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Europa vulnerable

Joaquín Estefanía

Pasada la euforia navideña, las cosas vuelven a su cauce y nos topamos de bruces con la dura realidad. Es cierto que hay datos que indican que las cosas van a mejor: en diciembre hubo un pequeño aumento del empleo (aunque menor que el de otros meses de diciembre anteriores); el consumo creció ese mes un poco más que hasta ahora, según algunos datos incipientes de grandes superficies; y el índice de producción industrial -un indicador importante- está incrementándose fuertemente.Es decir, la tendencia es buena aunque persiste la incógnita de si será suficiente para cumplir los objetivos de los Presupuestos, indispensables para ingresar en la tercera fase de la unión económica y monetaria (UEM) en el primer momento, y -lo que es más tangible- si la recuperación es detectada ya por los ciudadanos. El vicepresidente económico, Rodrigo Rato, cumpliendo el papel de guardián de la ortodoxia, que le corresponde respecto a sus compañeros de Gabinete, declaraba ante los embajadores de la Unión Europea que es consciente de que la bonanza económica todavía no ha sido descubierta en los hogares españoles. Para conseguirlo, el Consejo de Ministros apunta una y otra vez pequeñas medidas para lograr que despegue el consumo sin despertar el fantasma de la inflación. Difícil cuadratura del círculo.

Otro guardián de la ortodoxia más acentuado, el Banco de España -sin las mismas hipotecas políticas que el Gobierno- pronostica en su último boletín económico que el crecimiento del producto interior bruto (PIB) durante este año será del 2,8%, es decir, dos décimas por debajo del dato apuntado en los Presupuestos. Esta rebaja, de cumplirse (y es un poco pronto para comprometerse en ello) tiene especial significación en este ejercicio, pues de la cifra de crecimiento cuelgan otras muchas (por ejemplo, la de ingresos públicos), centrales para la consecución de un déficit no superior al 3% del PIB, máximo admitido por el Tratado de Maastricht

Y es que la coyuntura es muy vulnerable, no sólo en nuestro país sino en casi toda Europa. Las macromagnitudes con las que Alemania ha cerrado el pasado año suponen un jarro de agua fría tanto para Helmut Kohl (o para el presidente del Bundesbank, Hans Tietmayer, que un día antes de conocerse las cifras de un paro record, crecimiento tímido y un déficit del 3,9%, todavía firmaba un artículo de prédica con sus posiciones habituales -Indispensable estabilidad-, en la primera página de Le Monde), como para todos los países europeos, más o menos dependientes de la locomotora alemana.

Alemania se aleja de los criterios de convergencia y Francia, la otra gran potencia, no se acerca a ellos. En este contexto, las palabras con las que la presidencia holandesa se estrenaba como tal este trimestre, resultan un poco más impertinentes. Su ministro de Hacienda, Gerrit Zalm, propugnaba una primera ola muy reducida de países "para asegurar la credibilidad del euro", calificando de "histeria" la pasión de los gobiernos del Sur (entre ellos España) de formar parte desde el primer momento de la UEM. El primer ministro holandés, Wim Kok, abundaba en el asunto al considerar "inaceptable" cualquier intento de rebajar, por razones políticas, los criterios imprescindibles para entrar en el euro.

¿Y si tampoco los grandes cumplen con esas normas? ¿Se flexibilizarán los requisitos? ¿Se ampliarán los plazos? ¿O, tras una entrada por los pelos, habrá de aplicarse inmediatamente las sanciones que prevé el Pacto de Estabilidad y Crecimiento? Es inevitable que la política juegue un papel central que parecen no desear los holandeses, máxime si su banquero central, Wim Duisenberg, va a ser el primer titular del Banco Central Europeo. Esa sí que es la ortodoxia.

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