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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El contrato de Blair

UNA NUEVA estrella brilla en el panorama de la izquierda europea, pero lo hace desde el centro: desde esa posición, el líder laborista británico, Tony Blair, de 43 años, pretende ganar las elecciones de la primavera de 1997 y poner fin así a 18 años de mandato conservador. El Congreso anual de su partido, que mañana se clausura en Blackpool, ha sancionado esa estrategia y avalado el contrato que ofrecerá a los electores. La educación, un mayor compromiso con Europa y la reforma constitucional son sus principales ejes. El camino abierto por el fallecido John Smith y recorrido por Blair al frente del laborismo británico no ha sido fácil. Pero el partido ha cambiado radicalmente, y hace honor a su denominación de Nuevo Laborismo que intenta ocupar el centro político y acercarse al modelo socialdemócrata del continente. De sus estatutos ha desaparecido el objetivo de la nacionalización de los medios de producción, y los sindicatos han perdido poder institucional e ideológico.

La prioritaria política educativa se centrará en fomentar la escuela pública. En materia de empleo, se compromete a sacar a 250.000 jóvenes del desempleo para, con subvenciones, encontrarles puestos de trabajo, programa que se propone financiar con un impuesto sobre los "beneficios excesivos" de las empresas privazadas. La mejora de la sanidad pública se hará desviando gastos de la burocracia a la atención médica. La introducción de un salario mínimo, como en el continente, es otra de las banderas de este nuevo laborismo, que, sin embargo, deja abiertos asuntos tan complicados como el de la reforma de las pensiones.

En materia constitucional, el contrato implica recuperación del poder de los municipios; regionalización, con asambleas, para Gales, Escocia y las provincias inglesas, y la supresión de la figura de los lores hereditarios. Junto a algunas referencias a valores tradicionales, como la defensa de la familia, el orden público y los valores morales, el nuevo laborismo parece enlazar con el viejo Partido Liberal.

En su enfoque europeo es donde hay que leer entre líneas lo que Blair propugna. Pues las resistencias a la integración son tan notables en su partido como en el Conservador, aunque se disimulen desde la oposición. Blair propugna suscribir el capítulo social, del que se autoexcluyó el Reino Unido en las negociaciones del Tratado de Maastricht. Pero, de momento, poco más. Y de ahí que los socios de Londres en la UE no crean ya que un Gobierno laborista cambiará mucho las cosas, ni sea necesario esperarle para adoptar la reforma en discusión del funcionamiento de la Unión. Blair no renuncia a la capacidad de veto de Londres en la UE y propugna completar el mercado único. Guarda abiertas las opciones respecto a la participación británica en la moneda única europea, aunque avisa de que quedarse al margen significaría menos influencia y menos inversiones para el Reino Unido. Todo cambio requerirá "el pleno consentimiento del pueblo", sin pronunciarse abiertamente por un referéndum. Paradójicamente, esta gran decisión se tomará previsiblemente bajo presidencia británica de la UE, en el primer semestre de 1998.

El nuevo laborismo, tras este Congreso, parte como favorito para las elecciones de 1997. Sin embargo, no las tiene todas consigo, especialmente, cuando la mejora en la situación económica puede favorecer a los conservadores. De todas formas, el Reino Unido demuestra que los congresos anuales facilitan evoluciones graduales en los partidos políticos, frente a cambios traumáticos. No sería mal ejemplo para los nuestros.

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