Curso de historia
Palacios reales, puentes romanos y viejas serrerías jalonan un paseo junto al río más bello de la sierra
Comparar el tiempo que pasa con un río es filosofía autorizada y corriente. La expuso Heráclito ("No bajarás dos veces al mismo río"), la repitió Jorge Manrique ("Nuestras vidas son los ríos") y la remachó Leonardo da Vinci: "El agua que tocamos en los ríos es la postrera de las que se fueron y la primera de las que vendrán; así el día presente". Remontar un curso añejo como el Eresma debería ser, por esa regla de tres, como viajar al ayer. Y a fe que lo es.Con esa idea vase el excursionista a la sierra a buscar las mocedades del Eresma -o las mocedades de la vieja Castilla,. que, a fin de cuentas, vendrían a ser las mismas-, y lo primero que se encuentra a su vera es Valsaín y su palacio real, nada mozo por cierto. Otras aguas espejaron, hace más de seis siglos, aquella Casa del Bosque en que los Trastámara descansaban de sus correrías venatorias por estos montes de osos; aquella Casa del Bosque en que Enrique IV instaló su colección de fieras, algunas de las cuales había recogido en varios safaris por Africa y gustaba de poner en libertad para infarto de las sensibles, vacas serranas; aquella Casa del Bosque que Felipe II transformó en palacio y que ardió, premonitoriamente, cuando Carlos II la abandonó tras su última visita en 1697, poco antes de su muerte y fin de la dinastía de los Austrias.
El "resto de un castillo grande y hermoso", como lo describiera en 1722 el embajador extraordinario francés duque de San Simón, es cuanto ha quedado en pie del palacio de Valsaín después de un segundo incendio, de una guerra civil y de su declaración como monumento histórico artístico, que de poco le ha servido, la verdad.. Comparar el paso de la edad y sus estragos con unos muros vencidos es también filosofia autorizada y corriente. Bien lo sabe el caminante. Pero como no ha venido a buscar tristezas, sino mocedades, sale de Valsaín por la Imargen izquierda del río -derecha para el que sube- dando vista a Siete Picos, esa muralla que no declina.Aguas arriba, a cosa de un kilómetro del pueblo, el excursionista, topa con la Máquina Vieja, como se conoce a las ruinas de una serrería que aprovechaba antaño el ímpetu del río para rebanar los famosos pinos de Valsaín, los altos pinos que tienen la blonda color de la tierra castellana, los valientes pinos que armaron un imperio invencible y lo perdieron. Y poco más adelante, con el puente de los Canales, vestigio de un pequeño acueducto que, al decir de algunos lugareños, sirvió de ensayo para la erección de su hermano mayor segoviano. Otros prefieren explicar, en cambio, que por aquí. pasaba la calzada romana de la Fuenfría, dando un rodeo que no se puede explicar. Y otros, los más cautos, no saben, no contestan y se quedan mirando, casi con amor, para el puente.
Todo son memorias. del ayer en este viaje al amanecer del Guadarrama, que el joven Eresma evoca en cada meandro, en cada poza de tiempo detenido. Incluso el camino por el que sube el excursionista fue trazado en tiempos de Carlos III para servir a los pescadores y al propio rey de los pescadores, que mandó murar la orilla siniestra para no mojarse las reales corvas cuando el río se salía de madre. Incluso las truchas son, en esencia, la primera trucha.
Losas ilustres, aunque descabaladas, jalonan pues la senda truchera a su paso frente a las praderas de los Asientos y la Boca del Asno, donde las niñas de colegios de monjas cantan "al pasar la barca, me dijo el barquero" y los domingueros menos sedentarios se asoman al vértigo del agua embravecida entre colosales paredones de granito. Más allá, él Eresma se parte por la mitad: a mano izquierda, el arroyo del Puerto del Paular (o sea, Cotos), su primera fuente; a mano derecha, el arroyo de Minguete, nacido en las entrañas de la Fuenfría. Por este último continúa la orilla empedrada hasta la antigua casa. de los Guardas de la Pesca, a dos horas de Valsaín y a varios siglos del tiempo presente, ese río que no cesa.
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