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TURBULENCIA POLÍTICA EN LOS BALCANES

"Menos cordones y más condones"

Los estudiantes de Belgrado mantienen un clima lúdico en su encierro

Ramón Lobo

La cristalera opaca de la facultad de Filosofía se ha mutado en un mural de protesta. Allí brota el humor más ácido de la lucha contra el presidente serbio, Slobodan Milosevic. En la calle, echando vaho entre los dientes, cientos de curiosos se detienen y leen divertidos. "Menos cordones y más condones", dice uno de los carteles en referencia a los antidisturbios. En otro, coloreado de carmesí, se ve a un Milosevic frotando con fruición una urna de la que surge humeante un genio vestido de policía. A la derecha, un folio a mano firme proclama: "¡Emancípate de la esclavitud mental!". En el interior, otro hace referencia irónica al partido de fútbol que España ganó a Yugoslavia en Valencia. "España 0, Yugoslavia, 2; por orden del Tribunal Supremo".Miroslav Maric, 19 años, es el portavoz de los estudiantes. Calza vaqueros impolutos y zapatillas de tenis. "Estamos aquí en un encierro permanente. Descansamos en el suelo en sacos de dormir. No pararemos hasta que Milosevic reconozca la victoria, destituya al rector y al responsable de la policía". En una sala grisácea de la cuarta planta se halla el sistema operativo de la protesta estudiantil. En una banca de madera, Benusi y Sanja hacen manitas bajo una mesa de formica verde. Son seis las parejas que se han formado en casi dos meses de batalla política. "Cada cuatro días me voy a casa, me ducho, veo a mis padres, como caliente y me vuelvo aquí con ropa limpia para otros cuatro días", explica Miroslav.

Milosevic trata de meternos miedo. Ha habido palizas aisladas de algunos de sus matones. Pero, ¿qué podemos perder? ¡Uf!, ¿Un año de la carrera? Prefiero perder un año a tener que vivir siempre bajo este régimen", asegura Miroslav. Boban, que le mira desde el más allá, musita: "Está debilitado [Milosevic], pero aún es fuerte".

En la calle peatonal Knez Mihaiilova, que desde hace casi dos meses es el manifestódromo de Belgrado, repica celestial la música andina. Un grupo boliviano, huido del Retiro madrileño, es el que canta. A su lado pasan hombres y mujeres con un silbato colgado del cuello. Es el arma de la coalición antiMilosevic. Todos los días, cerca de las tres, se llena de gente multicolor: niños que aprenden la diferencia entre la protesta callejera y la casera, ancianos meditabundos, mujeres en edad de emparejar repintadas con esmero, ejecutivos sin empresa... y un hombre de pelo cano con cazadora de campaña del Ejército norteamericano sin galones ni estrellas.

En los albores de Knez Mihailova, casi en Kalemegdan, la imponente fortaleza que vigila la fusión de los ríos Sava y Danubio, un grupo de policías desciende cansino de sus autobuses.

Dragan tiene 30 años y rasga un cromo que acaba de comprar para ver si tiene premio. "¡Claro que estamos hartos de venir aquí todos los días de doce de la mañana a nueve de la noche desde hace casi dos meses! Ellos [los manifestantes] son serbios, igual que nosotros; muchos estamos de acuerdo con ellos, pero este es el uniforme de mi trabajo". Tres agentes que escuchan con disimulada atención asienten a su lado. "Es cierto que los manifestantes nos dan golosinas y que charlamos con ellos. No las cogemos porque está la televisión y no queremos que nos vean los mandos", añade.

Miroslav Maric, el portavoz de los estudiantes, no se sorprende. "Es lógico, muchos de esos policías son jóvenes como nosotros, son de la misma generación y tienen los mismos problemas".

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"Cuando 100.000 personas se manifiestan cada día en las calles es que algo va mal. Esa gente tiene que tener un motivo", asegura Adjda, un bella estudiante. "Necesitamos un Gobierno de transición de Zajedno [Unidos]. El líder del futuro aún no ha nacido a la política", añade. Atila trata de no hacer honor a su nombre. "No nos engañemos; todos estuvimos de acuerdo con la guerra [la de Croacia y Bosnia]. Eran tiempos de nacionalismo, sentíamos que Serbia estaba en peligro. Todos nos equivocamos. Todos, croatas, serbios y musulmanes, tenemos que demostrar si fuimos inocentes o culpables".

A las siete y media de la tarde, Belgrado se transforma en una ruidosa fiesta. Cada día crece en decibelios y se extiende por el país. Es la hora del telediario oficial. Ayer se habló del tiempo y de las huelgas de Corea del Sur. "¿Y las de aquí qué?, ¿acaso no están más cerca", se pregunta cabreado Milenko, un serbio que balbucea en castellano.

A esa hora mágica, la mayoría de la gente sale a la ventana a golpear cacerolas o hacer sonar sus silbatos de plástico fabricados en Bulgaria. Los más sofisticados aprovechan a tocar sin reprimendas la trompeta o la guitarra eléctrica.

En el barrio de Banjica hay un importante cuartel militar. Muchas de las casas están habitadas por familiares de militares. "Aquí, la cacerolada es muy fuerte", asegura un diplomático europeo. "La gente está harta. Todos hemos minusvalorado la madurez de este pueblo para exigir libertad plena. Nos hemos visto sorprendidos. Como Milosevic. Los que acuden cada día a las manifestaciones no son borregos, saben muy bien lo que quieren".

En la antigua Marshala Tita, bajo un cartel gigante de Zajedno, suena por unos descomunales grandes altavoces la música de Underground, la película de Emir Kusturica. Es la famosa pieza de la boda. La gente baila en las calles. Una anciana toca palmas y brinca como un saltimbanqui. "¿Qué puedo perder si hace meses que no cobro mi pensión?".

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