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Una delicada bomba de tiempo

Pese a los ingentes esfuerzos de su población y a ciertos logros absolutamente deslumbrantes obtenidos en diferentes sectores y épocas, lo cierto es que Cuba no consiguió coronar el objetivo histórico que persiguió con pasión a lo largo de los siglos XIX y XX: la constitución de un Estado nacional democrático e independiente.Entre las muchas causas que contribuirían a explicar esta tragedia destacaré cuatro. La persistencia de la división entre blancos y negros, que se tradujo en una falta significativa de cohesión social. La existencia de dos zonas de desarrollo económico muy diferenciadas, Occidente y Oriente, que supuso una falla importante en la cohesión territorial. El peso nefasto de la tradición integrista española, que gobernó la isla manu militari durante cinco largos siglos sin dejarle en herencia ni siquiera visos de tradición democrática. Y la obsesión norteamericana por ejercer su destino manifiesto apoderándose de Cuba por compra o conquista, lo que hasta cierto punto consiguió con la intervención oportunista de 1898.

La revolución cubana de 1959 fue, entre otras cosas, el último de los muchos intentos realizados por la nación para constituir por fin un Estado democrático e independiente. Sólo así se explica el abrumador apoyo popular que la sostuvo durante años y del que aún hoy, por increíble que pueda parecerle a algunos, quedan ciertos restos menguantes. El análisis detallado del fracaso de esa revolución -a la que quien esto escribe dedicó una buena parte de su vida- excede el objetivo de estas líneas. Baste decir que ninguno de los problemas cruciales del país -racial, territorial, de desarrollo económico y de establecimiento de una democracia que merezca ese nombre- fue resuelto por ella. En cambio, añadió muchos otros, entre ellos la pauperación creciente y el hecho terrible de que casi dos millones de cubanos -nada menos que la quinta parte de la población nacional- hayamos sido forzados al exilio.

A mi juicio hay una sola interrogante trascendental con respecto a la transición o poscastrismo. ¿Tendrá Cuba una nueva oportunidad para constituir un Estado nacional demo

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crático e independiente? No estoy seguro de que la respuesta sea necesariamente afirmativa. La herencia de Castro es tan pesada que la isla se está convirtiendo en una delicadísima bomba de tiempo. Si se la trata mal, tanto ahora como cuando llegue el diluvio que Castro dejará tras de sí, Cuba puede estallar en un caos semejante al que hundió a varios países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XIX, como Colombia o Venezuela, por ejemplo, o bien arder en la trágica hoguera de una guerra étnica como la que quebró a Haití a finales del siglo XVIII. Si alguien piensa que estos ejemplos son anacrónicos le remito al caos de la transición búlgara o a la limpieza étnica de la ídem yugoslava.Demasiado bien sé que no estamos en el siglo XIX, que

Cuba no es Bulgaria ni Yugoslavia -si bien se asemeja a ellas en haber formado parte del "campo socialista"-, que en las tres guerras que la isla libró contra el integrismo español en el siglo pasado negros y blancos pelearon juntos, supieron evitar la tragedia haitiana y dieron origen a la nación. Pero también sé algo que pocos citan: en mi país hubo una limpieza étnica en 1912, cuando miles de negros fueron masacrados por el Ejército Nacional. Muchos de ellos habían sido héroes en la guerra de independencia que precedió a la intervención norteamericana del 98. En esa época, es imprescindible recordarlo ahora, hubo también una transición en Cuba. Cuatro años de intervención norteamericana mediaron entre la Cuba española y la republicana. Para Jorge Mas Canosa se trató de una transición ejemplar. Para mí, no. No hubo excesos, es cierto. Pero tampoco el más tímido intento de justicia social ni de redistribución de la riqueza. Y cuando los negros, que habían contribuido como el que más a la independencia, la economía y la cultura del país, se atrevieron a reclamar un lugarcito bajo el sol de la flamante república, no recibieron otra cosa que plomo.

No obstante, si tenemos en cuenta la admirable capacidad de renacer que Cuba demostró después de todas y cada una de las terribles guerras del siglo pasado, y el asombroso crecimiento económico, social y cultural que experimentó en los 57 años de república, pienso que podría existir otra oportunidad para ella. Depende de nosotros. Todos los cubanos debemos ima

ginar ese futuro e intentar adelantarlo: desde los que hoy viven y trabajan en la isla, incluido el Ejército y los militantes del partido comunista, hasta los miembros de la Cuban National American Foundation y de la Fundación Hispano-cubana. Pero siempre será necesario partir de la realidad actual de la isla y su historia.Tanto los hechos enumerados al principio de este artículo como sus consecuencias están vivos y actuantes, grabados a fuego en la mente de la mayoría absoluta de los cubanos, y tienen lecturas diferentes para las diversas sensibilidades de la nación. La Cuba de hoy es sociológicamente muy distinta a su exilio. Éste es blanco en un 90%; el país interior es negro en un 50%. Y hasta ahora la Cuban National American Foundation no se ha dirigido seriamente a los negros cubanos para garantizarles un programa riguroso de igualdad de oportunidades. Cuba necesita un nuevo contrato social, la democracia cubana del futuro será también étnica o no será. No puede ni debe prescindir de la inteligencia, el patriotismo y el capital del exilio, incluyendo, desde luego, a su derecha política y sus líderes, a quienes no podemos seguir demonizando, pero tampoco olvidar a los otros componentes capitales del país so pena de que todo sea inútil para todos.

En cuanto a la posible influencia de la comunidad internacional sobre el futuro de Cuba debo decir que no me hago demasiadas ilusiones a corto plazo. Castro es terco hasta el delirio y está dispuesto a morir en el poder a cualquier precio. Hasta entonces vivirá bien, qué duda cabe; jamás va a faltarle la luz, el agua, los Mercedes, el Chivas Regal ni la langosta thermidor. Pienso que la mejor política posible es hacer exactamente lo contrario de lo que él hace. Tender incesantemente puentes sin contrapartida alguna: derogar la Helms-Burton, levantar el embargo, propiciar inversiones, intercambios, becas, visitas. Quizá sea la única forma de adelantar el futuro y evitar, o al menos paliar, el diluvio que Castro dejará detrás cuando desaparezca.

es escritor cubano residente en Madrid, donde dirige la revista Encuentro de la Cultura Cubana.

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