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Educación de gobernantes

El arte del disimulo es, al parecer, la quintaesencia del buen hacer político. Es decir, cuando la realidad es desagradable y próxima en el espacio, porque, si es algo lejano, lo más que puede provocar es un sentir de solidaridad con los afectados; y, en su caso, la indignación con terceros a los que se les puede echar el muerto, o los miles o millones de muertos y hambrientos, así en Cuba o en el Zaire, donde ya se sabe que las culpas son de Castro, o de EE UU, o del capitalismo internacional, o del imperialismo de alguien, o de la irresponsabilidad de los Gobiernos europeos; pero nuestros políticos no tienen que disimular; pueden llamar a los hechos presentes o futuros por su verdadero nombre; la realidad, para forzar al disimulo, tiene que ser próxima, casi inmediata, de tal modo que afecte, a nuestro presente.Recuerdo, hace pocos años, al ministro de Economía y Hacienda, señor Solbes, calificado de imprudente e irresponsable por gentes de su propio partido por haber tenido la prudencia y el sentido de la responsabilidad de recordar a los ciudadanos que algo habría que hacer para que el sistema público de pensiones no se hundiera, allá por el 2015; hace falta ser un dudoso político (un técnico, dicen con aire despreciativo los que entienden de política) para intranquilizar a la gente contándole la verdad "técnica".

Ahora sucede con la minería del carbón y el actual ministro de Industria. Al parecer, ha recordado algo Ya sabido: que en el espacio de pocos años se acaban, por designio de las autoridades de la UE, las subvenciones públicas al carbón. También el señor ministro ha entrado en la categoría de los "técnicos", pero qué horror, adónde vamos a parar; además de técnico, "independiente"; es decir, abominación sobre abominación, ¿qué se puede esperar de un sujeto que no parece tener, para decir la verdad, ni las limitaciones de la ignorancia (es un técnico) ni las de la comunión de los santos que implica la pertenencia a un partido?: lógico que sea, como algunos han dicho, una persona sin corazón, insensible ante las desgracias futuras de la gente pobre (los mineros de la mina) o rica (los mineros empresarios).

Y es curioso que nadie discute, seriamente, lo que en lógica aristotélico-escolástica llamamos la proposición mayor. Gran parte de las minas de carbón están condenadas por la racionalidad del mercado elevada a norma por la UE; pero ¡ay de quien la recuerde!; más le valiera, pozo de insensatez, no haber nacido (a la política); incluso muchos acerbos críticos la aceptan expresa y lúcidamente, esa proposición; y, lo que hacen es, a continuación, condenar al mensajero; que es precisamente de lo que se consideran habitualmente excelsas víctimas los periodistas más gritones; pero qué cosas se ven.

Y, al fin, ¿quién colabora a una solución humana del problema? Quizá la utilización de esos fondos, ahora tirados al mar, en tareas de reconversión de gran empeño podrían ayudar a los afectados a reconstruir su futuro en horizontes nuevos (temporales y espaciales), quizá la política del avestruz no sirva para nada, quizá la resistencia a ultranza es perjudicial para los resistentes; quizá la inteligencia sirva para que la transformación pueda hacer se sin el dolor y el sufrimiento que acompañó y acompaña a tantas gentes, por ejemplo, que durante decenios han abandonado campos para ir a sórdidos arrabales. Pero no: todos se ponen de acuerdo en que el mensajero es imprudente; y celebran como un gran triunfo que éste se compro meta a tratar de no cumplir la ley de la UE; ésa no va a ser solución, sino prolongación de la agonía; pero a los afectados, sindicatos y críticos variados no se les ocurre otra cosa creadora, útil, esperanzadora; al menos, no la proponen; el grito es que paguen, y que inventen ellos (los del Gobierno, se entiende), nosotros a repartir culpas, a resistir, y a sacar la vena quejosa, o insultadora; lo que se comprende en los más débiles de los afectados, no tanto en los demás que integran el coro de improperios. La realidad no es tolerable: incómodo sujeto el que nos la hace ver. Eso es al me nos un "error", el acierto está en el disimulo, en el trampeo de la realidad; debe ser que la gente prefiere ser engañada, o, al. menos, que no se le inquiete. Pero estamos rodeados, en prensa y otros medios, de "maestros" en educación de gobernantes, es un consuelo.

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