Una deuda paliada
La concesión del Premio Nobel de la Paz al diplomático José Ramos Horta y al administrador apostólico Carlos Belo viene a paliar una grave deuda que tiene contraída la humanidad con el pueblo de Timor Oriental. Muy pocos conocían, antes de la concesión del premio, que en aquellas lejanas tierras se había producido el más brutal genocidio desde -al menos- la Segunda Guerra Mundial. Durante más de veinte años, el pueblo timorense se ha visto privado de los más elementales derechos, sin que la comunidad internacional hiciese nada por impedirlo y sin que la opinión pública pudiese disponer de una mínima información de lo que allí acontecía.Los Estados occidentales se han limitado durante este tiempo a emitir esporádicas declaraciones deplorando la situación de los derechos humanos, al tiempo que incrementaban la colaboración económica y militar con el régimen del, dictador Suharto. En tanto, los timorenses no podían contar más que con sus propias fuerzas -que poco podían frente a las del cuarto país más poblado del mundo, el apoyo de la Iglesia católica y de algunos grupos distribuidos por todo el planeta. Portugal, que continúa siendo, según el derecho internacional, la potencia administradora del territorio, ha desarrollado también un importante esfuerzo para ver reconocido el derecho a la autodeterminación de su antigua colonia, pero sin conseguir encontrar suficiente eco.
El Premio Nobel concedido a Ramos Horta y a Carlos Belo permite albergar esperanzas de resolver este viejo conflicto a los timorenses, pero también supone un impulso para los demócratas indonesios, ya que son numerosos los timorenses e indonesios que tienen conciencia de la íntima vinculación de sus causas: la libertad y la democracia de sus respectivos países frente al autoritarismo y el pisoteo permanente de los derechos humanos que supone el régimen del anciano dictador Suharto.-
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