hora. En un mes engordó cinco o seis kilos por lo menos.
"Mira, hermano", le dije con el mayor tacto. "Yo no quiero desanimarte, ¿pero realmente quieres que ésa sea tu contribución a la civilización occidental? ¿Una sustancia química llena de colesterol y que no sólo engorda sino que probablemente causa el cáncer?".
Me contestó con una lógica implacable, y cierta desesperación: "Pero hermano, si no hay trabajo en España. Tengo que hacer algo, tengo que comer". Luego añadió: "Aprovecharemos el que eres norteamericano y, por consiguiente, dinámico y emprendedor" cualidades esenciales para toda nueva empresa. Además, hablas perfectamente el inglés, que ahora es imprescindible".
Estaba por decirle que siempre hay excepciones a los estereotipos nacionales, pero le vi tan ilusionado que me callé. Con la ayuda de varios avispados gestores sólo tardamos un año en reunir todos los papeles y permisos pertinentes, cada uno con su sello correspondiente. Mi actual esposa ha dado con varias recetas muy sabrosas de onion dip y tiene su licencia de manipuladora de alimentos.
Total, que encontramos a unos jóvenes que no dudaron un momento en firmar contratos basura, y pronto vamos a abrir un pequeño local en Carabanchel. Si bien no es muy céntrico, sí tiene la ventaja de estar al lado de una fábrica de patatas fritas. También está cerca del nuevo aparcamiento / centro comercial / plaza de toros cubierta de Vista Alegre que se está construyendo. Víctor sueña con que los aficionados acudan al tendido con nuestro producto. Después, Las Ventas, la Maestranza... ¿quién sabe?
Mientras tanto, Víctor se ha apuntado a un curso sobre Internet para las pymes, y yo le estoy traduciendo las partes más importantes de un best-seller americano sobre cómo montar tu propia empresa, Fired up: from corporate kiss off to entrepeneurial kick off, de Michael Gill y Sheila Paterson (Viking-Penguin, 22 dólares). La verdad, él casi podría leerlo solo tras sus clases intensivas de inglés comercial en Wall Street Institute. El otro día me dijo, y además con un acento de Chicago: "Brother, I've seen the future, and it works!".
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