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Las fuerzas del Gobierno afgano derrocado avanzan hacia Kabul

ENVIADO ESPECIALSi hace dos semanas la noticia de Afganistán era "los talibanes avanzan hacia el norte" la de hoy es "Masud avanza hacia Kabul". Pero adonde quiera que se mueva, esta guerra está sembrando los hospitales de soldados heridos que se retuercen entre sábanas sucísimas enloquecidos de dolor. Los talibanes lo niegan, pero los testimonios de camioneros que han conseguido llegar a Kabul a través del túnel de Salang aseguran que los soldados del general tayiko Ahmed Sha Masud, ex ministro de Defensa y líder del Ejército del Gobierno derrocado, a los que se han unido los del general uzbeko Abdul Rashid Dostum, siguen acortando distancias hacia la planicie de Kabul desde su guarida en el valle del Panshir.

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Con los zapatos en la mano

La conquista más importante fue la toma a última hora del sábado de Charikar por los soldados de Masud. Estos se habían hecho horas antes con Jebal os Seraj un villorrio destartalado en el estratégico cruce del que parte el camino hacia el valle del Panshir y hacia el túnel del puerto de Salang, puerta de entrada al tercio norte del país. Masud, según esos mismos testimonios, ha reconquistado toda la vertiente sur del puerto.Los combates continuaban ayer en torno al aeropuerto de Bagram, 50 kilómetros al norte de Kabul, donde, según nómadas kuchi que huían de los combates hacia Jalalabad con sus camellos, ovejas y cabras, ambas fuerzas poseen mitad y mitad de las instalaciones. La captura del aeropuerto militar permitiría a Masud contar con una vital base aérea a tiro de Kabul para, hipotéticamente, llevar allí sus helicópteros y su puñado de aviones. Diez minutos antes de llegar a esta localidad, un comandante talibán a la cabeza de un convoy de todoterrenos, algún tanque y camiones lanzacohetes, con cerca de 200 milicianos de refuerzo a bordo, impidió a este periodista acceder al lugar.

Ataques fulminantes

También a la misma salida de Kabul, en la carretera principal que conduce tras hora y media de viaje hasta Charikar, escenario de una de las peores derrotas de los talibanes desde que conquistaron Kabul, un control de los milicianos integristas impedía a los informadores salir de la ciudad. La simpatía despreocupada de los talibanes en los primeros días, propia de quienes entonces iban arrasando, se agota a medida que encajan los sucesivos reveses militares de los ataques fulminantes de Masud, apoyados por vecinos de estos pueblos que actúan contra ellos por cuenta propia, como confirmaban ayer en los hospitales de Kabul soldados talibanes heridos.Que los talibanes no tienen la experiencia de los de Masud lo demostró trágicamente la batalla de Charikar. Durante tres horas, según revelaron los soldados heridos -muchos de ellos jovencísimos estudiantes islámicos que se incorporaron a la lucha armada hace unos meses con más fe que entrenarniento-, el pueblo se convirtió en un infierno en el que se combatió calle por calle.

Parecía que esta guerra era de broma por las risas con que los talibanes despachaban sus obuses. Una semana después de que empezaran a machacar la entrada del Panshir, las esquirlas de los cohetes de Masud hundidas como clavos en la carne les han enseñado que el dolor es la única verdad y que Alá, al que tanto invocan, no les va a salvar de una muerte anónima en una guerra estúpida.

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Los hospitales convirtieron a Kabul en la capital del dolor. El hospital militar, con 400 camas, esta atestado de heridos de los combates de estos días, pero los talibanes, que haciéndose pasar por médicos ocupan el despacho de la directora, la general y cirujana Sohilla -quizá la mujer con más poder de Afganistán hasta que hace unos días se escondió temiendo un destino mortal-, no dejan visitarlo. En el vecino hospital civil Wazir Akdar Jan, en cambio, con 250 camas y 210 pacientes diversos atendidos por médicos o doctoras según sea el sexo del paciente, fue posible ver a una quincena de soldados talibanes heridos de gravedad.

Najibulá, de 21 años, estudiante de religión en la Universidad Islámica de Peshawar, en Pakistán, hasta que hace cinco meses se enroló en las milicias talibanes, mira fijamente al techo. Aún no ha tenido tiempo de pensar que ha vuelto a la vida: "Vi muchos muertos nuestros en las calles de Charikar, muchos", dice en voz baja. La bala le entró por un hueco entre las costillas del costado izquierdo y le salió limpia por el derecho. "Los jefes talibanes", dice el cirujano jefe, "no esperan a que los heridos se recuperen de las intervenciones. Nada más acabar se los llevan a sus hospitales de Kandahar [feudo del movimiento talibán]. Puede que en el camino muera alguno. Pero a mí no me hacen caso". Los muertos no pasan por el depósito de cadáveres del hospital. Los talibanes se los llevan directamente a Kandahar. Unas prisas que indican que en Kabul se sienten forasteros atemorizados.

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