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Eslovenia trata de enterrar en las urnas su pasado común con la ex Yugoslavia

Ni ofreciendo galletitas y vino a cambio de folleto propagandísticos, ni siquiera asando una ternera para consumo popular en una de las más hermosas plazas de Liubliana, los partidos eslovenos han conseguido concentrar a más de un puñado de simpatizantes en el cierre de la campaña electoral. Se da por descontado que nada significativo cambiará hoy en la pequeña república alpina que una, vez, aunque nadie lo quiera recordar, pese a su cercanía, perteneció a la dinamitada Yugoslavia. La apuesta política hoy se llama Occidente.

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Los dirigentes eslovenos se esfuerzan en transmitir que los dos millones de habitantes de este país de postal "están mental y políticamente a años luz de los Balcanes". Y los hechos parecen confirmarlo. Eslovenia, con una renta por persona que ronda los 10.000 dólares -más que Grecia y Portugal-, ha erradicado su pasado yugoslavo y suspira por integrarse en el club eurooccidental, al que se considera con derecho. El millón y medio de teóricos votantes no va a decidir hoy sobre un modelo de sociedad u opciones políticas enfrentadas. En realidad, de entre la plétora de partidos que se disputan el voto en las elecciones generales, más de 30, los cuatro o cinco relevantes hacen campaña por lo mismo, con matices: un consistente Estado del bienestar, reformas económicas graduales y la indiscutible pertenencia a la Unión Europea, con la que este año ha firmado un acuerdo de asociación. La mayoría de los ciudadanos está convencida, comenzando por, el jefe del Estado, de que el actual primer ministro Janez Drnovsek, que encabeza desde 1992 el partido gobernante Liberal Democrático, una formación centrista, se alzará de nuevo con el santo. Las dudas parecen centrarse en quiénes serán sus socios de coalición en un Parlamento de 90 escaños.

Drnovsek, de 46 años, un hombre con fama de aburrido que fue presidente por turno de la antigua Yugoslavia, se ha hecho una reputación manejando la economía de este enclave montañoso y asegurando su estabilidad y el funcionamiento de sus instituciones democráticas. Él encabeza unos sondeos de opinión que muestran muy poco entusiasmo por la jornada electoral y un nivel de indecisos que llega al 40%. Sus rivales principales, más a la derecha, están agrupados en la denominada primavera eslovena, una alianza de los Cristiano Demócratas (nominales, aliados parlamentarios del Gobierno), el Partido Popular, de base campesina y segundo en los sondeos, y el Partido Social Democrático, pese a su nombre, claramente derechista.

Su jefe, Janez Jansa, un ex disidente y héroe de la independencia que atrae a numerosos jóvenes, es un fiero crítico del establishment que considera a Eslovenia todavía en manos de los ex comunistas. De parecida opinión es Janez Podobnik, uno de los líderes del opositor Partido Popular, para quien el dinero y las influencias se siguen canalizando a través de los antiguos apparatchik que vinculan al Gobierno, los bancos y algunos medios de comunicación.

El milagro esloveno se hace patente en pueblos y carreteras y en las calles y escaparates de Liubliana, una ciudad cara de poco más de 250.000 habitantes cuyo centro -adornado con estatuas de artistas, no de generales- es un impecable catálogo renacentista y barroco. La capital del joven Estado, por siglos territorio de los Habsburgo, exhibe el aire y el comercio de la Centroeuropa desarrollada, a la que los eslovenos, espectadores desde siempre de las televisiones italiana y austriaca, consideraban ya pertenecer bajo el dominio comunista. Austria, el vecino del norte, es la referencia inmediata. Pero el milagro -cuyas cifras principales son una inflación controlada en el 10%, unos sueldos medios de unos 80.000 tólares (un tolar, aproximadamente una peseta) y un desempleo rondando el 13%- puede desvanecerse si continúan bajando las exportaciones y el crecimiento económico, que se cifra este año en un 2%, y estancada la privatización, A diferencia de otros países poscomunistas, en Eslovenia no llega al 50% la industria estatal privatizada. Los inversores extranjeros no entusiasman a los eslovenos, que temen que su nuevo y pequeño país, dos veces la extensión de Asturias, sea literalmente engullido.

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