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Ciudadanos sin armas

Si la costumbre de elegir hombre o mujer del año tuviera algún sentido, entonces habría que nombrar en esta ocasión a aquella mujer mayor, de 66 años, que sufrió la rotura de cadera por el delito de llevar un lazo azul por las calles de San Sebastián; o a aquel hombre, joven y fornido, que en Getxo se enfrentó solo, con riesgo de su integridad física, a una nutrida manifestación que pretendía añadir escarnio al dolor de una familia; o a aquel otro hombre, que sufrió graves quemaduras por recriminar un acto de vandalismo a un grupo de lo que ahora llaman "los violentos", como si se refirieran a un rasgo del carácter; o, en fin, a esa librera poseedora de excepcional coraje que ha sentido sobre sus libros la mirada del odio y la mano incendiaria.Todos ellos son ciudadanos vascos y ninguno ha renunciado a ser libre en un país en el que comienza a ser peligroso defender el derecho a la libertad sin ir armado. Ésta es la situación o, más exactamente, ésta ha llegado a ser la situación: si no te protegen las armas, no tienes derecho a ser libre. Como se sabe bien desde Maquiavelo, estar desarmado, además de "acarrearte otros males, te hace despreciable" por la sencilla razón de que "no hay proporción alguna entre un hombre armado y un hombre desarmado". Así son las cosas: es inútil, cuando no es hipócrita, predicar el diálogo y la paz ante hombres dispuestos a disparar o lanzar bombas; es un fraude hablar el lenguaje de la equidistancia, lamentar que los dos bandos no negocien. Frente a un estrategia que recurre a las armas para alcanzar sus fines, sólo las armas pueden servir como barrera de contención.

¿Qué armas? Sin duda, las que una sociedad y un Estado democráticos deben oponer con toda legitimidad a la agresión física: las de una policía eficaz, dotada de medios, sostenida por la ley y por los jueces, apoyada por sus responsables políticos y por el mayoritario respaldo de la población. Ésta es toda la cuestión, pues mientras haya dirigentes políticos que consideren -como manifestaba el secretario general de un sindicato de la policía vasca- que "aplicar la Ley de Protección Ciudadana es una provocación", habrá jueces que nunca dispondrán de los elementos de prueba imprescindibles para mostrar a "los violentos" lo que cuesta el recurso a la bomba y a la pistola y habrá ciudadanos dispuestos a creer que las víctimas de los atentados son realmente sus provocadores.

Algunos nacionalistas vascos comparan habitualmente a los "cachorros de ETA" con los grupos de acción nazis o fascistas. Si eso fuera así, no habría más remedio que concluir que en Euskadi se han sembrado en estos 20 años todos los ingredientes para que una planta similar al nazismo haya florecido con tanta pujanza. Históricamente, el fascismo sólo ha crecido allí donde ha disfrutado de amplias complicidades entre las élites políticas y en los aparatos de Estado y donde un sector de la población se ha desentendido de sus fechorías con el argumento de que eran un asunto político y ellos no se mezclaban en política. Hitler no contó sólo con sus escuadras de choque, con una policía que siempre llegaba tarde, con jueces dispuestos a firmar las sentencias que quisiera y con esos pacíficos alemanes a los que Goldhagen ha llamado "willing executioners", ejecutores voluntarios de su programa de exterminio; contó con todo eso, desde luego, pero contó sobre todo con quienes miraban a otro lado cuando a su vera se violaban derechos humanos fundamentales. Contó con el miedo.

Si se comienza por no aplicar la ley, se acaba considerando reos a las víctimas. Y eso sí que es ya nazismo en estado puro; el judío es culpable y merece su destino. Por eso, si fuera cierto que el gremio de libreros de Guipúzcoa ha rehusado defender a una ciudadana desarmada con la excusa de que el ataque de que ha sido objeto es un "tema político", habríamos bajado el escalón que faltaba en este desolador descenso hacia el fascismo.

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