Nostalgia de realidad
La existencia es dual, ya lo sabemos, de manera que no nos asustan las sombras que aparecen en el interior de la luz ni nos extraña dar con el brillo de una luciérnaga entre los pliegues carnosos de la oscuridad. Más difícil de entender es la batalla entre la realidad y la apariencia, sobre todo cuando gana esta última y uno se queda con la sensación de que le han arrancado el suelo de debajo de los pies. Los estudiantes que el pasado martes se manifestaron en Madrid y en el resto de España protestaban precisamente contra el imperio de la apariencia.Por lo visto, en algunos institutos, y pese a que la caída demográfica se ha encargado de echar una mano a Esperanza Aguirre, las aulas están masificadas: es una manera de decir que no hay clase sino apariencia de clase. Nadie espera que en una habitación con más de cincuenta personas puedan aprender algo el profesor o los alumnos. Sin embargo, las dos partes acuden y hacen como que se lleva a cabo la labor educativa, aunque los estudiantes han dicho hasta aquí hemos llegado.
Contra las apariencias se revuelven también los sindicatos que en noviembre del 95 firmaron un convenio de concertación social con el presidente de la Comunidad. Del documento en cuestión sólo queda la foto, la corteza, la representación, el gesto. Sin duda, aquel acto protocolario tenía algo de verdad y algo de mentirá, lo que no es necesariamente perverso, ya se ha dicho que somos duales. Lo malo es que sobre esa dicotomía se ha alzado finalmente el monopolio de lo falso.
Nada queda de lo que pomposamente se llamó la cultura del acuerdo que tanto utilizó Ruiz-Gallardón para hacerse fotos que ahora le dará vergüenza repasar. Pero Luis Blázquez está en Japón buscando inversores extranjeros. Es preciso transmitir la apariencia de que no dejamos de movernos.
Lo malo es que al final las apariencias matan. Fíjense en esa traficante de coca disfrazada de profesora de Bellas Artes que sucumbió a la pregunta de un profesor de Bellas Artes disfrazado de agente de aduanas.
-¿Cuál es la diferencia entre el románico y el gótico?
Ni idea, no tenía ni idea la pobre. Es lo que pasa cuando los funcionarios preguntan por las diferencias entre el acuerdo suscrito por sus sindicatos con Ruiz-Gallardón y el convenio firmado por Sanidad con los médicos, pongamos por caso. No saben, no contestan, y es porque los políticos llevan en el doble fondo de la maleta un alijo de apariencia que engancha más que el caballo.
Hace poco nos han enseñado una foto de Aznar firmando acuerdos también con CC OO y UGT: ya la volveremos a ver cuando pase el tiempo. De momento estamos repasando el álbum de la, bajada de impuestos, los papeles del Cesid y demás instantáneas anteriores al 3-M. Apenas tienen ocho meses, pero han adquirido el color sepia de los años cuarenta. Parecen de otra vida, como si Aznar y los suyos hubieran fallecido y el karma, o lo que sea, les hubiera obligado a reencarnarse en sí mismos para pagar las culpas verbales de su existencia preelectoral.
Y Madrid parece una ciudad, pero es un infierno pues si consigues escapar de la manifestación de hormigoneras, caes en la de funcionarios, y si no en la de estudiantes o en la de los empleados de hospital, eso sin contar con el atasco permanente de María de Molina y aledaños. Por eso Álvarez del Manzano no abandona la idea del manifestódromo, que fue una broma del pueblo de Madrid entendida por él de forma literal. En un manifestódromo, hombre de Dios, no hay protesta, sino apariencia de protesta. Ya sabemos que ustedes trafican con eso, con las apariencias, pero es que algunas tienen el tamaño y la consistencia de ruedas de molino, así que no hay forma de tragárselas.
Entretanto, los okupas de la capital del reino andan buscando detrás de los edificios tapiados una porción de realidad, de la que enseguida les expulsan, porque también crea adicción, aunque de otro tipo.
Quién nos iba a decir, con el desprestigio que ha padecido la realidad en los últimos años, que acabaríamos suspirando por ella. Que nos la devuelvan, aunque sea novelada.
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