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Tablas o jaque mate

Si bien la expresión mover pieza machaconamente empleada por Aznar al resumir su conversación chilena con Castro apenas ayudó a entender el significado de la nueva posición española respecto a Cuba, la propuesta enviada a la Unión Europea (considerablemente suavizada luego por su Comité Político) aclaró que la actitud del Gobierno del PP seguía casi al pie de la letra la estrategia estadounidense sobre la isla. La falta de entendimiento entre Aznar y Castro pareció quedar endulzada por un amistoso tuteo y un coqueto trueque de corbatas; la retirada por Cuba del placet al nuevo embajador español indica, sin embargo, que ese cruce formal de cortesías no sirvió para nada.El presidente Aznar insiste en qué el primer movimiento de pieza -seguramente negra- en el tablero corresponde a Castro; no aclara, sin embargo, si su estrategia en la partida es conseguir tablas con el líder cubano o darle jaque mate. Los jóvenes políticos del PP llegados al poder el 3-M suelen afirmar que su temprana edad les impidió participar en el proceso de transición a la democracia abierto hace más de veinte años; esa circunstancia temporal les distingue de aquellos veteranos compañeros de partido que -como su presidente fundador, Manuel Fraga, ministro de Franco entre 1962 y 1969 -sirvieron devotamente a la dictadura. Pero esa coartada generacional es tan frágil como autocomplaciente: durante las postrimerías del franquismo y el incierto arranque de la transición muchos adolescentes y jóvenes con la misma edad de Aznar compatibilizaron una activa lucha por las libertades con los estudios de bachillerato y licenciatura y con la preparación de oposiciones a funcionarios del Estado.Aznar y algunos de sus más estrechos colaboradores fueron, así pues, pasivos espectadores de las duros combates políticos que forjaron las instituciones democráticas en España. El malestar retrospectivo por su coexistencia pacífica con la dictadura franquista tal vez explique su necesidad emocional de compensar ahora esas páginas en blanco de sus biografías políticas con una sobreactuada denuncia de la dictadura cubana; sería grave que los paganos de la falta de experiencia de los jóvenes gobernantes del PP en. materia de transiciones fueran precisamente los cubanos que buscan -fuera y dentro de la isla- el camino de la reconciliación nacional y la democracia.

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Castro responde a Aznar con la retirada del plácet al nuevo embajador, Jose Coderch

Desde la revolución de los claveles portuguesa de 1974 hasta la caída del muro de Berlín y de las dictaduras comunistas en Europa Central y Oriental, las transiciones a la democracia se cuentan por decenas. En su excelente libro Democracia y mercado (Cambridge University Press, 1995), de lectura obligada para quien se interese por las reformas económicas y políticas realizadas en la Europa del Este y América Latina durante los últimos años, Adam Przeworski subraya que "el problema estratégico de una transición estriba en conseguir la democracia sin morir a manos de quienes detentan las armas ni de hambre por quienes controlan los recursos productivos". La transición española demostró de manera ejemplar que un sistema dictatorial puede ser desmontado sin invasión exterior insurrección armada o guerra civil: el acuerdo negociado entre los reformistas del régimen autoritario y los moderados de la oposición democrática, con exclusión de los violentos de ambos bandos, puede establecer las bases de un consenso político capaz de someter la solución de los conflictos a las reglas de juego del Estado de Derecho. Y si la oposición interior a la dictadura no obtuvo sino ventajas con el final del aislamiento económico y político de la España de Franco, sólo quienes pretendan ser más papistas que el Papa podrían recomendar otro trato para la Cuba de Castro: ni siquiera los distingos del Secretario de Estado Rodríguez entre los sistemas autoritarios de Cuba y de Marruecos a la luz de la historia de las religiones sirven para restar importancia al viaje de Juan Pablo II a La Habana.

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