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Noviembre entre la metralla

Memoria de la encarnizada batalla que recorrió las calles de la capital hace ahora 60 años

Tras una semana de intensos bombardeos, el 8 de noviembre de 1936 las tropas rebeldes al mando de los generales Emilio Mola, Juan Varela y José Enrique Yagüe se disponen a tomar la capital en una operación que se prevé rápida y sin complicaciones, pero que deriva en uno de los episodios más encarnizados y cruciales de la guerra civil.Las primeras operaciones pretendían conquistar los barrios de la zona oeste de la capital, habita dos por la clase media y situados sobre las colinas que dominan el valle del Manzanares. Una de las columnas de Mola cruzaría el río por el puente de los Franceses para tomar la cárcel Modelo de La Moncloa y los cuarteles adyacentes. Otra avanzaría sobre la Ciudad Universitaria mientras una tercera trataría de tomar el cuartel de la Montaña y abrirse paso hacia el Palacio Real, y la Gran Vía. Un ataque de distracción se llevaría a cabo en Usera y Carabanchel.

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¿Españoles?

El Gobierno de la República no tardaría en abandonar Madrid camino de Valencia, en medio de una desbandada casi general de funcionarios, diplomáticos y personal civil. El jefe del Gabinete Francisco Largo Caballero alegó que no se podían desempeñar las tareas de administración en plena zona de guerra. Orlov, un agente de los servicios de inteligencia rusos que decidió quedarse en la capital, resumió así la situación: "No hay ningún frente, el frente es Madrid". Cuando la situación empezaba a ser desesperada, las Brigadas Internacionales llegaron para sumarse inmediatamente a la lucha. El embajador inglés sir Henry Chilton, escribe Thomas, llegó a decir que entre las tropas que defendieron Madrid no había españoles. Una muestra de humor británico y de su gusto por la paradoja, una frase tan ingeniosa como exagerada, aunque la intervención de los brigadistas fuera crucial en la batalla. Aplicando la misma receta al bando contrario, podría haber dicho que tampoco había españoles en re las tropas atacantes por el gran número de marroquíes que las nutrían, una afirmación igualmente falsa.Españoles eran los soldados de las brigadas mixtas que detuvieron el avance del enemigo en, el Manzanares, españoles los 4.000 voluntarios anarquistas que combatieron con Buenaventura Durruti, llamados por sus compañeros Federica Montseny y Juan García Oliver, que habían aceptado a regañadientes formar parte del Gobierno. Los anarquistas combatirían en la Casa de Campo armados con anticuados fusiles suizos de 1886 comprados por los rusos, inoperantes ante las ametralladoras que manejaban los marroquíes. En el. bando anarquista se llegó a pensar que la orden de entablar un combate frontal así no era más que un intento de desprestigiarles con una sonada y temprana derrota. El 19 de noviembre, en pleno apogeo de la batalla de Madrid, Durruti moriría en extrañas circunstancias frente a la cárcel Modelo. Una bala sobre cuya procedencia aún se discute le hirió de muerte. El carismático luchador anarquista moriría al día siguiente en el hotel Ritz de Madrid, convertido en hospital de guerra, una paradoja más en una batalla cuajada de trágicas anécdotas.

Ni los marroquíes, ni los brigadistas, conocen el terreno que están pisando. Para los marroquíes, excelentes tiradores en campo abierto, las calles de la ciudad son una trampa mortal, el paisaje urbano les desconcierta y les aturde, convirtiéndoles en blancos fáciles para los milicianos. La situación se invierte cuando son los milicianos los que tienen que dejar las calles y combatir a la intemperie en los descampados próximos a la ciudad. En Usera y Carabanchel, lo que había comenzado como una maniobra de distracción se convierte en una enconada y persistente lucha casa por casa. No es raro que los combatientes de uno y otro lado confundan sus posiciones o que se tropiecen cuando cavan trincheras. Las precarias fortificaciones son a veces de cartón y hoja de lata y hay un momento en el que se hace necesario pactar una tregua porque los dos bandos están luchando con el agua por la cintura.

En la radio republicana, Fernando Valera, subsecretario de Comunicaciones, proclama: "Aquí en Madrid se encuentra la frontera universal que separa la infamia de la esclavitud. Esto es Madrid, está luchando por España, por la humanidad, por la justicia, y con su manto de sangre cubre a todos los seres humanos. ¡Madrid, Madrid!". "Morir en Madrid" es algo más que un buen título para un documental, morir en Madrid está al alcance de cualquiera. El avance rebelde de la Casa de Campo se estancará en el cerro de Garabitas, una excelente posición para que la artillería castigue de forma contumaz amplias zonas de la ciudad sitiada. En el hospital Clínico se lucha piso por piso, habitación por habitación. Los brigadistas utilizan el ascensor para mandar bombas al enemigo atrincherado en los pisos altos. Los marroquíes sufren bajas impensables tras comerse los animales inoculados del laboratorio. "Los moros están en la plaza de España", difunden voces alarmistas. Soldados marroquíes han hecho retroceder a los anarquistas de Durruti y avanzan por la calle de Princesa y por Rosales, pero una vez más la desorientación cunde entre la tropa cuando se adentran en el casco urbano y no. tardan en ser abatidos.

"No pasarán", decían los defensores de la ciudad, y esta vez no pasaron. El 23 de noviembre terminó la batalla, aunque no el asedio de la ciudad. La guerra no había hecho más que empezar.

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