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La "ruta de la sopa"

Un músico, un ex vendedor de ordenadores y una ex asistenta, en la cola de los comedores para indigentes

Joseba Elola

Luis vendía ordenadores en Córdoba. Es un lector empedernido, habla francés e inglés y acude todos los días a desayunar al comedor Ave María. Marisa viste falda plisada gris marengo, chaqueta verde, camisa beis y un elegante pañuelo al cuello. Trabajó como asistenta, pero, a sus 61 años, está en paro y come en el comedor María Inmaculada. Manuel es un cubano de 31 años que llegó a España en 1980. Se gana la vida tocando la batería y la percusión en un conjunto de salsa, pero hace un año que el grupo se disolvió y, desde entonces, cena todos los días en la Hermandad del Refugio.No es fácil identificar a los que hacen la ruta de la sopa, ese recorrido diario por los comedores sociales. No llevan harapos, ni barba de tres días, ni están borrachos, ni tienen un color de piel distinto, ni van de caballo. Son, en su gran mayoría, como el vecino del cuarto, la portera o el camarero del bar de enfrente. Sólo que arrastran el peso de un drama personal sobre sus hombros, un drama que les empuja día a día a buscar alimento en alguno de los siete comedores gratuitos que hay en Madrid. Un periodista de EL PAÍS los recorrió en vísperas de Nochebuena.

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Las colas que se forman enfrente de los multicines Ideal no son sólo para ver películas. A las nueve de la mañana, una mujer encorvada aparca su carrito de la compra, cargado con dos mantas, frente al comedor Ave María, el lugar situado junto al cine, al que acuden a desayunar los indigentes.

-"A ver, por favor, documentación", espeta con media sonrisa un hombre de unos cuarenta años que se incorpora de improviso a la cola.

-"Aquí la tiene, señor comisario", responde un joven que saca tres manzanas de la cazadora y empieza a hacer juegos malabares.

El día comienza con risas entre los que guardan cola. Ésta es sólo la primera parada de un recorrido que les permitirá desayunar, comer y cenar cumpliendo un único requisito: llegar a tiempo.

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"Yo creo que sí que me quería porque, si no, no habría estado conmigo un año y cinco meses". El gitano de pelo largo y rizado habla de su amor con una paya. La mujer le ha dejado y se ha llevado un hijo suyo en su vientre. Claro que el hombre gitano no es novato en asunto de paternidades: tuvo siete hijos con una mujer y dos con otra, así que el que viene es el décimo. "Vaya potencia", comenta su interlocutora, una joven que asegura haber dejado de beber alcohol. Un tercer contertulio que no puede decir lo mismo recibe el consejo del hombre gitano: "Tú tienes que hacer como yo, encontrar a una mujer que te quite de la bebida".

El comedor de desayunos Ave María parece un colegio: un largo pasillo, una larga mesa a cada lado y 20 indigentes en cada bando, cara a cara. Entre ellos, en medio, seis monjas repartiendo alimentos. Menú: un tazón de leche con cacao o café, cinco lonchas de salami -intercambiables por dos quesitos cremosos-, seis galletas integrales y un trozo de pan. Pero un momento: todavía no se puede empezar. "Vamos a rezar", proclama la monja que está al mando. Oración escueta, de puro trámite, y a comer.

El comedor de Ave María es de acceso libre. Hay una cola para los que poseen la tarjeta verde -que da opción a comer durante un mes y se obtiene presentando el DNI- y otra para los sin tarjeta.

En el comedor de María Inmaculada, sin embargo, exigen la tarjeta verde. Planteado como un autoservicio, sirve comidas diariamente para 400 personas entre las 12.00 a 13.00. "¿Conseguiste el trabajo aquel?", pregunta una mujer de unos 40 años, mientras se lleva a la boca una cucharada de lentejas. "Sí", responde su compañera, de edad similar, que ha preferido la sopa de fideos. "¿Qué te pagan?", interroga. "50.000, trabajando en el turno de noche". En la bandeja en la que comen, menestra, una loncha de chopped con tomate, melón y _pan.

