Ostras, champaña y militantes de 60 años
La cita es esta vez en Bournemouth, una ciudad costera del sureste de Inglaterra. Y el año que viene será, quizá, en Brighton, otra ciudad del sur, y al siguiente en Blackpool, en el más pobre y deprimido norte del país. Los congresos de los grandes partidos británicos giran en torno a estos tres sitios por tradición y por la presión de los grupos de presión hoteleros locales. Pero el congreso conservador -este año, el número 113- encaja especialmente bien con el estilo más próspero del sur, donde el partido tiene su gran base electoral.Durante cuatro o cinco días, tipos maduros con maletín y traje de rayas y maduras damas con chaquetas de estampados llamativos toman la ciudad, normalmente bajo, estricta vigilancia policial. Cierto que hay una rama joven en el partido, pero la edad media de la militancia conservadora se sitúa entorno a los 60 años.
En Bournemouth, el edificio del Centro Internacional de Congresos ofrece por lo menos un marco acorde para todos ellos. Los delegados charlan, beben champaña y prueban las ostras irlandesas entre debate y debate, discurso y discurso; los hombres de negocios celebran encuentros furtivos. Todo el que es alguien en la sociedad británica se da una vuelta por Bournemouth.
Por la noche, las luces de la ciudad se encienden para acoger a los alegres delegados camino de las mil y una fiestas ofrecidas por diferentes grupos de militantes. Puede ser la que organizan los jóvenes tories o los parlamentarios de Londres, o la asociación de esposas de candidatos de una remota circunscripción. Todo vale.
Este 113º congreso, además, puede ser el último que celebren en el poder después de 17 años de ininterrumpido control. La ocasión es especial y los tories han echado el resto. Incluso han redescubierto a un líder tras el rostro anodino de John Major. En un improvisada sesión de preguntas y respuestas, Major, en manga de camisa, dio muestras de su versatilidad. Después de todo, piensan los delegados, quizá no todo esté perdido.
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