Iraquíes
MARUJA TORRES
Lo de Zaire es sólo el pico más picudo dentro de los índices de gravedad que caracterizan la situación del llamado -y convertido en- Tercer Mundo. Lo de Zaire, podríamos decir, es el escaparate de la situación de gran parte de África. Los flecos, los exasperantes flecos, son muchos otros, y en otras muchas partes del globo. El próximo sábado 16 se inauguran en Madrid, en el Palacio de Congresos, una serie de conversaciones y testimonios sobre el impacto que las sanciones contra Irak han producido entre la población del país malamente gobernado por Sadam Husein y aún peor atacado (el pueblo sufrió la guerra, el esbirro quedó vivo) por las fuerzas aliadas.Al margen de la indignación que sigue produciéndonos la abundancia de propaganda norteamericana, en informaciones y películas, acerca de un conflicto en el que, a la hora de la verdad, las víctimas estadounidenses cayeron -como en Panamá- por el llamado fuego amigo. A pesar del estado de impotencia en que nos debatimos cuando vemos que la verdad se ve mediatizada por el pensamiento reinante, que también podríamos llamar el pensamiento pensante en el reino de la apatía y la conformidad. Y, más allá, insisto, de nuestras simpatías personales, hay que decir lo siguiente: en los cinco años transcurridos desde que se implantaron las sanciones contra Irak, sólo el mercado paralelo que trafica con artículos de primera necesidad ha florecido; Sadam Husein sigue tan pancho, y los niños, los viejos y los enfermos, los débiles, se enfrentan a una situación desesperada. No hay espacio en esta columna para narrar la triste miseria a la que se enfrentan los iraquíes, condenados a ser carne de cañón por decreto de los paladines de la libertad que ni siquiera supieron liberarles.
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