"Si el pavo está en celo, aquí no se duerme"
Julia Juárez y Justo García son víctimas acústicas del arca de Noé en la que se ha convertido el chalé de su vecino, en la colonia de La Paloma, en Carabaña (1.066 habitantes). "Hace tres años comenzó a criar parejas de pavos, gallinas, palomas y perdices, y los ruidos que provocan han acabado con 20 años de amistad. Cuando los pavos están en celo, no se duerme. Hacen un ruido que parece que están degollando a una persona", explica Julia Juárez. Aunque últimamente han remitido los berridos, Julia y Justo han puesto a la venta su chalé.
Jerónimo Martín sufre un bar de copas con minibolera justo debajo de su dormitorio desde 1992, en la calle dé los Sagrados Corazones, 17 (Latina). "La música y el ruido de los bolos no me dejan dormir. Aunque la Junta de Latina le ha dado la razón y dice que hay que cerrarlo, todo va muy lento.
Más alto que los aviones
Diferente banda sonora acompaña la vida de María Isabel Casco; se parece mucho a la de Apocalypse now. Desde hace 22 años escucha el rugido de un avión cada dos o tres minutos justo sobre su cabeza. Vive en los bloques de viviendas del barrio de la Estación, en Coslada -una isla para 800 vecinos rodeada por las vías del tren, la M-40 y el espacio aéreo utilizado por los aviones para aproximarse a Barajas- "Tengo las terrazas acristaladas, pero, aun así, el ruido atrona toda la casa y ya se me han rajado varias veces los cristales por las vibraciones de los aviones", grita María Isabel. "Los vecinos de este barrio hablamos a voces. A los chiquillos les hicieron un estudio en el colegio y resultó que hablaban más alto de lo normal. Pero sólo nos damos cuenta cuando vamos a Madrid y todo el mundo se nos queda mirando en cuanto abrimos la boca". Otras vecinas aseguran que ya se han acostumbrado al rugido aéreo, pero desde que abrieron la M-40 lo que les molesta son los ruidos de los embotellamientos que se forman en su calle.De lo que se queja Ana Cuerda es del tren. Vive en la calle de la Hiedra, junto a las vías de la estación de Chamartín. "Cuando mis padres vinieron a vivir aquí, hace 20 años, les dijeron que iban a cubrir las vías. Hoy, yo ya me he acostumbrado al ruido del tren cada dos minutos, pero mi marido no puede dormir". Incluso tras las ventanas de doble acristalamiento que Ana ha instalado es imposible escuchar la televisión cuando pasa un convoy. También los trenes traen mártires a 20.000 vecinos de Arganzuela, que tienen a su vera las vías del Pasillo Verde y la estación del AVE de Atocha. Renfe se prometió hace dos años una solución, pero aún sufren ruidos de hasta 97 decibelios.
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