_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La nieve y la música

Mick Kelly deseaba con todas sus fuerzas ver la nieve en un país extranjero y aprender toda la música que estuviera a su alcance. Mick Kelly es una adolescente sureña de 13-14 años que vive con desgarro el descubrimiento del mundo y sus soledades en las páginas de El corazón es un cazador solitario, primera novela (1940) de Carson McCullers (1917-1967). En oleadas de sensibilidad, la escritora norteamericana nos conmueve con los hallazgos de Mick: las melodías de un tal Motsart que escucha furtivamente en la radio de una vecina; el impacto de la Tercera sinfonía de Beethoven, también a través de un aparato de radio. Pocas veces el deslumbramiento de la música ha sido mostrado con tanta emoción. Mick no es uno de los personajes principales de la narración. No importa. Su acercamiento a la ilusión musical en un ambiente nada propicio es tan intenso que produce escalofríos.

En Baviera (Alemania), desde donde escribo estas líneas, Mick Kelly lo habría tenido todo mucho más fácil. Hay nieve en abundancia y música hasta en el último rincón. Y sobre todo hay una convivencia cotidiana y natural con el arte de los sonidos desde las Escuelas de Música, germen básico donde se asientan las bases de un desarrollo posterior que lleva a lo ya sabido: abundancia de instrumentistas o de teatros de ópera aun en ciudades de tamaño moderado, proyección por televisión los sábados a hora punta de la trilogía Mozart-Da Ponte (Canal 3 Sat), familiarización con la música actual, etcétera. No es, evidentemente, Baviera la única región donde esto ocurre, sino una muestra de una vivencia que en Centroeuropa (y tal vez en el Reino Unido) es mucho más espontánea y enriquecedora que en otras partes del planeta.

El intento de asimilación a las bases de este modelo en España se ha estado llevando a cabo durante los últimos seis años con gran profesionalidad desde la Subdirección de Enseñanzas Artísticas del Ministerio de Educación y Cultura. En algunas comunidades autónomas (Cataluña, País Vasco, incluso Canarias), las Escuelas de Música se han desarrollado con mayor empuje que en otras, acogidas en gran medida a gobiernos locales o a Ayuntamientos. La consolidación general de este movimiento, aunque lenta, es imparable, y sin duda contribuirá a una democratización de la cultura musical y también a la posibilidad de unos conservatorios más eficaces (si alguien es capaz de alterar algunas reticencias inmovilistas).

El equipo que ha impulsado una buena parte de esta reforma educativa en España ha sido cesado fulminantemente a últimos del 96 por la ministra Esperanza Aguirre, no sé si en la frontera con la legalidad, como afirma el compositor Jorge Fernández Guerra en un lúcido artículo de fondo en el último número de la revista Doce notas, pero sí en el límite de lo incomprensible desde el punto de vista racional. No se trataba de un trabajo ideológico sino de normalización respecto a Europa, y a esto es muy difícil oponerse sin una alternativa mínimamente convincente. Para mayor contradicción, uno de los miembros más destacados de este equipo es el compositor José Luis Turina, a quien recientemente se le ha otorgado el Premio Nacional de Música. ¿Habrá una cláusula que excluya de este reconocimiento sus aportaciones pedagógicas?

A Esperanza Aguirre se le ha ido este tema de las manos, actuando con precipitación innecesaria y cometiendo un grave error. En otras decisiones, sin embargo, ha mostrado sensatez, bien manteniendo a un profesional de experiencia contrastada como Stéphane Lissner al frente del Teatro Real, a pesar de oscuras maniobras internas en contra, o bien reconociendo con las Medallas de Oro de Bellas Artes los méritos de Ramón Barce o nuestro querido y entrañable Enrique Franco, distinciones prometidas pero no llevadas a cabo por la anterior Administración.

Por razones de afinidad cultural es muy probable que la sureña Mick Kelly se sintiese más a gusto en España que en Alemania para llevar a buen término sus aspiraciones musicales. Incluso podría ver la nieve, tal como está últimamente la climatología. Pero, o mucho cambian las cosas, o inevitablemente se irá a Centroeuropa a componer una sinfonía o una sonata para violín o piano. 0, simplemente, a seguir aprendiendo. Una lástima, porque Mick Kelly es un ser maravilloso. De esos que una sociedad necesita.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_