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El reino de lo extraordinario

"Todo lo que sean informes técnicos, me parece extraordinario", respondió ecuánime y conciliador el alcalde a un auto judicial que desautorizaba plenamente el criterio municipal de seguir adelante con los malos humos, las dioxinas y los furanos de la incineradora de Valdemingómez.A los peritos de la fiscalía, autores de los ignorados informes, también les parece extraordinaria la postura de un alcalde que ha necesitado recibir un auto del Tribunal Superior de Justicia, para darse por enterado de lo que los peritos venían advirtiéndole desde que la gran caldera de Valdemingómez comenzó a apestar impunemente la comarca. Los fiscales le han recordado al señor alcalde que de haberles hecho caso en un principio no se habría perdido un año de tiempo y de dinero extraordinario. Tiempo, dinero, salud que hemos derrochado los madrileños mientras los ediles se iban asombrando paulatinamente según iban pasando de mano en mano los informes de la incineradora: "¡Caray! Me parece que nos estamos pasando de furano...". "A mí lo que me preocupan son las dioxinas, una cuñada mía se tragó varias en un viaje a la India y luego le salieron unos bultos ...".

El consejero de Medio Ambiente del Ayuntamiento no ha recibido con asombro, sino con satisfacción, el auto judicial y se ha felicitado a sí mismo, a falta de nadie que le felicitase, por haber conseguido que el alto tribunal le corrija y desautorice. "Los jueces", ha declarado, "han ratificado que no se pueden superar unos límites, y que para eso el Ayuntamiento debe poner todos los medios". El hecho de que para que el Ayuntamiento empiece a poner esos medios hayan sido necesarios meses de informes técnicos y de denuncias jurídicas, no altera la autosatisfacción del consejero. El consejero y su alcalde son incombustibles, ni. siquiera la incineradora ha conseguido quemarles.

El problema básico, que no único, de la instalación es qué hacer con las basuras que generan las basuras cuando son incineradas, basuras en forma de cenizas tóxicas que necesitan almacenarse en alguna parte. Pero tener que hacer un basurero para recoger las basuras de otro basurero les debe parecer el cuento de nunca acabar a los consejeros municipales, y por eso la incineradora ha empezado a funcionar sin "cenicero", nombre familiar del depósito de seguridad que' habría que construir para los residuos.

En principio lo del cenicero parecía fácil. "Si necesitan un cenicero les daremos un cenicero", diría probablemente el alcalde. Pero está visto que los peritos y los técnicos no se conforman con cualquier cosa, su cenicero habría de ser un macrocenicero de 14 hectáreas.

José María Álvarez del Manzano es un hombre paciente, al que no le gusta levantar la voz para que no se le atiple, pero la paciencia tiene un límite. Construir un cenicero de 14 hectáreas junto a la incineradora necesita otro extraordinario informe técnico sobre impacto ambiental, y ya se sabe cómo suelen ser estos informes técnicos, un montón de términos científicos entreverados de porcentajes, peritajes, gráficos y cuadros para concluir que el sitio que el Ayuntamiento considera más adecuado para construirlo, no reúne las condiciones adecuadas para ese tipo de construcción. El alcalde siente que está a punto de enfrentarse de nuevo a lo extraordinario; y no precisamente a lo milagroso, que le sería más propio. El alcalde se teme lo peor, porque hay técnicos que suponen, con las peores intenciones del mundo, que en el subsuelo del enclave previsto para el cenicero que tiene un terreno muy poroso, podrían correr importantes acuíferos que alimentan el Manzanares. De confirmarse tales hipótesis, si el cenicero se construyera en estos terrenos, la incineradora de Valdemingómez conseguiría contaminar equitativamente los aires y las aguas de Madrid. Toda una plaga bíblica desencadenada por el báculo de la primera autoridad municipal. Inmerecido y cruel destino para un alcalde con vocación seráfica terminar como ángel caído, oliendo a chamusquina y a dioxina, palafrenero honorario de los cuatro jinetes del Apocalipsis entre el estiércol de Valdemingómez.

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