_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La fuerza de la calle

Durante cuarenta y tantos días, más de cien mil personas han salido a la calle en Belgrado y en otras ciudades serbias pidiendo la dimisión de un presidente. que no ha tenido el menor reparo en permitir que se amañen los resultados de las elecciones municipales del 17 de noviembre. No es la primera vez, y me temo que tampoco será la última, que un Gobier-. no tergiverse unas elecciones, pero levanta el ánimo comprobar que la indignación saca a la calle durante tantos días a tamaña muchedumbre. Hay un momento, que me atrevería a llamar mágico, en que la gente pierde el miedo y, al descubrir la solidaridad como el camino de la libertad, colectivamente en la calle grita basta. Cuando oigo que cada pueblo tiene el Gobierno que se merece pienso en dictaduras que hasta el último momento contaron con la pasividad de la población, pero también en aquellos pueblos que, por brutal que hubiese sido la represión, prefirieron salir a protestar. La revolución de 1905 -el domingo sangriento- y la de 1917 empezaron en Rusia con sendas manifestaciones masivas. Y fueron las manifestaciones de Leipzig y la masiva concentración del 4 de noviembre de 1989 en Berlín oriental las que acabaron con el régimen de Honecker.Desde hace más de un mes, cada noche vemos en nuestras pantallas caras con expresión de temor, mezclado con orgullo y satisfacción, que desfilan por las calles de las ciudades serbias, exigiendo el fin de un régimen corrupto, autoritario, desfasado. El Gobierno calculó bien al dar por descontado que lo que más favorecería a la oposición sería una intervención brutal de la policía y que, por tanto, lo que convenía era dejar que el correr de los días desinflase el movimiento callejero. Al ocurrir lo contrario de lo previsible, el astuto Milosevic no tuvo más remedio que organizar contramanifestaciones con sus fieles traídos de todos los rincones de la república. Pese a contar con el apoyo oficial, y sobre todo con la garantía de poder impunemente dar rienda suelta a comportamientos brutales, fueron pocos, a los que además hubo que retirar pronto de la calle si se quería evitar mayores males: un profesor de universidad murió apaleado. La oposición ya tenía su víctima y la gente sin acobardarse.

La persistencia de las manifestaciones, pese al frío y las fiestas, no deja al presidente serbio otra salida que dar por válidos los resultados electorales anulados, máxime cuando coincide con la recomendación que incluye el, informe encargado por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). Ahora bien ' lo más probable es que esta concesión ya no sea suficiente para impedir que se mantenga la exigencia de que dimita. A estas alturas la crisis serbia ya sólo puede terminar, bien con la dimisión de Milosevic, bien negociando con la oposición una fecha próxima para celebrar elecciones presidenciales.

Resulta reconfortante que los políticos, tan acostumbrados a menospreciar la calle, de vez en cuando reciban noticia directa de su fuerza. En Kosovo, en 1989, Milosevic, invocando, la emoción nacionalista, pudo reunir a más de un millón de personas. Si los líderes carismáticos se distinguen por no saber abandonar el poder, el nacionalismo se revela una especie de marea negra que en poco tiempo lo inunda todo, pero al retirarse sobre el terreno sólo deja infortunio y destrucción. Milosevic no es ya el garante de los acuerdos de Dayton, sino más bien su víctima. El nacionalismo que lo elevó muestra ahora su verdadera cara de crímenes y guerra. La paz en Serbia, como en cualquier parte, supone sustituir el mito nacionalista, tan explosivamente conflictivo, por el estricto cumplimiento de las normas democráticas de convivencia. Frente a la violencia, el único antídoto eficaz es la democracia.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_