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Reportaje:

Tres Sillas vacías

La superviviente de una intoxicación por gas cuenta la noche en la que murieron su padre y dos hermanos

Jan Martínez Ahrens

Cuando María Pereira, de 18 años, se sienta a la mesa a comer, los asientos vacíos le cuentan muchas cosas. Le hablan, por ejemplo, de una noche, la del 24 de enero pasado, en la que por San Fernando de Henares corría un viento gélido y ella se arremolinaba con su padre y sus hermanos pequeños Isabel y Javier. Estaban en el piso, un dúplex de la avenida de Madrid, y no tenían frío. Habían puesto la calefacción de gas y respiraban juntos el calor del hogar; un aire tibio que les envolvía y cerraba dulcemente los ojos. Poco después, y eso nunca dejan de decirlo las sillas -vacías, morían por inhalación. de monóxido de carbono el padre y dos hermanos.María se salvó por azar. Al desmayarse, fue a caer junto a una puerta de salida. El aire que se filtraba por la rendija inferior le proporcionó el oxígeno suficiente para sobrevivir. La liberación del monóxido de carbono se debió a la mala combustión del calentador, un fenómeno que, en este caso, se debió a una concatenación de negligencias que ahora son objeto de investigación judicial.

La familia había llegado en 1991 a San Fernando procedente de un pueblo de Lugo. "Fíjese, vinimos aquí para que estudiasen mejor y aquí han ido a morir", se lamenta la madre, María José Fernández, de 40 años, trabajadora de limpieza. En San Fernando compraron un piso recién construido y de 100 metros cuadrados. No sabían que estaban pagando por una bomba de relojería. "¿Cómo lo íbamos a saber si estaba todo en regla?"se lamenta la madre.

En la investigación judicial, un informe de Repsol y otro de la acusación han destapado que la instalación del gas incumplía la ley. Así, el conducto de evacuación de humos estaba mal construido, el deflactor tampoco cumplía los requisitos, e incluso la rejilla de ventilación de la cocina -un elemento perfectamente visible- estaba tapada con un llamativo mueble.

Pese a estas deficiencias, todo contaba con el visto bueno de la empresa instaladora -ahora imputada- y de la suministradora. Gas Natural incluso efectuó dos inspecciones en las que no advirtió nada irregular -esta empresa alega que su cometido se limita a revisar las partes visibles-. Gracias a ello, la instalación quedó lista para matar. Al fallar la evacuación, sólo faltaba que concurriese un alto, consumo y un poco de viento para que el humo se acumulase y la llama del calentador, ante la falta de oxígeno, empezase a liberar monóxido de carbono. Eso ocurrió el 24 de enero.

Pero la tragedia no llegó sin aviso. Al ocaso de aquel día, Sergio, otro hermano de María, empezó a sentir los efectos e la intoxicación. Los médicos, sin embargo, le diagnosticaron un ataque epiléptico y le ingresaron en el hospital de la Princesa. Allí acudió, al terminar su trabajo, la madre. Entretanto, en San Fernando, la ruleta siguió girando. "Una vez que se llevaron a mi hermano", cuenta María, "me encontré a mi padre tirado. Estaba encogido, balbuceaba, vomitaba. Pero en el centro de salud, dijeron, que sufría un ataque de nervios por lo de Sergio y, le dieron tranquilizantes". Otro error.

El padre -mecánico en Opel- se quedó en casa con María, Isabel, de 13 años, y Javier, de 14. Se notaron cansados y se tumbaron: el padre, en el sofá grande; Isabel, en el pequeño, y Javier, en la cama del altillo. María lo recuerda: "Llamaron entonces por teléfono para decir que Sergio estaba -bien. Mi padre apenas pudo coger el aparato, se le caía de las manos. Intenté despertar a mi hermana, pero estaba ya medio dormida., Luego, me mareé. No quise molestar a mi familia, así que fui al aseo y me mojé la cara. Y cuando intenté subir las escaleras para ver a Javier, no pude...". Instantes después, María caía fulminada.

A las ocho de la mañana, una tía de la madre acudió al piso. Nadie contestó, y la mujer se marchó. Aunque no sin inquietud: al llamar había creído oír un gemido. Era María: "Yo intentaba gritar, pero era como si hablara para mí". A las 11 horas, la madre, que seguía en el hospital, telefoneó a su tía. "Como nadie contestaba en casa, la llamé, y ella se dio cuenta de que algo había pasado. No dijo nada, pero vino al hospital y discretamente cogió las llaves del piso".

María fue rescatada sobre las 14 horas. Un primo suyo abrió la puerta y la encontró en el recibidor, a punto de morir. Luego, al pasar al interior, descubrió el destino de los otros. La intoxicación causó a María lesiones muy graves de las que aún no se ha recuperado. Cojea debido a la pérdida de movilidad en un pie, y apenas puede enderezarse. "Queremos", afirma la madre, "que se haga justicia, que no se repita. No es posible que todos, incluido Gas Natural, se laven las manos".En agosto, María, su madre y su hermano volvieron a ocupar el piso. "El miedo se te queda dentro y no ponemos la calefacción", cuenta la madre. A veces, gira la cabeza y llora. "Éramos una familia unida. Los viernes me iban a buscar todos al trabajo. Yo siempre tenía miedo de que a mis hijos les ocurriese algo fuera de casa. Y luego resulta que les ocurre dentro", añade. Su hija la mira. Ambas han hablado mucho de lo ocurrido. Y ambas han notado, a la hora de comer, el silencio de la casa. Un silencio lleno de recuerdos que se sientan junto a ellas en tres sillas vacías.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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