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La muerte ronda a la gente de Golbahar

Un taxista aprovecha un descanso de los artilleros para reparar un pinchazo. Lo hace con toda normalidad, sin prisa. Los vecinos de Golbahar siguen abriendo tan campantes sus puestos de verdura y los carniceros se afanan en trocear delgadas vacas sin cabeza entre el polvo y las moscas, a pesar de que los cañones de los talibanes están disparando desde la misma calle. Es un pueblo en disputa. Nadie lo controla por completo. Las líneas del frente se mueven cada hora.Unos obuses salen, pero otros llegan. Los proyectiles de la artillería del general Masud aterrizan en las casas de las afueras. Desbaratan hogares pobres como si fueran un vulgar castillo de naipes. Levantan humo y fuego. La gente surge de la nada. Corre para, ponerse a salvo de la mala suerte. Desde lo lejos parecen hormigas asustadas. Pero no, son personas aterradas que están a punto de morir.

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La Vía Láctea dibuja su penacho de esperanza sobre un pueblo que no conoce otra cosa que miseria muerte y fanatismo. Los muyaidines rompen el sueño lanzando balas trazadoras de color rojo. Parecen cohetes de verbena. Después, un relámpago ilumina la montaña. Aparece solemne, quieta, dispuesta a sostener el desafio. A la luz intensísima le sigue la sombra y, algo más tarde, el retumbar sordo y destructivo de una explosión. No es la naturaleza la que protesta, es la guerra que se confunde con la tormenta.

Los enfurecidos talibanes anuncian su enésima ofensiva sobre el inaccesible valle del Panshir, la guarida de Masud, el León del Panshir. "Iremos casa por casa, para detener a los que participaron en los ataques de los guerrilleros de Masud", dice un islamista joven y barbudo. La milicia integrista duda de las gentes de esta zona del norte de Afganistán. Ve en ellos soldados de Masud en potencia, gente de poco fiar. Otro talibán añade ufano: "Reclutaremos a otros por la fuerza".

La venganza sobre la población civil está servida. Son carne de cañón. Gente ignorante y descalza, picada por la trituradora de esta guerra, pequeña, reducida, intermitente, ajena durante mucho tiempo a los ojos de Occidente, pero tan mortal y estúpida como cualquier otra.

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