Europa: querer y poder con flexibilidad
A Europa le ha llegado la hora de la verdad. Los resultados que se logren este año en los dos grandes procesos en marcha, el euro y la CIG (Conferencia Intergubernamental) serán decisivos para el destino de la construcción europea. De aquí la movilización de países, partidos y gobiernos a que estamos asistiendo. El problema esencial es ponernos, definitiva e institucionalmente, de acuerdo sobre cuánta Europa, cómo Europa y para qué Europa. Digo Europa, o sea, Europa política y no espacio económico europeo, zona europea de libre cambio, etcétera. Lo que no es fácil, porque muchos de los que efectivamente quieren, hoy por hoy no pueden -países de Europa central y oriental, Grecia, ¿Italia, Portugal, España?-, y porque muchos de los que pueden, hoy por hoy no quieren -Dinamarca, Reino Unido, ¿Suecia?-. Y aún más porque los que, hoy por hoy, quieren y parecen poder -Alemania, Francia, Benelux, Austria, Finlandia, Irlanda- no quieren lo mismo en el cuánto, en el cómo o en el para qué de Europa. Los avatares de la CIG están ahí para probarlo.Para evitar la ruptura a la que empuja la dinámica centrífuga entre el polo de los que quieren y pueden -los escogidos-, el de los que quieren y no pueden -los meritorios- y el de los que pueden y no quieren -los reservones- se apela a una cláusula general de flexibilidad. Cuya lectura contradictoria responde a las opciones contradictorias de esos tres polos. Para los reservones, flexibilidad es sinónimo de coger lo que me conviene y dejar el resto. La práctica danesa del opting out, la preferencia política del Reino Unido por una Europa a la carta, y la expresión periodística anglosajona pick and choose a propósito de la construcción europea, son algunas de sus muestras.
Para los escogidos, la invocación a la flexibilidad es, con frecuencia, la coartada para constituir un club de excelencia,, de numerus clausus y vocación rectora, cuyo instrumento sea el euro y su propósito, la confirmación del liderazgo europeo de los actuales países líderes -Alemania y Francia- y la consolidación del tipo de estabilidad -statu quo- económico y social hoy prevalente en Europa. Las reiteradas declaraciones de estas últimas semanas por parte de dirigentes holandeses y alemanes sobre el riesgo de que Italia y España formen parte del grupo de los escogidos, aun en el caso de que puedan cumplir los requisitos que el euro impone; la encarnizada lucha del presidente del Bundesbank, para que se establezca un Pacto de estabilidad que imponga automáticamente sanciones millonarias de hasta el 0,5% de su PIB (lo que en el caso español podría equivaler a 400.000 millones de pesetas) a aquellos países que no logren controlar su déficit o agraven su endeudamiento después de haber accedido a la nueva moneda; las continuas alusiones de la prensa alemana y de su clase política al peso de la contribución alemana a la construcción europea y el sacrificio del marco en aras del euro, causa del cambio de su opinión pública, hoy mayoritariamente adversa a Europa, según el sondeo que publicó el pasado viernes el diario Handeisblatt, son comportamientos que prueban lo fundado de esta interpretación.
Para los meritorios, la flexibilidad no puede significar más que la posibilidad para todos de incorporarse a la misma Europa, de manera continua y progresiva. Es decir, comunidad de objetivos y marco institucional único pero ritmos de integración diferenciados. Lo determinante, en consecuencia, no es el acceder en el primer momento, sino el acceder plenamente, con los mismos derechos y deberes, y sin costos suplementarios. Por ello, españoles, portugueses e italianos, sin renunciar a estar desde el primer momento en el grupo de los escogidos, tenemos como cometido fundamental el que todos los llamados, digo todos los países comunitarios que quieran, puedan ser elegidos. Sin descrédito ni penalidades. Batimos por el acceso diferencial y convergente de todos es batimos por Europa, es batimos por nosotros.
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