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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arquitectura sin Rusia

LA SEGURIDAD en Europa para el siglo XXI tiene un problema mayúsculo que resolver: la ubicación de Rusia en el modelo que se está diseñando. Los rifirrafes verbales que a propósito de la ampliación de la OTAN ha provocado la delegación rusa en la cumbre lisboeta de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) ilustran la importancia de esta cuestión. Occidente sabe lo que no quiere hacer con Rusia -meterla en la OTAN ni en la Unión Europea-, pero no parece acertar en una respuesta constructiva. Claro que Rusia la facilitaría si se comportase de forma más positiva. Pese a que Serbia sea aliado tradicional de Moscú, la insistencia rusa en aguar las críticas de la cumbre de Lisboa a la falta de democracia del régimen de Belgrado no constituye un signo alentador.No obstante, por debajo de la protesta rusa ante las perspectivas de ampliación de la OTAN hacia el Este que ha motivado tal actitud, algunas señales de Moscú podrían indicar que Rusia ya se ha hecho a la idea de la ampliación de la OTAN y lo que ahora busca son compensaciones y garantías de que no se quedará aislada. En Lisboa, los occidentales han dado algunos pasos para tranquilizar a Rusia. Entre ellos, la disposición de Estados Unidos a no instalar armas nucleares en los nuevos Estados que se incorporen a la OTAN; la apertura de negociaciones para actualizar el acuerdo FACE sobre reducción de armas convencionales en Europa de manera que quede atrás el concepto trasnochado de bloques; y la decisión, adoptada a petición de Rusia y Francia, de abrir negociaciones sobre una futura Carta sobre la Seguridad en Europa.

La OSCE es la única organización de seguridad en la que coinciden EE UU y Rusia. De ahí que Moscú desee darle mayor importancia y situarla como elemento central de lo que se viene a llamar de forma excesivamente estática la nueva arquitectura de seguridad europea. Pero no puede considerarse aisladamente, sino como parte de un entramado de instituciones en proceso de cambio -interno y en sus respectivas relaciones- como son la OTAN, la UEO o la Unión Europea. Todas tienen en los próximos días importantes reuniones convocadas sobre su futuro. Son piezas cambiantes de un puzzle que se mueve, pero que debería desembocar en una gran plataforma de seguridad cooperativa, según la propuesta presentada en Lisboa por la Unión Europea.

La OSCE merece un respeto. No sólo como foro de debate, pese a una operatividad a menudo limitada por la participación de 54 Estados en régimen cuasi asambleario. También por la oportunidad que ofrece de encuentros paralelos, como las 11 entrevistas bilaterales mantenidas por Aznar en Lisboa. Y porque en estos años ha salido dignamente parada de algunas operaciones de supervisión de procesos de paz y electorales. Aunque en algunos casos haya preferido mirar para otro lado, las críticas de sus observadores a los fraudes cometidos en recientes elecciones, ya sea en Bielorrusia o en la nueva Yugoslavia, suspendida de participación en la OSCE, tienen un efecto político importante a la hora de evitar la legitimación de abusos y fraudes. Quizá la OSCE no sea la "gran esperanza blanca" de que se hablara hace unos años, pero es una organización que, de no existir, habría que inventarla.

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