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Alternativa pasada y futura

Para algunos, los discursos del Rey, cada fin de año, no son otra cosa que colecciones de obviedades, cuando en realidad seleccionan algunos importantes motivos para la reflexión. Un jefe de Estado ni puede ni, debe hacer más que eso. Por esa razón, un presidente de la República que descendiera a tomar partido sobre cuestiones concretas acerca de la Administración de la Justicia, como parece que quiere Julio Anguita, resuItaría un peligro indudable. Al Rey no cabe atribuirle funciones proféticas ni de denuncia. Pero, porque permanece en el terreno de los principios que debieran ser obvios para los no guiados por motivos partidistas, merece la pena tomar en consideración sus palabras y avanzar algo más en su línea de pensamiento.El Rey ha mencionado la alternancia como testimonio de normalidad y es indudable que como tal ha de ser considerada. Es positivo, por ello, que se haya producido durante el presente año. A estas alturas pocos podrán qoner en duda que hubiera sido mejor que los nuevos gobernantes hubieran llegado a sus puestos con una idea más clara de lo que querían hacer y con un superior bagaje formativo a sus espaldas. Su voluntad de acuerdo no ha bastado para compensar el deterioro sufrido por esas razones. Todavía, sin embargo, están en el tiempo del aprendizaje. No conviene que olviden, de cualquier modo, que en el futuro serán juzgados por esa ejemplaridad, también mencionada por el Rey, que debe ser norma de funcionamiento en el régimen político. El resultado electoral, sin embargo, sí ha contribuido a recortar el apoyo al Gobierno de centro-derecha, ha convertido en casi inviable cualquier reforma a fondo del sistema político que queda remitida al limbo de los imposibles parlamentarios. Pero no hay que pensar sólo en la alternancia del pasado sino en la del futuro. A este respecto harían bien en darse cuenta los socialistas que los regalos de Navidad de los que han sido merecedores pueden considerarse incluidos en la categoría del carbón con que se penaban los malos comportamientos en los sueños infantiles del día anterior a Reyes..

Basta tener en cuenta algunos libros de las últimas semanas que resulta dudoso que se vayan a convertir en objeto de regalo en esos medios. No son libros de adversarios ni de escándalos, sino reflexiones o recuerdos de antiguos colaboradores en aquella tarea de gobierno. De ello se deduce lo muy lejana que está esta opción política de poder aparecer como capaz de alternancia efectiva.

Carlos Luis Álvarez, Cándido,. se muestra feroz con unos gobernantes respecto de los cuales ofrece el testimonio incluso gráfico de su anterior vínculo político. Fernando López Agudín no sólo levanta un acta de la pesadísima carga del pasado en el Ministerio del Interior sino que, además, testimonia la carencia de unanimidad del PSOE a la hora de la depuración e incluso una actitud no muy comprometida, aunque sí, de apoyo de Felipe González en tal tarea.

Pero si la decepción de los adictos acríticos del pasado o la evidencia de un pasado poco laudable son patentes, todavía es peor, de cara al futuro, la imagen que se desprende de un libro nada analítico como el que ha elaborado Tom Burns entrevistando a buena parte de los dirigentes socialistas del pasado. Alfonso Guerra aparece reducido a un pequeño poso de rencor tan sólo personal al mismo tiempo que se constata, en el presente y el pasado, su virtual incapacidad para proponer un programa político. Solchaga se presenta como víctima más que autor de su propia gestión. Serra y Almunia, sinceros e inteligentes, proponen renovación, pero parecen conscientes de sus ímprobas dificultades. La sensación predominante en el lector deriva no tanto de la desunión como del hecho de que son muchos los que en el entorno socialista no creen real esa opción ni vislumbran posibilidades de renovación.

Tal espectáculo tiene poco de alentador porque la salud democrática exige el aprendizaje del gobierno tanto como la viabilidad de la oposición. Digan lo que digan las encuestas, para desgracia de todos, incluido el PP no sucede así. De modo que nuestra normalidad está lejana del ideal.

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