Ciudades europeas de la cultura
"Si tuviera que volver a empezar, empezaría por la cultura", dicen que dijo Jean Monet, uno de los padres fundadores de la Europa de hoy a quien debemos, entre otros grandes inventos económicos, la CECA y el Mercado Común. No lo dijo pero pudo haberlo dicho y otros sí lo dijeron y sobre todo lo hicieron.Entre ellos esa extraordinaria luchadora por la Europa de las libertades que fue Melina Mercouri. Hoy hace 13 años que en el Zappeion de Atenas planteó a sus colegas ministros, la necesidad de crear una alternativa al economicismo de la construcción europea. Dos años después, gracias a su entusiasmo, se aprobaba por unanimidad la iniciativa Ciudades europeas de la Cultura y se elegía a Atenas capital cultural para 1985. Desde entonces Florencia, Amsterdam, Berlín, París, Glasgow, Dublin, Madrid, Amberes, Lisboa, Luxemburgo y este año Copenhague han sido portadoras del proyecto. A ellas seguirán Salónica en 1997, Estocolmo en 1998 y Weimar en 1999.
El objetivo de esta capitalidad era y es triple: actualizar las posibilidades culturales de la ciudad designada, promoviendo una movilización ciudadana de todos sus recursos creativos; subrayar su dimensión cultural de cara al exterior, convocando a la celebración al mayor número posible de actores culturales de otras ciudades y países, y mostrar la importancia de la cultura en la vida urbana. El logro de esos objetivos se ha conseguido, en ocasiones, de modo eminente. Glasgow, por ejemplo, a quien su capitalidad cultural en 1990 transformó tan profundamente. Más de 22.000 personas, 700 asociaciones y 342 empresas comprometidas en la organización; cerca de 50 millones de libras de presupuesto; 61 estrenos mundiales, casi 4.000 representaciones teatrales, más de 350 conciertos, más de 1.000 exposiciones y otros 5.000 actos culturales constituyeron el contenido de su programa en el que participaron más de 15 millones de visitantes. A lo que hay que añadir la renovación de los museos, teatros y salas de concierto y la creación de varios nuevos. Pero lo decisivo ha sido el cambio, de imagen de la ciudad que ha dado el salto de la era de la industria a la civilización de lo inmaterial.
Esos logros han suscitado una viva competencia para la elección de la ciudad europea del año 2000. Serán finalmente nueve las ciudades que compartan esa función que, además del triple cometido que acabo de señalar, elaborarán conjuntamente una propuesta europea para el siglo XXI, capaz de responder a los grandes desafíos que llevamos en el equipaje del año 2000. Propuesta que ilustrarán las nueve ciudades desarrollando cada una de ellas uno de los nueve desafíos que la componen.Reykjavik o cómo preservar un medio ambiente cada día más agredido; Bolonia o cómo hacer de la información, los medios y la telecomunicación, hoy una jungla inhabitable, un espacio armónico y de convivencia; Bergen o qué hacer con el trabajo para que todos quepan en él y siga siendo el vínculo social por antonomasia; Cracovia o cómo responder a la precariedad actual del pensamiento, a la implosión del mundo de valores, a la tendencia al sectarismo religioso y a la mediatización de la espiritualidad; Praga o cómo proteger y dinamizar nuestro patrimonio histórico, material e inmaterial; Bruselas o cómo repensar la ciudad amenazada por la megalopolización urbana y la globalización económica; Helsinki o cómo poner a nuestro servicio la ciencia y la tecnología, asumiendo individual y colectivamente la tercera revolución industrial; Aviñón o cómo promover la creación y la creatividad frente a la redundancia y la uniformización; Santiago de Compostela, con el desafío, quizás más decisivo, o cómo hacer Europa sin enclaustrarla, cómo constituirla en ámbito permanente del diálogo mundial de culturas, en Europa-Mundo. El convenio que la ciudad gallega va a firmar estos días con Unesco debería ayudarla en tan difícil tarea.
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