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FÚTBOL SEXTA JORNADA DE LIGA

El Madrid hace valer su pegada

El Espanyol jugó mejor que el equipo de Capello pero no supo aprovechar sus oportunidades

Santiago Segurola

Vamos a llamarlo contundencia. O sea, una relación de extrema complicidad con el gol que no depende tanto del juego como de los jugadores. Si son muy buenos y tienen una condición afilada, sucede lo del Madrid: que gana los partidos antes de empezarlos. Antes de que apareciera el fútbol, que finalmente no apareció, el Madrid había marcado dos goles y tenía la victoria en el bolsillo. Todos los esfuerzos del Espanyol por hacer las cosas con sensatez no le valieron de nada. Jugó mejor que el Madrid, pero no tiene su pegada. Cuando se habla del Madrid se habla de munición de grueso calibre: gente como Raúl, Mijatovic-Suker, Roberto Carlos y hasta Hierro, si se pone a llegar. Todos juntos producen una sensación de alarma permanente. Apenas importa el volumen del juego ni el trato de la pelota, ni tan siquiera el dibujo táctico. Las estrellas del Madrid se las arreglan para ganar los partidos, los que merecen ser ganados y los que no. Para eso son astros. Pero detrás hay materia para la reflexión. ¿Hasta dónde llegarían estos jugadores si se reunieran unas condiciones beneficiosas para su talento?.Desde la ortodoxia, el Madrid sólo tuvo claridad para aprovechar las ocasiones de gol, que no es poco mérito. En este sentido es un equipo temible, un pelotón de fusilamiento con casacas blancas. El Espanyol tuvo derecho a preguntarse por la justicia del resultado en el primer y en el segundo tiempo. Dispuso de la pelota abundantemente, salió de la presión madridista sin demasiados problemas y llegó al área con bastante frecuencia, o al menos alcanzó con cierta comodidad el penúltimo peldaño. En cuestión de remates estuvo a la altura del Madrid: tiró poco. Su problema es que aprovechó menos. Pralíja estampó una volea contra el palo en el primer tiempo y Lardín cruzó fuera de la portería un remate des de el callejón del ocho. Pero todos los respetables argumentos del Espanyol no le sirvieron de nada.

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El Madrid se limitó a confirmar que tiene gol. Aprovechó la primera oportunidad y la segun da. Antes, después y en medio, resultó un equipo sin demasiadas luces, proclive a defenderse porque no se siente bien con el balón. Resulta extraño, porque se le supone categoría en este aspecto. Con Mijatovic, Suker, Raúl, Seedorf, Roberto Carlos y Hierro se supone que la pelota no es un problema. Pero lo es. La contradicción nace del orden de prioridades que tiene el equipo y de la gente que ocupa el medio campo. Como la orden es presionar, el juego ocupa por ahora un lugar secundario. El Madrid se siente mejor cuando se ordena para recuperar el balón, para cerrar espacios, para quitar las ganas de jugar al equipo rival. A la obsesión recuperada, que es muy elogiable, no le sigue un criterio brillante con el balón. Hay una tendencia indiscutible al vértigo, a la llegada inmediata, a un fútbol tan poco masticado que se vuelve demasiado impreciso. Es un viaje constante: conquistar y perder el balón sin solución de continuidad, un yo yo que deber resultar duro de digerir para Mijatovic y Suker, que parecen fuera de cacho cuando no disfrutan del balón.

La otra contrariedad del Madrid aparece en el medio campo. La posibilidad de agruparse es difícil con una mezcla tan heterogénea como Seedorf -que no es un medio centro clásico-, Sanchis -que es un defensa central-, Raúl -que es un delantero- y Víctor -que también tiene vocación de delantera- Naturalmente, la mezcla no resulta. El centro del campo no es un sitio para crear. Es una zona de tránsito inmediato, de poca solvencia en la elaboración. Pero en el área se impone la calidad de sus jugadores.

En el primer gol Suker puso de manifiesto su habilidad y las carencias de Arteaga como lateral. Y Raúl puso la caña. Debió incidir más el Madrid en la angustiosa situación de Arteaga, fuera de su posición y sin ayuda de Lardín en los mano a mano con Suker o en el dos contra uno cuando llegaba Víctor. Ahí no fue inteligente el Madrid, que pudo sacar petróleo. Lo que hizo fue aprovechar otro don natural: el poderío de Roberto Carlos en los tiros libres. Un robertazo prologó el segundo gol. Ton¡ también ayudó. No despejó hacia arriba, como debía, y su rechace dejó la pelota en el medio del área. Y por allí pasaba Suker.

Después sólo se vio el esforzado intento del Espanyol por superar al Madrid desde un punto de vista estrictamente futbolístico. Pero a su juego le faltó todo lo que le sobra al Madrid: pegada.

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