"La verdad es que se come bastante bien en ese sitio", afirma Marisa. "Está bien montado, casi parece un comedor de empresa". Esta mujer de 61 años huyó hace ocho años de su pueblo natal, tras pelearse con un cuñado. Trabajó como asistenta unos años, pero, al cumplir los sesenta, se quedó en la calle. "Yo nunca pensé que podría llegar a coger comida de las papeleras. Pero a mí ya no me da asco nada. El otro día recogí un bocadillo de tortilla de bonito. Estaba tan rebrillante, tan bien puesto y tan tieso, que me lo comí", cuenta.

Marisa destina los escasos ahorros que aun conserva al pago de la pensión en la que vive, que le cuesta 1.000 pesetas por noche. Para fin de año, tal vez tenga que repetir el plan del año pasado: sola, en la pensión, frente al televisor y con 12 gajos de naranja para las 12 campanadas.

"Lo peor de ese sitio es que te obligan a hacer cola en la calle y te puede ver cualquiera", comenta Luis, ex vendedor de ordenadores en paro. "A nadie le gusta que le vean". Esa vergüenza es la que empuja a algunos de los indigentes mejor vestidos a situarse a unos metros de la cola o en una esquina cercana para evitar ser vistos por conocidos. Esa vergüenza es también la que ha alejado a Marisa de sus amigas. Ya no se atreve a llamarlas, y si lo hace, se ve obligada a contar mentiras para ocultar su situación. "Para mentir, mejor no hablar, mejor no llamar a nadie", dice.

Luis es un hombre de mundo. Ha vivido en Inglaterra, en Yugoslavia, en México, y trabajaba en Granada hasta que su empresa de ordenadores quebró. "No me considero un mendigo", dice, "soy un transeúnte en condición precaria". Recibe una pensión del Instituto Madrileño de Integración de 39.000 pesetas al mes, 30.000 de las cuales destina a pagar la pensión.

Consagra las mañanas a buscar empleo en los anuncios por palabras de los diarios y, por las tardes, le gusta acudir a una tienda de libros y discos de Callao a hacer lo que más le gusta: leer. "Los únicos que ayudan aquí son los religiosos. Yo no creía en la Iglesia hasta que me he visto en esta situación. Y, sin embargo", se indigna, "ahí están los poderosos bancos con sus beneficios: ¿alguna vez han montado un comedor para nosotros?".

La cola que se forma frente a la Hermandad del Refugio, donde se sirven cenas, es un poco más ruidosa. A las siete de la tarde, algunos bebedores acuden embriagados a su cita con la sopa. "Ellos son los peores", cuenta Luis. "Crean problemas, discuten, hablan mal de la Iglesia...". Tazón de sopa de pescado, fiambre, pan, natillas y cacao. Es lo que se ofreció en vísperas de Nochebuena en la planta baja de esta iglesia que da de comer a los indigentes. "Veo el futuro con optimismo", asegura Luis. "Pero no soporto las navidades, son horrorosas, estoy deseando que llegue el día siete".

Manuel, de 31 años, es un asiduo de la Hermandad del Refugio. La pensión en la que vive está justo enfrente de este comedor, y allí conserva, embalada, su batería y sus percusiones. No ha podido volver a tocarlas desde hace un año, cuando quebró la empresa que gestionaba la orquesta de salsa en que tocaba.

Manuel llegó de Cuba en 1980, como asilado político. Con su ritmo tropical, recorrió toda la geografía española. "Siempre trabajé como músico, no sé hacer otra cosa". Manuel se levanta todos los días a las 10, come a las 12, y después se encierra en su cuarto a practicar con unos parches de goma, una batería sorda. No quiere perder muñeca y se lo toma en serio: practica ocho horas al día. "Tengo una psicosis de estudiar, es lo que más me gusta. Ando todo el día experimentando con nuevos ritmos". Manuel no es el único músico que vive en estas condiciones. Al comedor María Inmaculada acuden otros ocho, suficientes para formar una orquesta.

Los comedores no son, según dice Luis, espacios sombríos. También se escuchan risas y carcajadas. Según cuenta Manuel, también son espacios para el romance. "A los comedores van mujeres muy guapas. Con el roce de todos los días, acaban formándose parejas".

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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