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Comprar desde el sillón

Rebeca López, una de las primeras vendedoras de Avon, recuerda los inicios de la venta domiciliaria en Madrid

Hace justo 30 años, el ding dong de Avon sonaba por primera vez en muchos hogares españoles. Era la primera firma de venta domiciliaria que se instalaba en el país -un año y medio después llegaría Tupperware para enseñarnos los milagros del plástico en la cocina, y después un sinfín de marcas, casi todas de cosmética-, y pronto en cines, teatros, metro y autobuses se podían reconocer las ráfagas de violeta, rosa blanca, heliotropo o jacinto que caracterizaron sus perfumes. Lejos todavía de la venta por televisión, Avon traía consigo un marketing muy americano que tardó bastante en cuajar. "Fue durísimo. Al principio lo peor eran los porteros, siempre recelosos. A mí siempre me hicieron entrar por la puerta de servicio. Sin embargo, cuando llegabas a las casas, las señoras casi te agradecían la visita, porque para muchas de ellas era la única forma que tenían entonces de relacionarse y conocer lo que era la cosmética", explica Rebeca López, una de las primeras vendedoras Avon en Madrid, a quien su extremada coquetería impide confesar la edad.En aquellos sesenta, "la Nivea era el ünguento amarillo, e incluso muchas mujeres de clase alta desconocían lo que era una limpieza de cutis, una crema nutritiva o una mascarilla. De ahí que les gustara tanto que tú las aconsejeras", prosigue Rebeca. Carmen Polo de Franco, sin ir más lejos, tenía su propia distribuidora, a la que siempre consultaba cuando necesitaba algo, pese a que la compañía le enviaba religiosamente un paquete con todas las novedades.

Pero quienes más agradecían estas clases de belleza eran las mujeres de menos posibles, y así con el tiempo, las temibles porteras pasaron a engrosar la cartera de clientes de Rebeca. "Ellas nunca se iban a acercar a Álvarez Gómez y de pronto se encuentran con que yo les vendo a las señoras, pero también a ellas". Ante tamaña democratización de la cosmética, las pobres porteras pedían normalmente "lo mismo que usa la señora".

Avon nació hace 110 años en Estados Unidos. Fue la casualidad lo que haría millonario a David McConnell, un vendedor de libros a domicilio que premiaba a sus mejores clientes con pequeños frascos de perfume que él elaboraba artesanalmente. La demanda de colonia superó pronto a la de libros, y McConnell decidió olvidarse de la literatura para montar una pequeña fábrica cercana a Nueva York con el nombre de California Perfume Co., que aún hoy sigue funcionando. Cincuenta años más tarde, en 1959, durante un viaje a Gran Bretaña y quizá por reminiscencias literarias, adoptó el nombre de Avon, en recuerdo al pueblo que vio nacer a Shakespeare, Strafford Upon Avon.

Aunque hoy no faltan hombres entre sus vendedores, en 1966 la lista de empleados se escribía en femenino, siguiendo la filosofia de McCormell de que se acoge mejor a una extraña que a un extraño. "Al principio se achacaba que todas las vendedoras de Avon eran mujeres con problemas", afirma Luis Rincón, responsable de comunicación de la firma, para quien a esa crítica no le faltaba razón. Al principio y todavía ahora muchas mujeres encuentran en la venta domiciliaria una forma de mantener a su familia o, al menos, de aliviar la economía doméstica. "Avon ha sido el primer trabajo para muchas mujeres, y yo todavía me sorprendo con el talento oculto que tienen muchas de ellas. Las ves por primera vez inseguras, apocadas, porque han delegado todo en su marido, y a los dos años no las reconoces".

Rebeca, en cierta manera, no se escapa a ese prototipo. Tras una existencia plácida y acomodada en La Habana, Madrid fue a principios de los sesenta la ciudad donde tuvo que empezar de nuevo. Su marido, pariente de Pepín Fernández, padre de Galerías Preciados, quiso reproducir en la calle de Fuencarral El Encanto, embrión cubano de aquellos grandes almacenes. La tentativa fue desastrosa.

"Ya entonces no había quien le tosiera a Galerías o a El Corte Inglés", señala Rebeca para explicar el fracaso de la empresa. Nunca había trabajado, pero consciente de su labia natural se decidió a entrar en Avon porque la libertad de horario le permitía atender a sus tres hijos y a su casa. Entonces la empresa demarcaba las zonas de venta entre sus distribuidoras, quizá en un intento de evitar la competencia desleal. A ella, por su proximidad a su domicilio, le asignaron el área comprendida entre las calles de Diego de León, Velázquez y Juan Bravo, en pleno barrio de Salamanca.

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Tras dejar "Ias camas hechas, las lente as puestas y los niños en el colegio", Rebeca empezaba su periplo por el barrio. Su nueva vida laboral iba aparejada al carro de la compra. "Lo llenaba por la mañana de productos Avon, y cuando los vendía todos me pasaba por el mercado y lo volvía a cargar, esta vez con verduras, frutas, comida". Hoy hay vendedoras que utilizan furgonetas. "Si tienes la mente abierta y el corazón cerrado puedes hacer mucho dinero. Pero a mí siempre se me dieron mal las matemáticas. Jamás he insistido, sólo insinuado, por eso todas mis clientas han llegado a ser mis amigas".

Según cuenta Luis Rincón, una buena distribuidora puede vender entre 10 y 12 millones de pesetas al año. Normalmente es gente que se ha introducido en los grandes centros oficiales, ministerios, hospitales. "Ahí se vende muchísimo. Hubo un tiempo, no se sabe muy bien por qué, que el Parque de las Avenidas era un auténtico filón". Hoy las ventas cuajan más en la periferia, Móstoles, Alcorcón, Leganés.

Fiel a la firma

En estos 30 años, Rebeca ha seguido fiel a la firma, aunque hace tiempo que desechó el puerta a puerta. Hoy vende sólo a gente conocida, mayoritariamente a amigas: "A los hombres les vendo poco", reconoce. Sin embargo, su vida laboral no se ha parado en la cosmética. Durante mucho tiempo se dedicó también a los seguros, y ahora hace sus pinitos en el mundo de la figuración. Además de en anuncios para televisión, es fácil ver su imagen fugaz en películas, series e incluso en Aida, la superproducción operística de la temporada pasada. "Soy como una gallina clueca, me cabe todo bajo las alas".

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