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El consejo de Capote

"Tengo un consejo que dar", dijo una vez Truman Capote, "nunca hay que rebajarse contestándole a un crítico, nunca". Esta declaración es contundente, está llena de arrogancia y también de fe en uno mismo, es propia de escritor al viejo estilo, es decir, aquel que cree en su obra por encima de todo, -incluido el reconocimiento de sus contemporáneos. Cuando se ha de trabajar en esas condiciones, ¿está justificado pensar así?Hoy en día uno es escritor porque lo decide él. Desde que Balzac situara la profesión en el mercado de libre competencia, ha venido siendo así. No es una carrera delimitada por unos estudios contrastados sino una suerte. de vocación afirmada de modo autodidacta que, al parecer, tiene fuerza para levantar una representación del mundo en un número determinado de páginas, actos o versos. Ahí anida el inconveniente: todo el mundo tiene derecho a considerar que posee talento y a esperar que éste sea reconocido.

El lector sólo dispone de una contestación ante un libro: comprarlo o no comprarlo; una vez adquirido, leerlo o no leerlo; una vez leído, aprobarlo o desaprobarlo. Pero del lector, el autor sabe poco más que la primera decisión , comprar o no comprar; sabe que ha adquirido su libro y que el conjunto de adquirientes suma tanto: cien, mil, diez mil, cien mil... El resultado habla rá de resonancia inmediata, no de valor en términos de creación artística. El valor es una categoría y la compraventa una transacción.

Entonces, a la hora de intentar situar toda obra que aparece en el mercado dentro de unos valores artísticos, aparece la figura del crítico, que representa una autoridad que se fundamenta en un criterio bajo cuya luz es examinado el libro en cuestión.

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¿Existe la carrera de crítico en nuestro país? Lo cierto es que no, que su situación es muy similar a la del autor: alguien decide que tiene capacidad de juzgar, convence al responsable de la sección cultural de un medio informativo y se pone a la tarea. En otras palabras: un tipo decide que es crítico y quien le contrata acepta su palabra. Entonces ¿quién entrega al crítico su credibilidad? ¿El lector del medio o el medio que le contrata? Ni el crítico ni el escritor tienen otra acreditación que su currículo y éste no acredita talento alguno, sólo muestra su azaroso deambular por el mercado.

El autor y el crítico muestran otro punto en común: el primero ha de tener un mundo que representar, el segundo un criterio que exponer; que ambas cosas, mundo y criterio, procedan del autodidactismo o de estudios organizados sólo se . consiguen con un esfuerzo personal y un desarrollo en el tiempo. No es lo mismo escribir con soltura que tener un mundo propio, no es lo mismo tener opinión que tener criterio. Lo que sucede es que si los encuentros o desencuentros se producen dentro de estas segundas opciones (mundo y criterio), ya no estamos en el territorio del "eso lo dirá usted" o del "mi opinión vale tanto como cualquier otra" sino en el del esfuerzo creativo en el caso del escritor y en el del esfuerzo argumentativo en el caso del crítico.

Hay que reconocer que los escritores tienen una sorprendente inclinación hacia las reseñas favorables y un inexplicable desdén hacia las reseñas desfavorables. Del mismo modo, los críticos suelen molestarse mucho con los escritores que no responden a sus prejuicios literarios y les dan trabajo de desentrañamiento y, en cambio, resultan ser muy proclives a la. literatura que entienden en la' medida que coincide con sus gustos personales. Esto hace que haya lugar a toda clase de odios, resquemores y desprecios mutuos. Lo que sucede es que ese mundo de sentimientos enquistados es a la literatura lo que la prensa del corazón a la vida: un ridículo remedo. No merece la pena detenerse en ello.

. Es evidente que quienes ejercen . de críticos pueden en muchos casos segar la hierba bajo los pies a un autor; no más que eso, pero sí eso. También es cierto que la crítica tiene un peso muy relativo en el lanzamiento de un libro. Y no es menos cierto que, si bien es muy difícil encontrar un crítico de medios de información que mantenga una línea, en general esa línea, cuando existe, se resiente a menudo de las decisiones de la sección cultural o suplemento para el que trabaja; y como la tendencia dominante es que las secciones de crítica de libros sean un escaparate de novedades en vez de un medio crítico con todas sus consecuencias, a un crítico que disponga de un canon personal. difícilmente le permitirán mantener una línea de coherencia, porque, además, ya se ocupan muchos autores, editores y otros, de presionar para escapar a sus juicios y buscar aduladores: que a un autor le defiende su obra es algo que muchos están dispuestos a admitir de boquilla y muy pocos a demostrar con los hechos.

Por aquí regresamos a la afirmación de Truman Capote. Lo que ocurre es que el escritor que desoye el consejo de Capote posee, en principio, una ventaja: él sí está capacitado -si tiene la costumbre de reflexionar sobre su oficio- para ejercer de crítico, mientras que el crítico no está capacitado para contestar al autor con -una obra literaria. Si un autor decide enfrentarse a un crítico ha de hacerlo, por tanto, con las armas de la crítica y, si puede, aprovechar para ofrecer una lección de cómo se hace. Por contra, el argumento de autoridad no vale para el crítico ni para el escritor salvo que se busque la reyerta o la descalificación. Lo malo es que el escritor ha de tener el poder de reflexión que niega al crítico; y eso, en un escritor, es casi tan infrecuente como en un crítico porque en España seguimos creyendo que escribir es un don del cielo y que la fe no necesita de reflexión. De ahí la abundancia de literatos en un país tan milagrero; de ahí la preferencia por los desplantes y los desdenes y no por las ideas.

José María Guelbenzu es escritor.

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