¿Rockeros o relaciones públicas?
Las salas implican en la rentabilidad de los conciertos a los grupos, que se movilizan para convocar público
"Hola, Juan, ¿te acuerdas de mí? Soy Julián, el que te soplaba en los exámenes de matemáticas. Escucha, ahora toco la batería en un grupo de rock y el viernes actuamos en Siroco. A ver si puedes pasarte. Es que cobramos dependiendo de la gente que vaya, ¿sabes? Bueno, cuento contigo. Y llévate a todos tus colegas". Se llama tirar de agenda y lo practica el 80% de los grupos madrileños de rock. Es la fórmula que se ha impuesto en las pequeñas salas de Madrid: tanta gente convocas, tanto cobras. Esto convierte a los miembros de los grupos en auténticos relaciones públicas.
La lucha está en la calle. Los propietarios de las salas se niegan a pagar una cantidad fija a las bandas que actúan en sus locales y los grupos exigen un mínimo de dinero para, por lo menos, cubrir gastos y no perder dinero. Los más irritados con esta fórmula son los grupos con bastantes años de vida que tienen uno o más discos y que ya han pasado esa etapa de "tocar para divertirse".
"Cuando empiezas, te da un poco igual. Tocas hasta gratis. Pero luego, cuando pasas muchas horas a la semana en el local de ensayo para preparar una actuación y no te pagan un fijo, te cabreas mucho", señala Guillermo Maestro, de 26 años, miembro del grupo La Nevera, ganadores del concurso Villa de Madrid en 1993 y 1995. La Nevera acaba de editar un disco autofinanciado. Guillermo reclama un dinero para unos músicos que están desde las seis de la tarde (montar equipo, prueba de ensayo, actuación ... ) hasta las dos de la madrugada (desmontar el equipo, cargarlo en la furgoneta y llevarlo al local) pendientes del concierto. Un dinero que les vendría muy bien para cubrir sus gastos: comprar cuerdas de guitarra, pagar el local, traslados, etcétera. El batería de La Nevera estima que 10.000 pesetas por músico sería lo mínimo que tendrían que cobrar.
Fijo o porcentaje
La respuesta de los propietarios de la salas es contundente. "Huimos de pagar un fijo. Queremos que el grupo se implique. Si no, se convierten en mercenarios. No movilizan a su gente y no va nadie a verlos", señala el director de la sala Caracol, Mario Larrode.El ejemplo más habitual: se cobra una entrada de 600 pesetas y se reparten las ganancias, 300 para la sala y otras 300 para el grupo. "Esta fórmula es una locura. Así, el grupo lo tiene que hacer todo: pegar los carteles, promocionarse en prensa y llamar a tus primos que no ves desde hace años para que vayan a verte. Y claro, van a verte una vez, pero al siguiente concierto ya falla alguno", comenta Gerardo Cartón, que se reparte entre Micromachines y Radio 77, ambos grupos con disco en las tiendas.
Vicente Lliuna es de los pocos managers de grupos pequeños madrileños. Actualmente, tiene a su cargo a media docena de bandas y se pasa todo el día negociando con las salas. "La situación para los grupos es muy injusta. Quitando un par de clubes, los demás se portan muy mal. Todo grupo debería cobrar una cantidad fija y luego un porcentaje por venta de entradas. Es muy triste ver a músicos profesionales haciéndose autopromoción, rogando a los medios y a los amigos que les apoyen. Esa labor la debería realizar la sala".
Otra opción que ofrecen las salas es que el propio grupo haga empresa alquilando el local y quedándose con todo el dinero de la taquilla. Es la fórmula más habitual que utiliza El Sol. Manuel Notario, programador de esa sala, confiesa que con esta pauta no se hacen millonarios: "Alquilamos El Sol a los grupos por 30.000 pesetas y les ofrecemos todo el equipo de sonido, un técnico de luz y otro de sonido y un pequeño catering. De esas 30.000 pesetas, la mitad van para el dueño de la sala y la otra mitad para nosotros. Tenemos suerte si con esas 15.000 nos da para pagar a los técnicos".
Casi todos los grupos consultados consideran que las condiciones de El Sol son interesantes, pero se quejan de la larga lista de espera. "La demanda es muy grande y no podemos ceder la sala a todos los que la solicitan. Tenemos que hacer una dura selección", señalan los programadores de El Sol.
Javier Novaes, de la sala Siroco, se apunta a la fórmula del porcentaje: se cobra una entrada en puerta y la mitad va para el grupo y la otra mitad para el local. "No son condiciones duras si el grupo se mueve. Y, a pesar de ello, nosotros no ganamos dinero. Hacemos conciertos porque somos muy aficionados", dice Novaes. Pero los músicos no paran de lamentarse.
Como Nacho Palomares, cantante de Yo La Vi Primero, ganadores del Villa de Madrid en 1994: "Nuestra situación es muy mala. Incluso la cosa ha empeorado. Hace cinco años por lo menos te pagaban algo. Ahora, comienzas una actuación convencido de que no vas a sacar ni un duro. Es lamentable".Luis Auserón sabe mucho de este tema. Estuvo en la calle a finales de los setenta, subió a la cima en los ochenta como parte fundamental de Radio Futura, y ahora, tras la disolución del grupo, vuelve a patearse los pequeños locales. Auserón dispara sus dardos hacia otros terrenos: "Las pequeñas salas hacen lo que pueden. No hay que quejarse de lo duro que es el circuito, sino de la industria, que parece que está en otro sitio". Auserón, que debido a su veteranía siempre actúa por una cantidad fija (unas 100.000 pesetas), no se suma a las quejas de los otros grupos: "Sí, hay algunas salas que se aprovechan de los músicos, pero hay otras que tienen que cerrar por cien mil problemas. Cuando formamos Radio Futura, también actuábamos gratis. Ahora, tampoco se me caen los anillos por volver a esta situación. Insisto, los pequeños clubes sobreviven como pueden. Los culpables de los males de la música son las multinacionales, que no se enteran de nada y no saben trabajar con grupos interesantes".
José María Corral, de 25 años, vive en las dos aceras; es músico, y programa en un local, Moby Dick. "La experiencia que tengo con mi grupo Phantom Dog es muy mala. Los locales no te garantizan nada. Ir a actuar se convierte en una aventura. Incluso técnicamente las condiciones son malas". Cuando deja la batería y coge el mando de su local, Moby Dick, dice actuar con más sensibilidad.
"En Moby Dick lo más importante son los músicos. Si ellos se sienten a gusto, van a dar un buen concierto, la gente va a disfrutar y volverá a verles en otra ocasión". Corral siempre ofrece un dinero fijo a los músicos. "En el caso extremo de que no venga ni una persona, siempre pagamos al menos 10.000 pesetas".
Todos los involucrados aportan su particular recetario de soluciones: "Todo se arreglaría con subvenciones, ya sean públicas o privadas" (Caracol); "la clave está en que la sala tenga el olfato de programar bien, de saber contratar a los grupos que más gancho tienen y pagarles bien" (La Nevera); "el apoyo de los medios de comunicación es básico" (Siroco), y "que los locales se muevan y promocionen bien sus conciertos" (Radio 77).
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