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Tribuna:
Tribuna
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La oferta

Flotamos en las aguas de la oferta y la demanda, porque ya no se vende el buen paño en el arca, que va dando tumbos por las convocatorias de Feriarte hasta acabar en algún rastrillo benéfico y de allí al recibidor del adosado en las afueras. Lo nuevo, lo viejo, lo antiguo, la primicia está propuesto y solicitado por medio de las mil voces de la publicidad. El negocio es el reflejo de la cantidad, que multiplica las ganancias. Lo que se anuncia tiene salida, aunque multiplique el precio de costo, al llegar a la televisión, al espacio mollar de la radio, a las páginas enteras del periódico y reduce el beneficio a lo que queda entre la inversión publicitaria y el saldo final.Los mercaderes medievales describían a gritos el género por las callejuelas; el vocerío de primera mano lo asume el pregonero, que incorpora las campanillas, la trompeta y el tamboril para reclamar. Hoy se utiliza el palmito de las bellezas de pasarela o la ensayada recomendación de personajes que rara vez han sostenido en la mano el envase de un detergente. Antes aún, en las rúas frecuentadas de Pompeya se fijaban unas tablillas con información acerca de las oportunidades del momento, posiblemente los saldos, de hoy.

Hasta que llega el genio, el Colón de los siglos venideros, un sujeto llamado Teofrasto de Renaudot, doctor en Medicina a los 19 años, protegido y utilizado por monseflor Richelieu, que adivinó la importancia del periodismo recién nacido. Aparece una empresa con el moderno nombre de Agencia de Direcciones, cuna de La Gaceta, el primer periódico francés. Excusad el rodeo, para llegar a lo que, con cierta timidez aún, florece en este Madrid de nuestros días. Procede del tablón de anuncios y los affiches colocados en los lugares más concurridos, que antes eran las estaciones de ferrocarril, sus vagones, los tranvías, como propaganda móvil y los anuncios de los teatros, sitios comparativamente más frecuentados que ahora. Tras el telón de boca, el de acero, que amortizó una plaza de bombero en cada colisco, antes de caer los pretenciosos cortinajes de terciopelo rojo, hoy fingido. Rara vez apercibimos al hombre-sandwich, aunque mi memoria alcanza a un gigante flaco, subido en unos zancos, que anunciaba, por la Gran Vía y la calle de Alcalá, la sastrería de confección Flomar.

Unos 20 años tiene la publicación decana de los anuncios gratuitos de segunda mano, creo que estancada en su éxito. Pese a tantas posibilidades, la denodada búsqueda de trabajo, el esfuerzo por singularizar lo que tenemos y lo que necesitamos, resucita el remoto invento de las tablillas pompeyanas. Algunas marquesinas que marcan las paradas del autobús, escogidas con la misteriosa corazonada del marketing, o ciñendo algún estratégico poste de luz, bien situado junto al semáforo, son los soportes madrileños de las proposiciones más directas.

Gran variedad: la versátil capacidad de una asistenta experimentada e informada, apta para limpiar casas, oficinas, portales, cuida niños, ancianos y enfermos y está disponible los fines de semana, causa admiración y asombro. Una mujer así, de carne y hueso, habría sido la perfecta casada en la sociedad machista, o la directora de una empresa de servicios generales.

Quienes, en estos convenientes lugares describen sus aptitudes y mañas, toman en cuenta la desidia ajena y proporcionan el teléfono de contacto, escrito en asequibles flecos de papel, que se recogen con facilidad. Hay un "arreglatodo", experto en persianas, enchufes, muelles, muelles resortes, grifos y desagües, posiblemente universitario que no olvida la diéresis. Señorita estudiante, de implícita decencia, propone . compartir apartamento con otra de similares necesidades y hábitos, que se adivinan alejados de las abundantísimas incitaciones por palabras, donde jóvenes de ambos sexos parecen inspirar un variado apéndice del Decamerón, se admiten tarjetas de crédito. Clases de idiomas, restauración de antigüedades, entelado de paredes y la imaginativa sugestión de cambiar muebles de lugar en el propio domicilio.

En esta ciudad nuestra se insinúa el declive y ocaso del intermediario. Sin embargo, vive y se mueve.

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